Mucho lirili, poco lerele: Francisco ha sido un Papa mucho menos "revolucionario" de lo que se le acusa
Publicado el 21/04/2025 por Diario Tecnología Artículo original
Cuando la tarde del 13 de marzo de 2013, Jean- Louis Tauran salió al balcón central de la Basílica de San Pedro y anunció que el Cardenal Jorge Bergoglio había sido el elegido nuevo Papa de Roma, el mundo supo que se venía un terremoto.
Ahora, 12 años después y justo tras su muerte, es el momento de evaluar si ese temblor llegó siquiera a producirse.
El Papa del fin del mundo. Así se presentó el ya nombrado Francisco ante una plaza de San Pedro completamente abarrotada: "Sabéis que el deber del cónclave era dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo al fin del mundo. Pero aquí estamos".
Hacía un mes que Benedicto XVI había renunciado al cargo extenuado por la cantidad de problemas existenciales que acosaban a la Iglesia y lo que todo el mundo esperaba eran cambios. El papado de Ratzinger se había entendido como una solución de tránsito: como una Iglesia que ganaba tiempo para prepararse ante los retos que el siglo XXI le estaba planteando.
A la luz de los titulares que estamos viendo en estas horas ("un vendaval social y reformador"), correríamos el riesgo de pensar que Francisco dio esa batalla y la ganó. Pero a poco que examinamos con detalle su pontificado vemos que no fue exactamente así.
Un cambio radical de formas. Esto es lo primero que llamó la atención de la llegada de Francisco a Roma: el cambio en las formas. Vivir en la residencia de Santa Marta (en lugar de en los apartamentos pontificios), su vestimenta sencilla, su animosidad, socarronería y vitalidad... Como decía en julio de 2013 el periodista conservador británico Andrew Sullivan: "lo que impactaba no es lo que decía, sino cómo lo decía: la amabilidad, el humor, la transparencia".
Eso levantó un sinfín de expectativas (el artículo de Sullivan se llama, de hecho, "Este Papa Extraordinario"). El gran problema de Francisco es que esas expectativas no se han cumplido -- o no del todo.
¿Por qué? Pues por lo que decía el mismo Sullivan: "he esperado mucho tiempo para escuchar a un Papa hablar así: con amabilidad y franqueza, reafirmando dogmas establecidos con excepciones repentinas y radicales que no son exactamente excepciones, aunque, sin duda, suenan como tales". En ese "sonar como tales" estaba todo.
Quien esperaba algo mucho más transformador, estaba esperando demasiado.
Un papado muy estético. De hecho, un papado 'demasiado' estético. Francisco tenía 23 años cuando empezó el Concilio Vaticano II, llevaba dos años en el seminario. Es, en mucho sentido, la generación que se formó con el Concilio y que han integrado en su forma de hacer la piedra de toque del siglo: el Vaticano II fue un concilio pastoral y no doctrinal. El centro del concilio fue cómo llevar el mensaje de la iglesia al siglo XX y no si ese mensaje debía cambiar.
Francisco ha hecho en su papado exactamente lo mismo. Ha sido un Pontificado muy estético, con buenas intenciones y de cara a la galería: pero que ha fracasado también radicalmente en sus cambios más profundos.
Un naufragio teológico. Un ejemplo claro es el de la pena de muerte. El 2 de agosto de 2018, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe anunció un cambio en el catecismo de la Iglesia en torno a este asunto: lo que "durante mucho tiempo [...] fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos" pasaba a ser "inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona".
Hasta ese momento, sobre todo con Juan Pablo II y Benedicto XVI, la Iglesia había tenido un papel enorme en la abolición de este tipo de penas. Sin embargo, no se había modificad del catecismo porque a) se entendía que había circunstancias históricas (muy raras y muy pocas) en las que esa pena podría estar justificada y b) porque era muy difícil justificar esa 'inadmisibilidad', teológicamente hablando.
Por ello, cuando se anunció el cambio, la duda clave fue la justificación. Y, muchos años después, la respuesta es que realmente no ha habido ninguna. Es algo que ha apsado reiteradamente: con los sacramentos para divorciados en Amoris laetitia, con la bendición para parejas homosexuales en Fiducia supplicans o con la misa en Latín en Traditionis custodes. Francisco ha dado muchos pasos, pero no ha conseguido anclajes teológicos que desarrollaran la doctrina en ese sentido (en buena parte porque la teología "progresista" es un erial ahora mismo).
Un papado cada vez menos claro. Poco a poco, esa franqueza y claridad de Francisco ha ido desapareciendo de los documentos eclesiales. Sus grandes proyectos (como la sinodalidad) han quedado en nada y la división de la Iglesia es cada vez más profunda. Así, las declaraciones de Roma que siempre han sido caracterizadas por su claridad, empezaron a volverse ambiguas para que cada grupo pudiera considerarlo una solución de compromiso.
Un legado a la búsqueda de un sucesor. Tanto es así que el próximo cónclave va a ser el que decide el impacto real de Francisco. Casi todas sus reformas se pueden revertir en un abrir y cerrar de ojos. Si su sucesor sigue sus pasos, es muy probable que los cambios empiecen a permear profundamente. Con grandes problemas y al borde del cisma, pero pueden permear.
Si el próximo Papa no sigue a Bergoglio, solo una cosa habrá cambiado: la esperanza de que las cosas pueden cambiar. Ya será muy difícil de creer en ella.
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