Los misiles de Israel no han hecho mella en el escudo nuclear de Irán. Así que están a punto de activar el plan B: EEUU

Publicado el 18/06/2025 por Diario Tecnología
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Los misiles de Israel no han hecho mella en el escudo nuclear de Irán. Así que están a punto de activar el plan B: EEUU

Ocurrió hace unas horas y los medios estadounidenses lo están llevando en sus portadas. Trump y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, hablaron por teléfono. No está claro qué dijeron, pero la llamada se produjo mientras el presidente ha estado considerando una opción hasta ahora lejana: que Estados Unidos intervenga de forma directa en los esfuerzos de Israel por dañar la capacidad nuclear de Irán. De fondo, una idea que se intuía desde el inicio del conflicto: la única manera de llegar a Fordow era a través de Washington.

Una decisión clave. En una jornada que podría definir el resto de su presidencia, Trump se enfrenta a una de las decisiones más trascendentales de su mandato: unirse o no a la guerra de Israel contra Irán. Tras regresar de la cumbre del G7 en Canadá, el presidente celebró una reunión de alto nivel y conversó directamente con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Mientras, en sus redes sociales proclamaba que Estados Unidos tenía “control total del espacio aéreo iraní”, advertía al líder supremo Alí Jameneí que era un “blanco fácil” y exigía una “rendición incondicional”, sin definir los términos.

Aunque hasta hace poco Trump había abogado por una solución diplomática al programa nuclear iraní, su retórica y sus movimientos militares más recientes (como el despliegue de bombarderos y destructores navales) sugieren que está considerando seriamente esa intervención directa.

El cambio de postura. Contaba el New York Times en un extenso reportaje cómo se ha ido gestando ese viraje a la acción en la postura de Washington. A lo largo de las últimas semanas, Trump ha transitado desde la contención diplomática hacia una creciente aceptación de la vía militar ante el desafío iraní, empujado en gran medida por la presión constante del primer ministro israelí, Netanyahu.

Mientras Trump intentaba mantener abiertas las negociaciones con Teherán (incluso enviando una carta personal al ayatolá Jamenei y presentando propuestas de cooperación nuclear con participación regional), la inteligencia estadounidense comenzó a advertir que Israel planeaba un ataque inminente contra el programa nuclear iraní, con o sin el apoyo de Washington.

Israel y la presión. Explicaba el Times que Netanyahu, cansado de años de contención por parte de sucesivos presidentes estadounidenses, parecía dispuesto a lanzar una ofensiva de gran envergadura, no solo sobre las instalaciones nucleares, sino potencialmente sobre el propio régimen iraní.

Esta amenaza directa, sumada al creciente escepticismo de Trump respecto a la voluntad iraní de alcanzar un acuerdo real, provocó una inflexión: aunque al principio rechazó entregar las bombas antibúnker solicitadas por Netanyahu, el presidente acabó ofreciendo apoyo en inteligencia y ahora valora incluso el uso de bombarderos B-2 y armamento pesado contra Fordow, el corazón subterráneo del enriquecimiento nuclear iraní.

Peso simbólico. Es la otra pata que explica el giro de los acontecimientos. No es solo producto de los informes de inteligencia ni de la impaciencia ante unas negociaciones estancadas, sino también del peso simbólico y mediático de los ataques israelíes y del papel que Trump desea proyectar ante su base: el de un líder fuerte, decisivo y protector de los intereses de Israel.

Reunido con sus asesores en Camp David, los medios han contado que el presidente debatió diversas opciones, desde la pasividad hasta la implicación total, y optó por una estrategia intermedia que le permitiera mantener cierta distancia política mientras ofrecía respaldo operativo. Sin embargo, a medida que Israel obtenía victorias tácticas (incluido el asesinato de líderes militares iraníes y la posible penetración en las instalaciones de Natanz), Trump comenzó a cambiar su postura pública, insinuando un rol más activo de Estados Unidos en la campaña.

El objetivo. Porque la clave, otra vez, está en Fordow, el centro de enriquecimiento de uranio iraní excavado bajo una montaña, una fortaleza que solo podría ser destruida por un nombre: las gigantescas bombas GBU-57, que solo los B-2 pueden lanzar. La posibilidad de atacar con este arsenal, sumada a la percepción de que Israel no puede destruir la instalación subterránea sin apoyo estadounidense, alimenta la sensación de inminencia.

