La loca y descabellada historia de los coches nucleares: los proyectos que jugaron a ser Dios durante el siglo XX
Publicado el 01/03/2025 por Diario Tecnología Artículo original
El 6 de agosto de 1945, dos bombas atómicas arrasaron las ciudades de Nagasaki e Hiroshima y, prácticamente, pusieron el punto y final a la Segunda Guerra Mundial. Fue una tragedia y, al mismo tiempo, una demostración de fuerza. Demostración de quién llevaría la batuta en el nuevo orden mundial que se había creado pero, también, una demostración de lo que era capaz de hacer la energía nuclear.
Conscientes de la ventaja militar que otorgaba poseer la bomba atómica, los ejércitos de las potencias más punteras se lanzaron a su desarrollo, con Estados Unidos y la URSS a la cabeza. El ambiente general en todo el mundo era de miedo y respeto ante una tecnología que podía causar un desastre nunca conocido hasta entonces.
Pero, desde luego, también sirvió para dar alas a los tecno-optimistas. El tecno-optimismo es una corriente de pensamiento que, en líneas generales, defiende que el desarrollo tecnológico y la mejora continua de los productos actuales mejorará nuestra vida en el futuro, la hará más fácil y aumentará nuestra felicidad.
Como digo, hablamos de las líneas maestras porque esta corriente de pensamiento tiene diferentes visiones y, por supuesto, detractores que señalan que todo desarrollo de un producto o nueva invención puede ser utilizado para fines maliciosos. Noah Smith, periodista y extrabajador de Bloomberg, pone como ejemplo el uso de drones como arma de guerra para ilustrar este último punto de vista.
Ese tecno-optimismo vivió un enorme auge en los años 50 y 60. La Guerra Fría llevó a la humanidad a un desarrollo acelerado que llevó a personas al espacio, la primera oportunidad comercial de los ordenadores, de Internet o a pensar en coches movidos por energía nuclear. ¿Por qué no?
La energía nuclear para el coche infinito
Si alguna tecnología ganó adeptos entre los tecno-optimistas de los años 50 fue la energía nuclear. En un documento rescatado por el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) titulado 10 años de energía de origen nuclear se destaca que:
"Hubo un período en el que los temores que suscitaba tal escasez llegaron a ser tan hondos que con ello se le dio a la energía nucleoeléctrica comercial su primer gran impulso. Era inevitable que las mentes se volvieran hacia la nueva fuente de energía que se había aprovechado con fines bélicos, como medio para compensar la insuficiencia de los recursos energéticos. Cuando por vez primera la energía nucleoeléctrica se hizo realidad, proliferaron las especulaciones fáciles sobre ese medio de obtener energía barata y en cantidades prácticamente ilimitadas, y entre los temores que se abrigaban sobre una escasez de energía de origen tradicional y las esperanzas cifradas en una abundancia de energía de origen nuclear, prevalecieron estas últimas, con un exceso de optimismo, hasta fines de 1957"
Como decíamos, a pesar de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, la energía nuclear ganó adeptos rápidamente y se crearon organismos como el OIEA que defendía su uso con fines civiles, como medio de producción de una energía eléctrica que cada vez era más demandada.
Esa idea de que lo nuclear nos llevaba a una "energía barata y en cantidades prácticamente ilimitadas" impulsó lo que conocemos como atomic age, o la era de la energía atómica, nacida en los años 40.
"El hecho de que podamos liberar energía atómica inaugura una nueva era en la comprensión de las fuerzas de la naturaleza por parte del hombre. En el futuro, la energía atómica podrá complementar la que ahora viene del carbón, el petróleo y el agua, pero que por el momento no se puede producir de manera que pueda competir comercialmente con esas fuentes. Antes de que eso suceda, debe darse un largo periodo de intensa investigación. Nunca ha sido costumbre de los científicos de este país ni la política de este gobierno esconder al mundo el conocimiento científico. En consecuencia, la norma será hacer público todo acerca del trabajo con la energía atómica"
Las palabras anteriores son de Harry S. Truman, presidente de los Estados Unidos que dio la orden de utilizar la bomba atómica. Las investigaciones demostraron que sí se podía utilizar la energía atómica como fuente de energía y, sobre todo, como alternativa al carbón y los combustibles fósiles, que ya se veían como una fuente finita de energía y cuyo impacto en la salud de las personas se comprobó de primera mano en la Londres de los años 50.
Llegados al punto de que la energía nuclear podía ser una enorme fuente de energía se empezaron a pensar aplicaciones para el día a día. Cómo miniaturizar la tecnología para tener, por ejemplo, electrodomésticos que funcionaran con una batería nuclear que duraría todo el ciclo de vida del producto.
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Y, por supuesto, llegó la idea del coche movido por energía nuclear. La propuesta más conocida es la del Ford Nucleon, un prototipo pensado en 1958 que, por supuesto, no pasó de la maqueta.
El sistema era tan sencillo como descabellado: montar un pequeño reactor nuclear en el coche. ¿Cómo? La parte trasera, extraordinariamente alargada permitiría cobijaría un pequeño reactor nuclear. En su interior, una cápsula de uranio funcionaría como núcleo radioactivo. Como en cualquier reactor termonuclear, la fisión de uranio provocaría una gran cantidad de vapor de agua que serviría para mover dos turbinas. Una de ellas pondría en marcha las ruedas y la segunda haría funcionar todos los sistemas eléctricos del vehículo.
