No es que EEUU llegue tarde a la carrera de los drones, es que para combatir a sus enemigos necesita... a China y Rusia
Publicado el 15/09/2025 por Diario Tecnología Artículo original
Lo que comenzó como un secreto en el ejército ha saltado a la primera plana de la nación: el Pentágono ha reaccionado tarde y mal a la revolución de los drones. Mientras Ucrania y Rusia integran a ritmo vertiginoso plataformas baratas, desechables y eficaces, y China no sabe qué hacer con tantos drones, Washington se enreda en trámites, prioridades heredadas y una cultura de adquisiciones que trata a los drones como “aviones nuevos” y no como munición de bajo coste y producción masiva.
De fondo, un callejón salida: para anticipar la amenaza china y rusa necesitan a… China y Rusia.
Revolución. El campo de batalla contemporáneo ha quedado marcado por un cambio estructural: los drones baratos, masivos y desechables se han convertido en el arma asimétrica decisiva, capaces de alterar el equilibrio de poder entre grandes y pequeñas potencias.
Ucrania, con una creatividad constante y un flujo incesante de adaptaciones, ha demostrado que un ejército con limitados recursos puede neutralizar blindados, aviones estratégicos y líneas logísticas rusas mediante enjambres de drones de corto y medio alcance.
Y retraso. Mientras, el Pentágono, pese a reconocer públicamente la amenaza, mantiene un retraso peligroso. La declaración del general James Mingus, quien comparó los drones actuales con el impacto devastador de los artefactos explosivos improvisados en Irak, sintetiza el dilema: se trata de la “IED de hoy”, un arma transformadora frente a la cual Estados Unidos aún no ha reaccionado con la urgencia necesaria.
Ceguera estratégica. Cuentan los analistas del país que la historia se repite. Durante los años de la insurgencia en Irak y Afganistán, miles de soldados murieron mientras el Departamento de Defensa demoraba la adopción de los vehículos MRAP, blindados diseñados para resistir los IED, hasta que la presión de Robert Gates rompió las resistencias internas.
Hoy, el mismo patrón se observa con los drones. La estructura rígida del Pentágono, obsesionada con grandes programas como el F-35, los submarinos estratégicos o los misiles Sentinel, margina las soluciones baratas y rápidas que marcan la diferencia en el terreno. Se habla de iniciativas como el programa Replicator o de presupuestos récord para investigación en armas autónomas, pero la realidad es que, frente a los millones de drones que China podría producir y los miles mensuales que Rusia ya despliega, Estados Unidos apenas cuenta con prototipos y promesas.

El espejo incómodo: el shahed. Lo hemos ido contando. El arma que mejor refleja esa brecha es el Shahed-136, rebautizado Geran por Rusia. Nacido como un clon iraní de diseños israelíes, se ha convertido en la munición merodeadora más influyente del siglo XXI. Con un coste aproximado de 50.000 dólares, una autonomía de hasta 1.600 kilómetros y la capacidad de portar cargas de 20 a 40 kilos, combina simplicidad con eficacia estratégica.
En manos rusas, ya se produce a escala industrial y se ha perfeccionado con variantes de mayor alcance, mejores sensores y cargas ajustables. Frente a los millones que cuesta un misil de crucero, el Shahed es la expresión pura de la economía de guerra: barato, abundante y devastador. El hecho de que Estados Unidos no tenga un equivalente producido en masa constituye un síntoma de negligencia estratégica.
El doble error. Por un lado, el Pentágono ha ignorado la necesidad de adoptar de forma masiva drones de corto alcance, del tipo FPV, que en Ucrania se han convertido en el arma del soldado común, capaz de extender el alcance de una escuadra de infantería de 800 metros a más de 12 kilómetros. Por otro, ha desestimado durante años la importancia de municiones de largo alcance de bajo coste, confiando en arsenales de misiles caros y limitados.
