Hubo un tiempo en el que creímos que las aves migraban a la Luna. Hasta que una flecha lanzada en África cayó en Alemania
Publicado el 26/04/2025 por Diario Tecnología Artículo original
La primavera es una época que siempre me ha gustado. No por las horribles procesionarias, sino por la vuelta de las golondrinas y, sobre todo, de las cigüeñas. Tras un largo invierno, regresan a casa para anidar. Imagina la sorpresa si, un buen día, una de esas cigüeñas aparece en tu localidad con el cuello atravesado por una flecha de 80 centímetros.
Deja de imaginar porque eso ocurrió en 1822 en una ciudad alemana. Y lejos de ser una anécdota, se convirtió en un hecho clave para desentrañar el misterio de por qué las aves desaparecían en invierno.
La duda. Ahora no es ningún misterio y es algo que aprendemos en el colegio desde pequeños, pero hace no tantos siglos, la gente no sabía por qué, de buenas a primeras, las aves se iban en otoño y reaparecían en primavera. Esos procesos migratorios en los que hasta las más pequeñas de las aves recorren miles de kilómetros sin detenerse no se entendían, lo que obligaba a los pensadores de la época a lanzar hipótesis y teorías que, a falta de pruebas, pues se aceptaban sin más.
Una de las respuestas era evidente. Y no podía ser otra que…
Aves alienígenas. Eso es lo que pensaba Charles Morton, un académico de Harvard que, en el siglo XVII, sugirió que la razón por la que algunas aves desaparecían en invierno era porque migraban… hasta la Luna. Lo más probable es que hayas levantado la ceja pensando algo como “imposible, no podían ser tan ilusos”, pero hay que ponerse en la piel de alguien que no tenía forma alguna de comprobar el fenómeno y no dejaba de ser una respuesta a un misterio real.
Porque lo que sabían era que desaparecían durante meses, pero no el sitio al que iban. Y como veían la Luna desde Massachusetts, pero no Colombia, pues la respuesta estaba clara. Pero no te creas que era la única teoría loca de la época. Aristóteles, ya en el IV a.C. teorizó sobre la posibilidad de que se transformaran en otras especies o incluso se barajó sobre su hibernación bajo el agua. Morton rechazó esta idea porque era demasiado fantasiosa (no como la suya, claro).
El flechazo. Morton incluso calculó que el viaje a la Luna llevaba un mes de ida y otro de vuelta, durmiendo gran parte del tiempo y sobreviviendo gracias a su grasa corporal. Lo cierto es que, a falta de teorías mejores, no estaba mal (pese a mi tono jocoso, hablamos del siglo XVII y los medios que tenían). Sin embargo, poco a poco se fue cimentando la idea de que esas aves europeas iban a otros lugares durante el invierno. Y la prueba definitiva la trajo una cigüeña.
Un buen día de 1882, al norte de Alemania, alguien disparó a una cigüeña, que cayó abatida y con una sorpresa mayúscula para los presentes: tenía una flecha de 80 centímetros atravesando su cuello. La pregunta ya no era cómo podía volar con semejante avería, sino de dónde había salido la flecha.

Pfeilstorch. Así, llevaron el cuerpo de la cigüeña a la Universidad de Rostock, donde los investigadores examinaron el proyectil y concluyeron que se trataba de una flecha perteneciente a algún grupo del centro de África. Como era imposible, o tremendamente improbable, que alguien lanzara algo así en suelo europeo, la respuesta se tornó evidente: esa cigüeña había recorrido más de 3.000 kilómetros desde el punto en África en el que había pasado el invierno y donde fue abatida en Alemania.
Bautizada como Pfeilstorch, fue disecada y se conserva en perfectas condiciones en la Colección Zoológica de la Universidad de Rostock gracias a su innegable importancia en el mundo de la ciencia y la ornitología: fue la confirmación a las sospechas de que, efectivamente, las aves migratorias ni se transformaban en otra cosa, ni dormían cuatro meses bajo el agua o se iban a la Luna: viajaban a lugares más cálidos durante el invierno europeo.
Clave. Tras Pfeilstorch (que quiere decir “cigüeña flechada” o “cigüeña atravesada por una flecha”), se encontraron más ejemplares en Europa con las mismas características: flechas clavadas en alguna parte de su cuerpo. Esto no es tan infrecuente en aves grandes, que muestran una gran resiliencia ante heridas que no comprometan el vuelo o sus funciones básicas. Una vez son heridas, si no es de gravedad, la herida se estabiliza y el ave puede seguir con su vida.
Con la inclusión de las anillas en las patas de las aves por parte del danés H.C. Mortensen en 1899, los investigadores sistematizaron el estudio de especímenes para comprobar que los que volaban desde Europa antes del invierno, desaparecían y después regresaban, eran los mismos.
Así, podemos decir que esa flecha lanzada en África que aterrizó en Alemania fue el primer sistema de seguimiento de aves, una casualidad que permitió obtener los primeros datos concluyentes sobre las prácticas migratorias de las aves.
Imágenes | Thula Na
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