Solo hay una forma correcta de colocar el papel higiénico. Una patente acabó con el debate en 1891
Publicado el 08/05/2025 por Diario Tecnología Artículo original
Llevamos siglos librando todo tipo de batallas, y en algunos casos la respuesta pasó de largo entre disputas de unos y otros. Entre esos debates hay uno que nunca parece desaparecer porque ambos bandos lo tienen igual de claro. Nos referimos al papel higiénico y la forma correcta de colgarlo. Si tardamos décadas en lograr un avance significativo del rollo, tiene sentido que la polémica haya perdurado.
Lo curioso es que la respuesta estaba desde el principio.
Una “guerra” de siglo y medio. La eterna disputa sobre cómo debe colgarse el papel higiénico (con la hoja “por encima” o “por debajo” del rollo) ha generado opiniones encontradas, debates familiares e incluso discusiones encendidas. Quienes prefieren el método “over” (por encima) esgrimen razones prácticas e higiénicas: es más fácil localizar el extremo del papel, reduce el riesgo de contacto con la pared (y por tanto con gérmenes) y resulta visualmente más ordenado.
Sin embargo, en la otra acera, los partidarios del “under” (por debajo) apelan a una apariencia más discreta y al hecho de que, por ejemplo, dificulta que las mascotas o los niños en casa desenrollen el papel entero.
Un invento ilustrado. Sin embargo, toda esta controversia parece haber encontrado una respuesta oficial en un lugar inesperado: un documento de hace más de 130 años. En 2015, el escritor Owen Williams rescató una imagen histórica del archivo de Google Patents que mostraba la patente registrada en 1891 por Seth Wheeler, nada más y nada menos que el inventor del papel higiénico perforado.
En la misma, queda claramente ilustrado cómo debe colgarse el papel: por encima del rollo (imagen debajo). La patente, registrada por la Albany Perforated Wrapping Paper Company, incluye diagramas inequívocos en los que el papel se desenrolla desde el frente.

Las razones de Wheeler. El inventor no solo patentó el concepto del papel perforado en 1871, sino que, dos décadas después, perfeccionó el diseño en rollo, con la intención de minimizar el desperdicio y facilitar su uso sin necesidad de complicados portarrollos.
Su objetivo era la eficiencia, no alimentar debates interminables: “Mi rollo mejorado puede usarse en los soportes más simples”, escribió en el texto de la patente. En su concepción original, el papel debía caer hacia el frente para facilitar el desgarro individual de las hojas perforadas, evitando así desenrollados accidentales o un malgasto innecesario.

Ciencia al rescate. Hay más datos que corroboran que los “pro-encima” llevan razón. La ciencia también apoya esta orientación por razones puramente de salud. Según explicaba el doctor Christian Moro, profesor de ciencias de la salud en la Universidad Bond, colgar el papel con la hoja por encima reduce el riesgo de que los usuarios toquen la pared trasera del soporte al buscar el extremo del rollo, lo cual puede minimizar esa propagación de bacterias.
Moro recordaba que entre los agentes potenciales de contagio que pueden hallarse en los baños están el estreptococo, el estafilococo, la E. coli y los virus del resfriado común, todos capaces de transmitirse a través del contacto con superficies contaminadas. Evitar que las manos entren en contacto innecesario con la pared o el soporte del rollo es, por tanto, una medida sencilla pero eficaz para reducir el riesgo de infección en espacios compartidos.
Un invento... ¿a revisar? Más allá del debate sobre cómo se debe colocar, en los últimos años han aparecido otros en torno al invento. Explicaba el New York Times en una columna que aunque su invención representó en su momento una mejora técnica respecto a métodos anteriores (que incluían, atención, hojas, conchas marinas, palos con esponjas o incluso cerámicas reutilizables), la persistencia de su uso revela menos una eficacia funcional que una resistencia cultural a abandonar lo familiar.
Aquí aparece la pandemia de Covid-19, momento en que el papel higiénico adquirió un protagonismo insólito: no por su utilidad médica, sino como símbolo de control ante el caos. La histeria colectiva llevó a vaciar estantes, ignorando que ni el suministro estaba amenazado ni el papel era la solución más higiénica. Y a pesar de ello, los expertos concuerdan en que está lejos de ser la opción más limpia o saludable.
La evidencia. Explicaba el Times que investigadores en enfermedades infecciosas y salud colorrectal coinciden en que el uso exclusivo de papel no garantiza una limpieza adecuada y puede, de hecho, provocar irritaciones y favorecer la transmisión de enfermedades. Entre los agentes patógenos que pueden sobrevivir en restos fecales mal eliminados se encuentran esos gérmenes y bacterias que comentamos antes y que son causantes de infecciones urinarias.
Incluso se llegaron a detectar rastros del mismo coronavirus en su momento en heces humanas. Según el doctor H. Randolph Bailey, cirujano colorrectal en Houston, muchas dolencias anales que observa en consulta provienen de una limpieza excesiva o con productos inadecuados, como toallitas húmedas con perfumes y químicos irritantes.
Agua como solución. Aquí se abre un debate paralelo, seguramente más encarnizado. ¿La razón? El método más higiénico, según muchos especialistas, es el enjuague con agua, ya sea mediante bidés o similares. En Japón, por ejemplo, los inodoros inteligentes con chorros de agua templada son la norma, mientras que en Occidente la adopción sigue siendo marginal. Las razones no son técnicas ni económicas (hoy existen soluciones compactas y accesibles), sino más bien culturales.
El rechazo al bidé ha estado históricamente asociado a prejuicios de pudor, licenciosidad o incluso a malentendidos ridículos como el ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los soldados estadounidenses conocieron los bidés en burdeles franceses, lo que los convirtió en objetos “sospechosos”. La anécdota de una turista norteamericana que lo confundió con una bañera para bebés ilustra hasta qué punto la incomodidad frente a lo desconocido ha frenado su adopción, incluso en Francia, donde fue originalmente habitual.
O toallitas. En los últimos tiempos ha surgido un “plan C” frente a los fundamentalistas del rollo o el agua: las toallitas húmedas. El problema es que ha venido acompañado de consecuencias ambientales. Su acumulación en redes de alcantarillado, combinada con grasa y desechos, ha dado lugar a enormes obstrucciones (conocidas en el mundo anglo como "fatbergs") capaces de colapsar los sistemas de saneamiento urbano.
Bajo ese prisma, en lugar de mejorar el panorama, las toallitas han añadido un nuevo problema a otro ya existente, alimentado por una industria que promueve marcas con nombres como “Dude Wipes” o “Queen V”, apelando al mercado adulto con promesas de frescura y modernidad.
El peso de la historia. Sea como fuere, y más allá de preferencias personales, el papel higiénico sigue siendo el rey en el baño, y la existencia de un documento oficial que respalda la orientación “por encima” debería zanjar una de las discusiones más triviales pero persistentes del ámbito doméstico.
Al menos desde la perspectiva del inventor, colgar el papel higiénico por encima no solo era lo lógico, sino también lo funcional. Y aunque el contexto ha cambiado, diría que hay algo reconfortante en saber que incluso los pequeños dilemas cotidianos tienen una raíz histórica que puede resolverse con una simple hoja de papel… patentada en 1891.
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