"Mira papá, bueyes": la curiosa historia de cómo una niña de ocho años descubrió sin querer las pinturas de la Cueva de Altamira
Publicado el 21/07/2024 por Diario Tecnología Artículo original
A unos minutos en coche del precioso, fresquito y paseable pueblo cántabro Santillana del Mar se encuentra uno de los grandes tesoros nacionales, la Cueva de Altamira. Cerrada al público ahora por motivos evidentes, pero visitable a través de una recreación hecha al milímetro bautizada como Neocueva, Altamira conserva en su interior una impresionante colección de pinturas del paleolítico, la más antigua con más de 30.000 años de historia. Y como muchos otros grandes descubrimientos, llegamos a ella de casualidad. Esta es su historia.
Modesto Cubillas. Aunque el descubrimiento de la Cueva de Altamira siempre ha estado envuelto en cierta polémica, el Ministerio de Cultura de España se lo atribuye a Modesto Cubillas en el año 1868. Dice la historia que Cubillas se encontraba de cacería cuando su perro cayó por unas rocas mientras perseguía a una presa. Al acudir en su ayuda se encontró con las cavernas, a las que no dio mayor importancia por 1) ser algo común en la región y 2) estar cubiertas de vegetación.
La primera visita. Cubillas contó lo que había visto a sus vecinos, pero la cosa quedó ahí. No fue hasta el año 1875 cuando Marcelino Sanz de Sautuola, naturalista, prehistoriador español y tatarabuelo de Ana Botín (Presidenta del Consejo de Administración del Banco Santander), visitó la cueva por primera vez para encontrarse con cero unidades de cosas que le llamasen la atención, más allá de unas líneas negras a las que no dio importancia.

Pero y si... Años más tarde, Marcelino asistió a la Exposición Universal de París en 1878 y allí pudo ver objetos prehistóricos. Cómo eran, cómo identificarlos. Armado con nuevos conocimientos, decidió volver a la cueva junto a la pequeña María San de Sautuola y Galante, su hija de tan solo ocho años. Eso fue en el año 1879.
La inocente curiosidad. Mientras que el padre buscaba restos en la entrada de la cueva, la pequeña María, motivada por la curiosidad innata de una niña de su edad, decidió seguir hacia delante y adentrarse en la galería. Al llegar al fondo, María gritó "Mira papá, bueyes" mientras señalaba al techo. No eran bueyes, sino bisontes, pero el error era normal: los bueyes eran los animales de tiro usados en la zona.
Marcelino identificó la especie representada como el bisonte, que entonces se consideraba extinto en Europa, pero no encontró huesos del animal en la cueva. Dado lo insólito de la cueva, cuyas realistas pinturas se extendían por todo el techo, siendo así uno de los descubrimientos más importantes y grandes del momento, se generaron todo tipo de debates. Desde el negacionismo del descubrimiento hasta acusaciones de que había sido el propio Marcelino quien había pintado las figuras. Los años, no obstante, le darían la razón, aunque de esto podrían escribirse ríos y ríos de tinta.

Y se lió.