Japón metió a un hombre en prisión por error y ahora le pagará 85 dólares por cada día entre rejas. Se hará millonario
Publicado el 26/03/2025 por Diario Tecnología Artículo original
De entre las muchas paradojas de Japón, ninguna como la historia de Iwao Hakamada. En 1968 tenía 30 años y la vida le cambió para siempre. Un tribunal del país lo declaró culpable de cuatro asesinatos y un incendio, y como resultado de ello recibió la pena capital. Hakamada se convirtió en el preso que más tiempo pasó en un corredor de la muerte, y lo decimos en pasado porque tras medio siglo entre rejas, ahora es libre.
Todo fue un error, y Japón quiere compensárselo.
Una compensación simbólica. Hakamada, exboxeador profesional japonés, ha recibido una compensación de 217 millones de yenes (alrededor de 1,4 millones de dólares) tras pasar más de 40 años condenado a muerte por un crimen que no cometió, lo que lo convirtió en el prisionero en el corredor de la muerte con mayor tiempo de encierro en el planeta.
La cifra equivale a una media de 85 dólares por cada día que estuvo privado de libertad desde su condena en 1968, una suma que, aunque histórica por su magnitud en el contexto japonés, ha sido calificada por su defensa como insuficiente para reparar el daño irreversible causado. Su abogado, Hideyo Ogawa, ha sostenido que el Estado cometió un error imperdonable y que ninguna cantidad de dinero puede restaurar la vida que le fue arrebatada.
Contexto de un disparate demoledor. La historia la contamos hace un tiempo. En el año 1966 la policía encontró en una casa de Shizuoka, al oeste de Tokio, los cadáveres de un hombre, su esposa y los dos hijos adolescentes. Habían muerto a puñaladas. El chico estaba al frente de una planta de miso y las pesquisas acabaron apuntando a uno de sus empleados, un exboxeador de 30 años. Su nombre: Iwao Hakamada.
El arresto. Dos meses después de los homicidios y el incendio, a Hakamada lo arrestaron. El hombre fue sometido a extensos interrogatorios que incluyeron golpes y amenazas, lo que derivó en una confesión que más tarde denunció como forzada. En dos años llegó la sentencia. El Tribunal de Distrito de Shizuoka lo declaró culpable de los delitos y lo condenó a la pena máxima: la horca. En su caso se dieron dos pruebas clave: una confesión y varias prendas ensangrentadas que supuestamente pertenecían a Hakamada.
Los agentes habían tardado en aportarlas al caso porque no las encontraron hasta un año después de la detención del boxeador, ocultas en un tanque de miso. El juez disidente, profundamente afectado por la decisión final, renunció a su cargo seis meses después, incapaz de vivir con el fallo. Desde entonces, Hakamada ha sostenido su inocencia de manera inquebrantable.
Las pruebas genéticas. El caso comenzó a dar un giro en el año 2014, cuando aparecieron nuevas pruebas de ADN que demostraron que las prendas ensangrentadas utilizadas como prueba clave en el juicio habían sido manipuladas y posiblemente colocadas en la escena tiempo después del crimen.
Estos hallazgos llevaron a su liberación ese mismo año, aunque la absolución definitiva no llegaría hasta marzo de 2023 y la sentencia el año pasado, cuando el tribunal de Shizuoka finalmente lo declaró inocente. La resolución fue celebrada como un hito judicial, aunque no pudo ser presenciada por Hakamada, cuya salud mental se encuentra gravemente deteriorada a causa de las décadas de encierro, al punto de vivir, según su hermana Hideko, “en su propio mundo” sin contacto con la realidad.
Críticas al sistema japonés. El caso del exboxeador ha expuesto al mundo las deficiencias estructurales del sistema de justicia penal japonés, donde las tasas de condena superan el 99%, en gran parte debido a la dependencia de confesiones obtenidas bajo presión. Su historia también ha revitalizado el debate sobre la validez de la pena de muerte y la necesidad de reformas profundas en los procesos penales del país.
La prolongada espera para una revisión judicial, la negativa inicial a aceptar pruebas exculpatorias y la falta de mecanismos efectivos para prevenir abusos han convertido este caso en un símbolo internacional del potencial devastador de los errores judiciales. Aunque la magnitud de la indemnización recibida representa un reconocimiento oficial de la injusticia sufrida, parece imposible revertir las décadas de aislamiento, el deterioro mental ni la pérdida de una vida plena.
Imagen | Christian Senger
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