Este doble error apunta a una mentalidad anclada en guerras pasadas, incapaz de aceptar que la innovación no reside en lo exquisito, sino en lo numeroso. El ejército estadounidense todavía no cuenta con formaciones dedicadas a drones, ni con nuevas especialidades militares centradas en ellos. La doctrina apenas comienza a adaptarse y los programas piloto avanzan a una velocidad ridícula frente al ritmo de innovación ucraniano. Lo primero que han hecho: ayudarse de Rusia para desarrollar una copia de sus drones.

China y recuperar el tiempo perdido. La propuesta de los analistas más realistas es clara: Estados Unidos necesita, sin demora, estandarizar dos diseños de drones kamikaze de largo alcance. El primero, de unos 1.600 km, barato y masivo, serviría tanto en Europa como en la Primera Cadena de Islas del Pacífico.
El segundo, de más de 3.000 km, sería crucial para, por ejemplo, golpear desde la Segunda Cadena de Islas hasta el interior de China, incluso tras el establecimiento de burbujas A2/AD. Ambos, complementados con variaciones en cargas útiles y sistemas de guiado, garantizarían flexibilidad táctica y un volumen disuasorio. Sin esta capacidad, Estados Unidos entraría en cualquier conflicto mayor con un arsenal ridículamente insuficiente frente a decenas de miles de amenazas enemigas.
La lógica del desgaste. El valor de estas armas no reside únicamente en su capacidad destructiva. Su fuerza radica en la ecuación económica: obligan al adversario a gastar millones en interceptores por cada aparato que cuesta apenas decenas de miles. La “depleción de efectores” se convierte así en un arma estratégica: saturar las defensas enemigas hasta agotar sus arsenales de misiles y obligarles a cubrir un espectro de amenazas imposible de manejar.
Incluso un dron que nunca alcance su objetivo cumple su función al forzar al enemigo a disparar. Ucrania lo ha demostrado al obligar a Rusia a dispersar defensas antiaéreas frente a enjambres improvisados; la misma lógica, multiplicada por decenas de miles de unidades, podría volcar el equilibrio frente a China o Rusia.
El problema chino. El problema de fondo es la incapacidad industrial. Y aquí viene una de las paradojas de la situación: Estados Unidos depende casi por completo de la nación de la que pretende defenderse. Y es que depende de China para todo, desde baterías hasta motores y materiales básicos. Su estructura de adquisiciones, diseñada para los ritmos lentos de la Guerra Fría, no está preparada para producir de forma rápida y descentralizada.
Mientras el adversario itera versiones en semanas, el Pentágono tarda años en aprobar contratos. La solución: los analistas apuntan a que pasa por diversificar la producción entre decenas de empresas medianas y pequeñas, bajo un marco de diseños estandarizados propiedad del Gobierno, evitando dependencias de un solo contratista (China). El fin: construir un suministro resiliente, escalable y competitivo, capaz de acumular decenas de miles de drones en tiempos de paz y multiplicar la producción en caso de guerra.
Los plazos. Plus: el desafío es inmediato. China, con su capacidad de producción masiva y control estatal, podría, a priori, inundar el Pacífico con millones de drones en cuestión de meses. Rusia ya produce Shaheds en cantidades que superan todo el arsenal estadounidense de municiones de largo alcance baratas. Irán ha exportado su tecnología a múltiples regiones, consolidándose como un actor de peso en la proliferación de armas asimétricas.
Frente a este panorama, la pasividad estadounidense no es solo un revés: es una amenaza existencial para su capacidad de disuasión. El combate del futuro no se ganará con unos pocos sistemas sofisticados, sino con oleadas interminables de plataformas baratas, versátiles y listas para saturar defensas.
Una advertencia. En resumen, lo que está en juego no es un programa más ni una innovación marginal. Para Estados unidos se trata de la supervivencia estratégica en un mundo donde la guerra de enjambres, barata y ubicua ya es una realidad.
Desde ese prisma, la mayoría concuerda: Washington debe dejar de soñar con armas perfectas y asumir que el futuro se juega en el volumen, la rapidez y la adaptabilidad. Si no actúa, si no produce decenas de miles de drones al estilo Shahed y no transforma su doctrina y su industria, llegará tarde a lo que venga.
Imagen | Army Contracting Command’s Facebook page