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Por algún motivo que desconocemos, a Ford le pareció que sus planes podían tener algún futuro y en 1962 volvieron a la carga. Entonces presentaron el Ford Seattle-ite XXI, un coche que llevaba todavía más allá el concepto de coche nuclear, hasta el punto de tener seis ruedas y carrocería y motores intercambiables para pasar de 60 CV a 400 CV. Una opción para el día a día y otra para los largos viajes.
El alocado concepto fue presentado en la Century 21 Exposition, en Seattle, como una evolución mejorada del Nucleon. Por ejemplo, se había ideado con seis ruedas porque un doble eje serviría para aguantar el peso del pequeño reactor nuclear en la parte trasera. Incluso se guardaban las espaldas señalando que si una de las cuatro ruedas del doble eje se pinchaba el coche sería capaz de continuar con el resto. Seguridad y dinamismo garantizados.
Curiosamente, el concepto de este nuevo coche sí tenía otros inventos que sí los vemos en nuestros vehículos actuales, como un seguimiento continuo del vehículo mediante GPS.
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Estos dos modelos son los más famosos pero antes de ellos también se presentó otro coche que, supuestamente, se movería con energía nuclear. Hablamos del Studebaker-Packard Astral, presentado en el Salón de Ginebra de 1958.
El coche, por llamarlo de algún modo, confiaba todo a la minituarización de la tecnología nuclear. Lo hemos dejado para el último lugar (a pesar de haberse presentado con anterioridad al proyecto de Ford) porque a pesar de ser un prototipo como los anteriores la propuesta era todavía más descabellada.
Tenía una sola rueda y tendría que mantenerse estable mediante giroscopios, así como un tamaño extraordinariamente contenido teniendo en cuenta que debía guardar un minireactor nuclear en su interior. El coche (o propuesta de coche) se supone que también debía funcionar sobre el agua. Como decimos, se trataba más de un ejercicio de diseño que de un intento serio de querer llevarlo a la práctica en algún momento.
Pese a todo, si sigues teniendo curiosidad, el coche se puede visitar en el Studebaker Museum, a unos kilómetros de Chicago. La compañía de la que nació el proyecto tiene su propio museo en homenaje a una marca creada a mediados del siglo XIX. La compañía tuvo que lidiar con la bancarrota en los años 30 del siglo pasado pero consiguió tomar aire y estuvo en funcionamiento hasta los años 60 cuando, finalmente, tuvieron que echar el cierre. Nunca verían un coche impulsado por energía nuclear aunque, siendo sinceros, tampoco lo hemos visto nosotros.
Lo tenía complicado
Si todos estos diseños no pasaron a una fase más tardía en la línea de producción es evidente por qué: costes, tamaño y seguridad.
Para que un coche pueda ver la luz necesita garantizar que va a poder amortizar los enormes costes de desarrollo que implica. Desde la inversión en innovación hasta la construcción de fábricas y líneas de montaje específicas hasta el uso de los diferentes materiales o la distribución. Eso ha llevado al mercado a una estandarización de los modelos, a compartir plataformas o, incluso, hasta llegar a colaboraciones con otras compañías.
En el caso de la energía nuclear, no sólo es que los costes de un proyecto así fueran extraordinariamente caros. El propio concepto ya hacía aguas. El intento de Ford, el más realista pensando en la enorme plataforma que debían montar para el coche, dejaba claro cuáles eran las principales fisuras del proyecto.
La compañía ya dejaba claro durante la presentación del proyecto que necesitaban que el tamaño de los reactores nucleares y el blindaje de los mismos se miniaturizaran a la mínima expresión. Y, con ellos, su peso. Sin ese desarrollo, sería imposible alcanzar un sistema útil para el día a día.
Existía otro problema enorme. Ford calculaba que la cápsula de uranio de la que se extraería la energía suficiente para sacar adelante el proyecto permitiría circular sin repostar (si podemos llamarlo así) durante 8.000 kilómetros. Perfecto, ¿y luego? Luego la cápsula tendría que ser sustituida por otra en una estación de servicio que, por supuesto, también habría que diseñar.
Eso sin incluir en el proceso cómo se llevaría a cabo el propio cambio de la cápsula, algo que Ford no mencionaba. No parecía algo que se pudiera hacer con la facilidad de quien va a repostar un coche de gasolina.
Además, el tiempo ha demostrado que la ventaja competitiva es completamente inexistente. Un coche diésel con un buen depósito puede acercarse sin problemas al millar de kilómetros sin repostar, lo que equivale a parar entre ocho y nueve veces antes de lo que Ford calculaba que tardaría en agotarse la cápsula de uranio.
Parece complicado vender un coche gigantesco, de peso desmesurado con uranio a las espaldas de los pasajeros y para el que habría que montar toda una infraestructura alrededor como una alternativa interesante y realista a un vehículo con motor de combustión.
Fotos | Ford, Studebaker Museum y Patrick Federi
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utm_campaign=01_Mar_2025"> Alberto de la Torre .