México tenía su propia Alcatraz a 130 km del país. Unas islas fortificadas albergaban los asesinos más peligrosos de la nación

Publicado el 17/05/2025 por Diario Tecnología
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México tenía su propia Alcatraz a 130 km del país. Unas islas fortificadas albergaban los asesinos más peligrosos de la nación

En diciembre rescatamos una historia verídica que posiblemente le sirvió a Michael Bay para su película 'La Roca', ambientada en la prisión de Alcatraz. En realidad, no era tan inexpugnable, pero la cárcel (ahora convertida en espacio de visita turística) ha vuelto a ser notica porque Trump considera la idea de recuperarla como “hogar” para los criminales más peligrosos de Estados Unidos. Lo cierto es que, antes de Alcatraz, México ya tenía una prisión de este tipo.

De prisión a santuario. Durante más de un siglo, las Islas Marías representaron el confinamiento, el exilio y la dureza del sistema penitenciario mexicano. Una historia que cambió desde el cierre definitivo de su prisión en 2019, cuando el remoto archipiélago en el Pacífico comenzó una sorprendente e inesperada transformación hacia el ecoturismo y la conservación ambiental.

Ubicadas a unos 130 kilómetros de la costa de Nayarit, las cuatro islas, y en particular María Madre, pasaron de ser la última colonia penal insular de América a convertirse en una reserva de la biosfera administrada por la marina mexicana. En 2022 comenzaron las visitas organizadas para turistas bajo fuertes medidas de seguridad y con rutas limitadas, donde los visitantes pueden recorrer tanto la naturaleza salvaje como las huellas históricas de un pasado carcelario plagado de historias oscuras. Las instalaciones penitenciarias aún visibles (como celdas, torres de vigilancia y un módulo de máxima seguridad) se combinan ahora con hoteles, senderos, vegetación exuberante y especies endémicas que han sobrevivido gracias al aislamiento durante millones de años.

Violencia, castigo y resistencia. Fundada como prisión en 1905, las Islas Marías albergaron a muchos de los criminales más peligrosos del país, junto a disidentes políticos, campesinos pobres y líderes religiosos durante distintas etapas históricas. Allí también fueron recluidos opositores del gobierno de Álvaro Obregón, católicos en tiempos de la Guerra Cristera, y figuras como el escritor José Revueltas, símbolo de la disidencia intelectual.

El régimen carcelario varió a lo largo del tiempo, desde modalidades semiliberadas en las que algunos internos vivían con sus familias, hasta estructuras cerradas como la sección de máxima seguridad abierta en 2011 tras la militarización del sistema penal durante la guerra contra el narco. En esas instalaciones, descritas como réplicas de prisiones estadounidenses, los presos convivían con violencia y castigos extremos, como la existencia de una cabina metálica que funcionaba como cámara de tortura por calor solar. De hecho, contaba la BBC que aún persisten rumores de ejecuciones encubiertas y enterramientos clandestinos en las otras islas del archipiélago, frecuentadas ocasionalmente por pescadores ilegales y narcotraficantes.

Sobrepoblación. Durante las últimas décadas de funcionamiento como prisión se experimentaron episodios graves de superpoblación, particularmente notorios en los años 2000. Según contaba Los Angeles Times y testimonios recogidos por medios mexicanos como El Universal y Proceso, en algunos momentos llegaron a vivir más de 8.000 internos en condiciones precarias, en instalaciones pensadas originalmente para albergar a muchos menos.

Un ejemplo especialmente impactante fue relatado por una ex reclusa que, en 2022, recordó que 500 mujeres compartían solo cinco baños, situación que describió como vivir en un “gallinero”. Aunque como decíamos, en sus inicios la prisión tenía un régimen relativamente abierto (permitía incluso que algunos internos vivieran con sus familias), el endurecimiento de la política penitenciaria tras la guerra contra el narcotráfico en 2006 y la apertura del módulo de máxima seguridad agravaron el hacinamiento. Las denuncias de raciones insuficientes y falta de atención médica derivaron incluso en un motín en 2013, tras el cual el módulo se cerró. La combinación de deterioro estructural, falta de recursos y presión social acabó llevando al cierre definitivo del penal en 2019.

Biodiversidad. Entonces llegó la “segunda vida” de las islas. Pese a su legado sombrío, la riqueza natural del archipiélago ha sobrevivido e incluso florecido. Desde 2010, cuando la prisión aún funcionaba, la Unesco reconoció las Islas Marías como reserva de la biosfera por su ecosistema único, compuesto por bosques secos, manglares, arrecifes coralinos, costas y fauna endémica como el loro Tres Marías, mapaches y conejos que no existen en ningún otro lugar del planeta.

Muchas de estas especies sufrieron durante el periodo penitenciario (cuentan que algunos reclusos cazaban serpientes para hacer cinturones o traficaban loros con ayuda de familiares). Hoy, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) trabaja junto a la marina para proteger esta biodiversidad, aunque los desafíos se mantienen, sobre todo por la pesca ilegal. Pese a las restricciones impuestas desde 2000 y reforzadas en 2021, científicos como el biólogo marino Octavio Aburto-Oropeza alertaban que aún operan empresas que ofrecen pesca recreativa o con arpón sin control efectivo, lo que pone en riesgo el frágil equilibrio ecológico de la zona.

Turismo (responsable). Hoy, las visitas a María Madre se han convertido en una mezcla extraña de bioturismo y memoria histórica. Los turistas, en su mayoría mexicanos, se sienten atraídos tanto por el entorno salvaje como por la historia de sufrimiento inscrita en las celdas, los pasillos, los murales y los cementerios. Lo explicaba la BBC con ejemplos, como la tumba de "El Sapo", un supuesto asesino estatal asesinado a machetazos por sus compañeros de celda, o las esculturas de pulpos hechas por reclusos que decoran habitaciones aún clausuradas, episodios que generan un ambiente entre lo surrealista y conmovedor.

En definitiva, aunque el enfoque actual da prioridad al contacto con la naturaleza y la educación ambiental, la atracción principal para muchos sigue siendo la misma que en Alcatraz: la posibilidad de caminar por lo que alguna vez fue un infierno penitenciario. Así, en la experiencia de la visita conviven dos relatos: el de una prisión infame que funcionó como herramienta de control social y represión durante más de un siglo, y el de un ecosistema resiliente que ahora parece ofrecer una promesa de redención a través del turismo responsable y la memoria colectiva.

Imagen | Vallee, RawPixel

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