Esta artista tuvo que descubrir en Instagram que nunca le había vendido un cuadro a Lady Gaga: todo había sido una ciberestafa

Publicado el 01/07/2025 por Diario Tecnología
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Esta artista tuvo que descubrir en Instagram que nunca le había vendido un cuadro a Lady Gaga: todo había sido una ciberestafa

La suplantación de identidad de celebridades no sólo resulta útil como anzuelo para 'timos románticos', también tiene utilidad comercial, por ejemplo en industrias como el mundo del arte. La artista Emma Webster fue dolorosamente consciente de ello cuando, tras haber logrado trabajar, supuestamente, una de sus pinturas a Lady Gaga, descubrió, dos años después, que todo había sido un elaborado fraude.

Un correo prometedor

En 2022, Emma Webster, paisajista radicada en Los Ángeles y formada en Yale, ya contaba con un incipiente prestigio en el circuito artístico. Su carrera despegaba gracias a una sucesión de exitosas exposiciones y una lista de espera para adquirir sus obras.

Fue entonces cuando recibió un correo inesperado que parecía confirmar su consolidación: estaba firmado por 'Stefani Germanotta', el verdadero nombre de la cantante Lady Gaga, y provenía de una dirección personal de GMail (ladyandkoji@gmail.com) que hacía referencia a 'Koji', el bulldog francés de la cantante.

El mensaje expresaba admiración por su trabajo y un interés por comprar alguna de sus obras:

"Soy una gran admiradora de tu trabajo. ¿Tienes alguna pintura disponible? Estoy ampliando mi colección, que incluye a artistas femeninas influyentes como Yayoi Kusama, Helen Frankenthaler, Louise Bourgeois y Lynda Benglis. ¡Tu obra la complementaría de maravilla!".

Webster, seducida por la posibilidad de venderle a una celebridad con alto perfil como coleccionista (y así poder entrar en un círculo codiciado del arte de élite), Webster respondió emocionada. Y es que, aunque gran parte de su obra ya estaba comprometida por anteriores exposiciones, todavía conservaba una pieza disponible: Happy Valley, una pintura de gran formato (2,1 x 3 metros) que retrataba un paisaje exuberante y caleidoscópico, representativo de su estilo.

En su respuesta, la supuesta Gaga confirmó su interés por esa obra específica y solicitó, con aparente familiaridad, un descuento, justificando la petición por ser "una clienta especial". Webster accedió, aunque solicitó alguna verificación de identidad, señalando que normalmente solo vendía obras a coleccionistas conocidos en persona.

Así que su interlocutor envió una fotografía aparentemente espontánea de Lady Gaga, acompañada de un mensaje informal en el que explicaba que estaría fuera de la ciudad y que su asistente se encargaría de los pagos.

La foto —como se supo más tarde— había sido sustraída de una publicación pública en la cuenta de X (en ese momento, Twitter) de la artista real, pero 'coló' y Webster procedió a cerrar la transacción: concretó el pago de 55.000 dólares y envió su obra.

Las señales de alerta

A medida que el proceso de venta avanzaba, ciertos detalles comenzaron a generar inquietud, aunque en su momento fueron racionalizados por la artista, cegada por la ilusión de estar colaborando con una coleccionista de élite.

Uno de los primeros indicios fue la solicitud de confidencialidad por parte de la supuesta Lady Gaga. En un correo electrónico, "Stefani" explicó que, debido a incidentes anteriores con repartidores, prefería mantener su nombre en secreto durante la recolección de la obra. Textualmente escribió:

"Es muy importante mantener la confidencialidad después de algunos incidentes con repartidores en el pasado. Así que, en lo que respecta a los encargados, por favor, solo omite mi nombre al mencionar la recogida con ellos. Muchas gracias".

Webster, aunque sorprendida, interpretó el mensaje como una medida de seguridad razonable para alguien con el nivel de fama de Lady Gaga. A fin de cuentas, en el mundo del arte, la discreción es una práctica común, especialmente cuando se trata de coleccionistas famosos. Sin embargo, esta solicitud se convirtió en la excusa perfecta para que la identidad del comprador permaneciera oculta durante toda la operación.

Otra señal fue el albarán de recogida del transportista, el cual carecía de información clave. La dirección final del destinatario —identificado como "Chris Horton", el supuesto 'house manager' de Gaga— no aparecía especificada.

El documento indicaba únicamente que la obra se almacenaría temporalmente, sin un destino claro. Esta ambigüedad debió haber encendido una alarma, pero en ese momento Webster asumió de nuevo que se trataba de una maniobra común entre personas famosas para proteger su privacidad.

El comportamiento del comprador también resultaba inconsistente con los estándares habituales del coleccionismo de alto nivel. En el circuito profesional, las compras de obras de arte suelen pasar por múltiples filtros: verificaciones de autenticidad, contratos formales, intermediación de galerías o asesores de arte.

En este caso, toda la transacción se condujo exclusivamente a través de correos electrónicos (siendo uno de ellos una cuenta de Gmail), sin intermediarios ni documentos legales, lo que debería haber generado más dudas.

La revelación en Christie's

La última petición de Webster, en la que solicitaba amablemente que la obra no fuera revendida durante cinco años, parecía haber sido aceptada con entusiasmo: "¡Nunca la venderé!", respondió el impostor. Este tipo de acuerdos tácitos suelen respetarse entre artistas y compradores serios como forma de proteger el valor y el prestigio de la obra. Sin embargo, esa promesa sería traicionada menos de dos años después.

Y es que, en 2024, el padre de la artista descubrió la obra Happy Valley anunciada en una publicación de Instagram de la casa de subastas Christie's en Hong Kong. La pintura se presentaba como uno de los lotes destacados del mes del arte. El desconcierto fue inmediato: ¿por qué alguien como Lady Gaga revendería una obra cuando había prometido no hacerlo durante cinco años?

Webster contactó con el representante real de la cantante, Bobby Campbell, quien confirmó que Lady Gaga nunca había comprado la obra ni había enviado ningún correo: la dirección era falsa, y el "Chris Horton" mencionado no existía.

Una red compleja y una obra en disputa

La obra había llegado a manos del galerista hongkonés Matt Chung a través de John Wolf, un asesor de arte de Los Ángeles. Ambos niegan tener nada que ver con el fraude. Chung, quien consignó la pintura a Christie's, incluso se ofreció a compartir el 30% de las ganancias con Webster, propuesta que fue rechazada por la artista.

Por su parte, la casa de subastas retiró la obra de la venta, se negó a devolverla a Webster, amparándose en su papel de parte neutral: alega que debe conservar la obra hasta que se resuelva legalmente la disputa de propiedad. Webster finalmente puso el asunto en manos del FBI.

Vía | NYT

Imagen | Marcos Merino mediante IA

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