Polonia, Finlandia, Lituania, Letonia y Estonia son vecinos de Rusia. Así que han decidido rodearse con un arma del pasado

Publicado el 17/07/2025 por Diario Tecnología
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Polonia, Finlandia, Lituania, Letonia y Estonia son vecinos de Rusia. Así que han decidido rodearse con un arma del pasado

A finales de abril una exclusiva del Wall Street Journal a través de datos satelitales mostraba una serie de movimientos estratégicos del ejército ruso sobre enclaves fronterizos. Unos días antes, el New York Times contaba cómo Finlandia se estaba preparando para una eventual guerra. Luego fueron los países bálticos los que comenzaron a rodear Rusia con 600 búnkeres.

Ahora todos estos países han dado un paso inédito.

Una sombra del pasado. Durante décadas, las minas antipersona marcaron las fronteras del bloque soviético, no tanto como una defensa militar eficaz, sino como un medio brutal de evitar la huida de sus ciudadanos hacia Occidente. Tras el colapso de la URSS, la comunidad internacional se embarcó en una compleja y laboriosa campaña de desminado que culminó con la firma del Tratado de Ottawa en 1997, respaldado por más de 160 países.

Ocurre que ese legado de desarme humanitario, que parecía sellado para siempre, ahora se está resquebrajando. A raíz de la invasión rusa de Ucrania, cinco países europeos (Polonia, Finlandia, Lituania, Letonia y Estonia) han decidido iniciar el proceso legal para abandonar el tratado, reabriendo así la posibilidad del uso sistemático de minas antipersona en suelo europeo.

Pragmatismo militar. La decisión no implica una colocación inmediata de minas en sus fronteras, pero sí marca un cambio de enfoque drástico y cargado de implicaciones. Durante años, las doctrinas militares modernas minimizaron el valor táctico de estas armas en conflictos convencionales, subrayando su carácter indiscriminado y su escasa utilidad frente a unidades blindadas.

Sin embargo, la guerra en Ucrania ha alterado ese razonamiento: los extensos campos de minas colocados por Rusia fueron uno de los factores decisivos en la contención de la contraofensiva ucraniana. Si bien no detienen una división mecanizada por sí solas, obligan al adversario a ralentizar su avance, canalizar sus movimientos y gastar recursos valiosos en operaciones de limpieza, ofreciendo así una ventaja defensiva asimétrica que muchos ahora ven como irrenunciable.

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Consecuencias legales y morales. El Tratado de Ottawa fue más que un pacto militar firmado por más de 160 países (importante: sin Rusia, China y Estados Unidos): representó un hito moral en la historia del derecho humanitario. Su éxito permitió reducir el número de víctimas por minas de más de 20.000 al año en los años noventa a cerca de 3.500 en la actualidad. La salida de varios países europeos no solo debilita el tratado en términos prácticos, sino que socava la arquitectura jurídica que desde el final de la Guerra Fría ha buscado humanizar los conflictos.

Para muchos activistas, como Mary Wareham de Human Rights Watch, esta retirada representa una peligrosa grieta en un consenso que también protege contra armas químicas, biológicas y nucleares. En sus palabras, una vez que la idea de abandonar acuerdos internacionales gana legitimidad, es difícil frenar el efecto dominó. Lo que está en juego no es solo un arma, sino el principio mismo de que hay límites en la guerra, aclara.

Golpe al corazón de Europa. La presión sobre los gobiernos ha sido intensa y transversal. En Finlandia, cuyo parlamento votó por amplia mayoría a favor de abandonar el tratado, incluso legisladores contrarios a las minas reconocen que el temor a una invasión rusa ha alterado las prioridades de seguridad nacional. La frontera terrestre de 1.300 kilómetros con Rusia, unida a una historia marcada por guerras con Moscú, ha generado una sensibilidad particular que ha dado alas a propuestas que hace apenas cinco años habrían sido impensables.

El detonante político, sin embargo, vino de Lituania, donde el entonces ministro de Defensa, tras visitar Ucrania, afirmó que la prohibición de las minas estaba obstaculizando la defensa frente a Rusia. A partir de ahí, la idea se propagó entre los aliados más expuestos geográficamente. Solo Noruega, entre los países con frontera directa con Rusia, ha reiterado su compromiso firme con el tratado.

El pasado como advertencia. Ucrania, firmante del tratado en 2006, había mantenido en reserva más de tres millones de minas. La frustración tras el fracaso parcial de su contraofensiva, junto al uso masivo de minas por parte de Rusia, llevó al gobierno de Zelensky a reconsiderar su postura. De hecho, el presidente anunció este mes formalmente la salida del tratado, argumentando que no se podía combatir una amenaza existencial con una mano atada por tratados que Moscú nunca firmó ni respetó.

Estados Unidos, aunque tampoco es parte del tratado, había mantenido restricciones al uso de minas, pero las levantó parcialmente para suministrar a Ucrania. Esto ha marcado una ruptura tácita con décadas de esfuerzos diplomáticos y de desarme. Para muchos, como el británico Paul Heslop (experto de la ONU en desminado), lo que estamos presenciando es una traición a la memoria de quienes lucharon (y murieron) por erradicar estas armas.

Imagen | DFID, United Nations, PH1 Dewayne Smith

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