Israel está obsesionada con el proyecto de bomba nuclear de Irán. Lo que oculta es su propio arsenal atómico no oficial
Publicado el 18/06/2025 por Diario Tecnología Artículo original
Con el conflicto de Oriente Medio se da una paradoja. Israel lleva 30 años diciendo que Irán está a punto de tener armas nucleares, algo que nadie tiene la certeza de que sea así, al menos no en su totalidad. De hecho, es una de las cuestiones más repetidas estos días hasta dónde alcanza el “tema nuclear” iraní. Y, sin embargo, nadie hace la pregunta a la inversa. ¿Qué ocurre con el programa nuclear de Israel?
Las “bombas” de Irán. Lo contamos ayer. A pesar de las alarmas encendidas por Netanyahu desde hace más de una década (como aquella célebre caricatura de bomba que mostró en la ONU en 2012), no existen pruebas concluyentes de que Irán haya tomado la decisión de fabricar un arma nuclear.
Si bien el país ha enriquecido uranio hasta niveles cercanos al grado militar y ha acumulado reservas que, técnicamente, podrían servir para producir varias bombas con una mayor purificación, tanto los servicios de inteligencia estadounidenses como la Agencia Internacional de Energía Atómica coinciden en que no se ha detectado un programa activo de armamento. Irán se ha transformado en un “estado umbral”, con capacidad para armarse si así lo decidiera, pero sin evidencias de haber cruzado ese umbral.
Nuclear de un solo lado. Y mientras Israel despliega toda su fuerza militar para desmantelar lo que considera una amenaza existencial (el programa nuclear de Irán), lo hace portando su propio arsenal atómico, no reconocido oficialmente pero cada vez más evidente. La guerra que Israel ha emprendido contra Teherán busca destruir instalaciones clave que, según expertos internacionales, podrían proporcionar a Irán esa bomba atómica en cuestión de meses.
Sin embargo, en un gesto de paradójico silencio, Israel nunca ha confirmado ni desmentido la existencia de su propio programa nuclear. A nivel diplomático, mantiene una fórmula ambigua: asegura que no será el primer país en “introducir” armas nucleares en Oriente Medio. Esa frase, deliberadamente imprecisa, le permite conservar un discurso de prudencia al tiempo que preserva lo que la mayoría de los analistas considera una capacidad atómica consolidada y creciente.

Oculto pero temido. De hecho, la jugada es doblemente ganadora. Contaba el New York Times que los cálculos más conservadores atribuyen a Israel un mínimo de 90 ojivas nucleares listas para ser desplegadas, con reservas de material fisible suficientes para fabricar centenares más. Aunque su arsenal es el segundo más reducido de los nueve países reconocidos informalmente como potencias nucleares, solo por delante de Corea del Norte, su capacidad de entrega es avanzada: misiles balísticos, aviones de combate modificados y submarinos dotados de misiles con capacidad nuclear constituyen una tríada de disuasión completa.
La ausencia de Israel en el Tratado de No Proliferación Nuclear (del que tampoco forman parte India, Pakistán o Corea del Norte) refuerza la excepcionalidad jurídica de su situación. El tratado, vigente desde 1970, solo reconoce como potencias nucleares a las cinco naciones que detonaron armas atómicas antes de 1967: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido. Cualquier otro país que firmara debería, en teoría, renunciar a dicho armamento. Israel ha evitado ese compromiso, manteniendo así una libertad estratégica que le permite operar al margen de inspecciones internacionales o limitaciones explícitas.
El secreto de Dimona. Y aquí viene una de las claves del meollo. El corazón del programa nuclear israelí late en el desierto del Néguev, en las instalaciones de Dimona. Fundada en 1958 con ayuda francesa, esta instalación fue objeto de inspecciones estadounidenses durante la década de 1960, pero desde entonces ha permanecido fuera del alcance de cualquier monitoreo internacional.
Documentos de inteligencia desclasificados revelaron ya en 1960 que el complejo incluía una planta de reprocesamiento de plutonio, lo cual implicaba un objetivo militar. Para 1967, Israel había logrado desarrollar explosivos nucleares y en 1973, durante la guerra del Yom Kipur, Estados Unidos ya asumía con certeza que el país poseía bombas atómicas. A lo largo de las décadas, diversas imágenes satelitales han documentado ampliaciones significativas en Dimona, y algunos informes recientes indican que Israel podría estar incluso construyendo un nuevo reactor para incrementar su capacidad de producción de plutonio, el material indispensable tanto para armas nucleares como para ciertos usos pacíficos.
Disuasión silenciosa. A diferencia de decenas de países que se acogen al paraguas nuclear de Estados Unidos para su defensa, Israel ha optado por su propio escudo atómico. Esta independencia estratégica sugiere que Israel no solo posee armas nucleares, sino que está dispuesto a emplearlas como último recurso si su existencia se ve comprometida. Aunque nunca ha utilizado estas armas en combate, existen informes que apuntan a su preparación durante las guerras de 1967 y 1973.
También se sospecha que Israel participó en ensayos nucleares secretos, como el célebre incidente del satélite estadounidense Vela en 1979, que detectó una doble explosión lumínica cerca del océano Índico. Aunque la nación negó su implicación, diarios del presidente Jimmy Carter dejaron constancia de la fuerte sospecha de que Israel y Sudáfrica colaboraron en esa prueba clandestina. Sea como fuere, aquellos acontecimientos siguen sin ser confirmadas, aunque los documentos más relevantes continúan clasificados, lo que alimenta las sospechas.
La lógica estratégica. En resumen, y pese a su opacidad oficial, la existencia del arsenal nuclear israelí parece reconocida tácitamente por su exclusión de mecanismos de protección ajenos. El hecho de que no forme parte de la disuasión estadounidense es interpretado por expertos como la confirmación no verbal más clara de su capacidad atómica independiente. A ojos del gobierno israelí, esta decisión responde a una filosofía profundamente arraigada: nadie más que Israel puede ni debe garantizar su supervivencia.
Recordaba el Times que esa lógica, heredera del trauma fundacional del Holocausto, fue expresada explícitamente por Ernst David Bergmann, presidente de la Comisión de Energía Atómica israelí, al declarar que la bomba atómica era la única garantía de que “nunca más seremos llevados como corderos al matadero”.
Qué duda cabe, ese principio sigue guiando la doctrina nuclear israelí: mantener una capacidad suficientemente ambigua para no provocar reacciones internacionales, pero lo bastante poderosa como para disuadir cualquier agresión real.
Imagen | Planet Lab, The Official CTBO
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