En la India hay ciudades que tienen 40ºC en la calle a las 10 de la mañana. Así que han empezado a vivir de noche
Publicado el 03/07/2025 por Diario Tecnología Artículo original
España es en estos momentos el mejor ejemplo de un problema mucho más profundo que llega con el calor infernal en gran parte del planeta: cómo combatir el fuego con la jornada laboral (y la vida en general). Cinco trabajadores fallecieron durante la primera ola de calor, y por eso se prioriza adaptar la jornada (o suspenderla) cuando llegan esas horas en las que sol no nos deja avanzar.
Y, mientras tanto, en India son las 10 de la mañana y ya tienen 40 grados. ¿Cómo demonios lo hacen?
El calor como ley. Contaba el New York Times en un reportaje cómo se combate el fuego en la urbe más sofocante. En Sri Ganganagar, una región semidesértica del estado indio de Rajastán, la vida cotidiana se ha adaptado a temperaturas que, en pleno junio, alcanzan los 49 °C. Allí, donde el amanecer ya comienza a 30 °C y para las 10 de la mañana el termómetro supera los 40 °C, el calor no es un fenómeno estacional: es una condición estructural que condiciona el trabajo, la salud, el descanso y las relaciones humanas.
La población, mayoritariamente agrícola y sin acceso a comodidades como el aire acondicionado, ha desarrollado una coreografía diaria que se pliega a los ritmos abrasadores del clima y el sol.
Seguir al sol. ¿La clave? Las jornadas laborales comienzan antes del amanecer: campesinos y obreros aprovechan las pocas horas frescas para trabajar en los campos y en las construcciones, antes de refugiarse donde pueden cuando el sol se vuelve insoportable.
Las casas se vacían al mediodía, los mercados se cierran, y los pocos servicios activos, como los carritos de comida callejera, funcionan bajo temperaturas que funden el asfalto. La escena se repite cada verano con una intensidad creciente, agravada por una humedad en ascenso que multiplica el sufrimiento físico.

El abismo térmico. Pasamos de Sri Ganganagar a otra región “extrema”. Explicaban en Bloomberg que en la ciudad occidental de Ahmedabad, donde los termómetros superan habitualmente los 45 °C a comienzos de mayo, la lucha contra el calor también ha dejado de ser una cuestión estacional para convertirse en una necesidad estructural. En este entorno, la exposición al sol ya no es solo un riesgo laboral: es una amenaza directa a la salud, la seguridad alimentaria y la estabilidad económica de millones de personas.
Para mujeres como Kunwar ben Chauhan, que vende carne en la calle y ha sufrido desmayos, deshidratación y pérdidas económicas por el deterioro de sus productos, el calor extremo impone dilemas imposibles: salir a trabajar y arriesgar la vida, o quedarse en casa y perder el sustento diario. Frente a esta realidad, colectivos como la Self-Employed Women’s Association (SEWA) despliegan soluciones pioneras como el seguro paramétrico, que otorga compensaciones económicas automáticas cuando la temperatura excede ciertos umbrales críticos. La medida, aunque modesta, representa un salvavidas vital en una economía informal donde muchas trabajadoras ganan apenas tres dólares diarios.

Adaptación desde abajo. En Ahmedabad, una metrópolis de más de 8,5 millones de habitantes, la resiliencia se construye desde el tejido comunitario. Además del seguro climático, iniciativas como el recubrimiento de techos con pintura reflectante y la instalación de sistemas de alerta temprana están transformando la manera en que se percibe y gestiona el calor. La ciudad, pionera en Asia del Sur, lanzó en 2013 su propio Plan de Acción contra el Calor tras la devastadora ola de 2010, en la que murieron más de 1.300 personas y hasta 400 murciélagos cayeron muertos por el aire ardiente.
Desde entonces, las acciones se han multiplicado: los hospitales ahora disponen de salas especiales para tratar golpes de calor, deshidratación y quemaduras, los centros comunitarios, templos y centros comerciales se convierten en refugios climáticos durante los días más extremos, y se han implementado campañas de concienciación a través de radio, líderes vecinales y educadores. El plan incluye un sistema de alertas codificado por colores que informa a la población, y cuya eficacia ha contribuido a reducir la mortalidad.