Inside Tunnel Mop Cropped MOP bajo tierra en White Sands Missile Range antes de su primera prueba de explosión en 2007

La bomba que perfora montañas. Así, y en medio de un conflicto que no hace más que crecer, el rol potencial de Estados Unidos en una operación aérea contra las instalaciones nucleares iraníes trae a escena uno de los artefactos más temidos y menos utilizados del arsenal estadounidense: la GBU-57A/B Massive Ordnance Penetrator (MOP), una bomba de 13.600 kilos diseñada para hacer precisamente lo que su nombre indica: penetrar profundamente en la tierra y destruir fortificaciones subterráneas.

A diferencia de las bombas convencionales de dispersión masiva, la MOP es un arma de precisión, no de saturación. Su estructura de acero forjado y su guía por GPS le permiten excavar hasta 60 metros en roca sólida (o incluso más, tras años de mejoras no reveladas) antes de detonar en el corazón de búnkeres, túneles o laboratorios subterráneos diseñados para resistir el apocalipsis.

No es el volumen. Aunque es el explosivo no nuclear más pesado del inventario militar estadounidense, su eficacia no depende del volumen destructivo, sino de su capacidad quirúrgica para eliminar lo que está fuera del alcance de cualquier otra bomba. Pese a su potencial devastador, nunca ha sido usada en combate, pero su despliegue está contemplado solo para misiones que alteren el equilibrio estratégico global.

B2 Primer vuelo público del B-2 en 1989

Los 19 B-2. Y aquí aparece la otra pata fundamental de la estrategia de esta bomba disuasoria. La MOP no puede ser lanzada desde cualquier aeronave. Solo el B-2 Spirit, el sigiloso bombardero estratégico de la Fuerza Aérea de Estados Unidos tiene la capacidad estructural y tecnológica para cargarla y entregarla en el blanco. Con apenas 19 unidades operativas (una buena parte estacionados en la isla secreta de Diego García), el B-2 no es un bombardero más: es una plataforma diseñada para llegar lejos, eludir radares y atacar en profundidad, literalmente.

En el pasado, estos aparatos han volado misiones de ida y vuelta de más de 30 horas desde Misuri hasta Libia o Kosovo, sin escalas salvo repostajes en el aire. Plus: las actualizaciones recientes al sistema MOP han buscado perfeccionar la integración entre bomba y avión, además de mejorar la capacidad de la espoleta inteligente para detectar “vacíos” estructurales (pisos, cámaras, túneles) y explotar exactamente en el punto más vulnerable.

Combinación diseñada. La tecnología sería clave en ataques repetidos contra un mismo objetivo subterráneo, aunque no está claro si ya ha sido puesta en uso operacional. El B-2 y la MOP forman una combinación diseñada no para guerras convencionales, sino para eliminar instalaciones estratégicas fuertemente defendidas y difíciles de reconstruir. Y aquí la instalación subterránea de Fordow, como contamos hace unos días, es clave.

La joya blindada. Excavada dentro de una montaña al suroeste de Teherán, Fordow está protegida por capas de hasta 90 metros de roca, con puertas blindadas y túneles reforzados, según observadores de la ONU. Aunque oficialmente diseñada para enriquecer uranio al 20 %, inspecciones recientes de la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) revelan que Irán ha intensificado allí la producción de uranio al 60 %, muy cerca del umbral del 90 % necesario para armas nucleares.

Se sabe que Israel ha intentado golpear el núcleo de su infraestructura más protegida, pero con muy poco éxito. La falta de acceso a armas como la MOP deja claro que solo Estados Unidos tiene la capacidad técnica para golpear ese tipo de estructuras, lo que refuerza el debate sobre una posible participación directa estadounidense en una fase futura del conflicto.

Consecuencias irreversibles. En resumen, la viabilidad de un ataque estadounidense a Fordow parece cada vez más vinculada no solo a los movimientos tácticos, sino a una decisión política de enorme calado. Golpear la instalación subterránea no es simplemente destruir centrifugadoras: es demoler el símbolo de resistencia nuclear de Teherán y enviar un mensaje a escala global. Sin embargo, también es cruzar una línea de no retorno.

Aunque Estados Unidos dispone del armamento, la tecnología y la logística para ejecutarlo, lo que está en juego va más allá de lo militar: es la credibilidad de Washington frente a aliados y adversarios, el equilibrio regional, y la capacidad de contener una escalada que podría arrastrar al mundo a una confrontación más amplia. Mientras, la presencia de los B-2 en Diego García y el tránsito sigiloso de cisternas en los cielos del este mantienen viva la posibilidad.

El mundo observa, con la mirada fija en una montaña al sur de Teherán.

Imagen | U.S. Air Force, Father Goose, USAF

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