La clave para evitar la obesidad entre los niños: medir exactamente la hora a la que comen, según unos científicos

Publicado el 08/06/2025 por Diario Tecnología
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La clave para evitar la obesidad entre los niños: medir exactamente la hora a la que comen, según unos científicos

El sobrepeso ya no es un problema exclusivo de los adultos ni una cuestión aislada en la infancia. Entre almuerzos improvisados y cenas tardías está emergiendo un grave problema. De seguir la inercia actual, un estudio publicado en The Lancet ha advertido que España podría situarse como el cuarto país del mundo con mayor prevalencia de obesidad infantil en 2050. Y la respuesta no está solo en lo que se come, sino en cuándo.

Mirando más allá del plato. Durante décadas, el debate nutricional se centró en calorías, grasas, azúcares y etiquetas. Pero una pregunta clave había quedado fuera del radar: ¿importa la hora en la que se come? Aquí entraría la disciplina de la crononutrición. Esta disciplina analiza cómo los horarios de las comidas pueden influir directamente en nuestra salud. Más técnicamente, se trata de que los relojes biológicos (ajustados por factores como la luz, el sueño, la actividad física y la alimentación) están estrechamente ligados al metabolismo a través de los llamados ritmos circadianos.

Por eso, cenar tarde, que en España es una tónica habitual, podría estar pasando factura. No solo dificulta la digestión: también puede desajustar el metabolismo, hacer que la insulina funcione peor y, con el tiempo, favorecer el sobrepeso, incluso si el plato parece saludable.

Bajo esa premisa. Un grupo de investigadores del proyecto VALORNUT, de la Universidad Complutense de Madrid, se propuso responder a esa teoría, pero enfocándolo hacia los más pequeños. Para ello, reunieron a 880 escolares de entre 8 y 13 años, procedentes de cinco provincias españolas: A Coruña, Barcelona, Madrid, Sevilla y Valencia. El objetivo no era solo saber qué comían los niños, sino también a qué hora lo hacían.

El estudio se centró en tres aspectos concretos: el desayuno, la cena y la “ventana de alimentación”. Este concepto poco conocido se refiere al tiempo que transcurre entre la primera comida del día y la última para saber como se distribuye la ingesta diaria. ¿El criterio? Consideraron desayuno tardío el que ocurre después de las 8:53 h, y cena tardía la que se toma a partir de las 21:10 h. Si la diferencia entre ambas superaba las 12 horas, se hablaba de una ventana alimentaria prolongada.

Los resultados. A diferencia de lo que han sugerido algunos estudios en adultos, en este caso no se encontró una relación directa entre comer tarde o alargar demasiado el tiempo entre la primera y la última comida del día, y tampoco se observo un mayor riesgo de obesidad en los niños analizados. Sin embargo, el metabolismo sí daba señales de cambio, como el caso de los escolares que desayunaban más tarde presentaban niveles más bajos de glucosa y de colesterol LDL (el conocido como “malo”), y más altos de HDL (el “bueno”). Un dato que revelaba el hilo del que había que tirar. 

Ahí estaba el patrón. Cuando se analizaban las cenas tardías o las ventanas alimentarias muy prolongadas, emergía un patrón distinto: la calidad de la dieta empeoraba. Comidas menos planificadas, más improvisadas y con menor valor nutricional. Por otro lado, también se daba que había niños que comían durante más horas al días, es decir, con una ventana más prolongada. Estos mostraban valores poco favorables a nivel de glucosa y colesterol e índices de desarrollar enfermedades cardiovasculares en el futuro.

Pero hay más. Y a esta ecuación se le sumaba un factor adicional: el sueño. El estudio reveló que un 60 % de estos niños también dormía menos horas, lo que podría potenciar aún más los efectos negativos sobre su metabolismo. Menos descanso, más desajuste en los horarios de comida y una dieta de menor calidad: un cóctel silencioso, pero potencialmente dañino.

Sincronizando tiempos. A la luz de los resultados, los investigadores lanzan un mensaje claro: no basta con comer bien, también hay que comer a tiempo. Desde el propio estudio ha aclarado que la recomendación pasa por acortar la ventana diaria, es decir, que todas las comidas se concentren en un período de menos de 12 horas.

Claro está que en el caso de España, donde las cenas tardías están profundamente arraigadas a la cultura, por lo que el reto no es menor. No obstante, si se quiere frenar la obesidad infantil, el “cuándo” debe ocupar un lugar tan relevante como el “qué” y el “cuánto”. La investigación también plantea nuevas líneas de trabajo: ¿qué papel juega el cronotipo del niño? ¿Qué ocurre si se combina estos datos con la calidad del sueño? ¿Y si además se enseña a planificar mejor las comidas? Entender cómo funciona el reloj interno desde la infancia puede ser clave para evitar que este problema crezca con ellos.

Imagen | Pavel Danilyuk

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