El calor y la salud. De vuelta a Ganganagar, subrayaba el Times otras estrategias. En la clínica de Chak Maharaj Ka, el flujo de pacientes aumenta conforme el calor se vuelve insoportable. Quienes padecen enfermedades previas como el asma o afecciones gastrointestinales ven cómo sus dolencias se intensifican, forzando al personal médico a recurrir a tratamientos rápidos y paliativos. La mayoría de los habitantes ha interiorizado estrategias básicas de supervivencia: evitar salir en las horas críticas, hidratarse con soluciones caseras, o reposar bajo los árboles cuando no queda otra opción.
Ocurre que estos métodos solo alivian parcialmente un problema que amenaza cada aspecto de la vida. En el epicentro del calor, en la ciudad misma, la actividad nunca se detiene del todo. Como en Ahmedabad, los trabajadores no pueden darse el lujo de descansar: si no trabajan, no comen.
Solidaridad bajo el sol. A pesar del entorno implacable, surgen gestos de humanidad cotidiana que se convierten en pilares de una ética compartida. A las 3 de la tarde, cuando la temperatura alcanza su punto máximo en Ganganagar, familias enteras salen a la carretera con cubos de agua para ofrecer alivio a motociclistas, camioneros y viajeros aturdidos por el calor.
El acto, aunque simple, encarna un sentido profundo de caridad en una sociedad donde hacer el bien es visto como camino hacia la salvación espiritual. Para muchos, dar agua a un extraño es el único legado duradero que puede ofrecerse en un mundo donde todo lo demás se evapora bajo el sol.
Laboratorio de innovación climática. Detrás del plan de acción pionero de la ciudad de Ahmedabad hay una comprensión creciente de que el calor no es un fenómeno anecdótico, sino un peligroso multiplicador de vulnerabilidades en un país donde las ciudades crecen desordenadamente, el cemento sustituye a la vegetación y las emisiones globales han elevado la temperatura promedio del planeta en 1,2 °C desde la era preindustrial.
Estudios recientes advierten que si el calentamiento global supera los 2 °C (una posibilidad cada vez más cercana) India experimentará un incremento seis veces mayor en la frecuencia de olas de calor. Ya hoy, más de 600 millones de indios viven bajo una amenaza térmica sin precedentes. En ese escenario, la urbe se ha convertido en un laboratorio de adaptación urbana, cuyas innovaciones (como el algoritmo de seguros que contempla variables como temperatura nocturna, nubosidad y polución) están siendo replicadas en otras ciudades. Organizaciones como Global Parametrics, en alianza con Mahila Housing Trust, están diseñando esquemas escalables para extender esta protección climática a escala nacional.
La cultura del calor. Recordaban también en Bloomberg que uno de los logros más significativos de Ahmedabad ha sido transformar la percepción del calor. En una cultura donde las altas temperaturas eran vistas como parte del paisaje natural, lograr que la ciudadanía (desde trabajadores hasta funcionarios de salud) reconozca el calor como una amenaza legítima ha sido un cambio cultural profundo.
A ese respecto, la educación popular, los entrenamientos vecinales y las estrategias en el boca a boca han sido esenciales. Las mujeres, tradicionalmente más expuestas por sus trabajos y roles domésticos, han sido las primeras en absorber y difundir conocimientos sobre ventilación, hidratación y peligros térmicos. Así, gracias a ese esfuerzo sostenido, el lenguaje del riesgo climático ya forma parte del vocabulario cotidiano de Ahmedabad.
Anochecer sin alivio. Pero incluso esa cultura se encuentra con una realidad cada vez más complicada en lugares tan extremos como Sri Ganganagar. Allí, al caer la tarde, el pueblo comienza a revivir. Los mercados reabren, los ancianos se sientan en círculo a conversar y los niños regresan al canal donde se bañaron más temprano. Ocurre que con la puesta de sol, el aire permanece caliente y pegajoso. Explicaba el Times casos de familias, como la de Gurmail Singh, que preparan sus camas en los patios al aire libre, intentando capturar alguna brisa que mitigue el bochorno.
Porque la noche no ofrece consuelo real: el sueño se vuelve esquivo y el descanso, un lujo. En la India que se calienta al doble del ritmo mundial, Sri Ganganagar o Ahmedabad no solo resisten: redefinen el significado de la adaptación humana, una adaptación que tarde o temprano nos llegará a todos según la ciencia.
Imagen | Hippox, Stalinjeet Brar, sandeepacheta, PXHere
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