Se ha descubierto por accidente una antigua isla bajo el mar repleta de tierra raras. El problema es que no tiene dueño
Publicado el 15/06/2025 por Diario Tecnología Artículo original
Nos estamos acercando a un punto en que decir que las tierras raras mueven el mundo en general, no solo el tecnológico, ya no suena tan hiperbólico. Ocurre que una sola nación tiene la mayor parte del pastel en estos momentos. Ya lo decíamos, China ha construido la palanca de poder económico más elegante de la historia moderna con esos minerales tan deseados. De ahí que el resto de las naciones se afanan por encontrar el nuevo “oro” donde haya una pista, por pequeña que sea.
Una isla submarina ha emergido como posibilidad, el problema es para quién.
Un hallazgo accidental. La historia comenzó cuando un equipo internacional de científicos descubrió que una parte del altiplano submarino conocido como Rio Grande Rise, ubicado a unos 1.200 kilómetros de la costa de Brasil, era en realidad una isla tropical hacía decenas de millones de años.
Aunque la formación ya era conocida por la comunidad científica como una cadena de montañas volcánicas sumergidas desde el Cretácico tardío, las nuevas investigaciones revelaron que su parte occidental estuvo alguna vez sobre el nivel del mar, formando un ecosistema terrestre que desapareció paulatinamente bajo las aguas debido a la actividad tectónica y al peso de la roca volcánica acumulada. La revelación no solo transforma la comprensión de la geografía paleoclimática de la región, sino que también abre la puerta a una posible disputa internacional por sus valiosos recursos minerales.
Las claves del pasado. El descubrimiento comenzó en 2018 cuando científicos británicos y brasileños notaron que ciertas rocas en el lecho marino del Rio Grande Rise mostraban una composición inusual, más parecida a depósitos de lava y arcilla roja terrestre que a formaciones marinas. Estudios posteriores publicados en Scientific Reports confirmaron que esa arcilla (rica en caolinita, hematita y goetita, minerales típicos de suelos tropicales) no solo era una rareza en el fondo oceánico, sino una prueba inequívoca de que ese segmento del altiplano estuvo emergido entre 44 y 47 millones de años atrás, durante el Eoceno.
Con un índice de alteración química altísimo (93), estas arcillas revelan una intensa meteorización subaérea y un clima cálido y húmedo, con implicaciones que van más allá de la geología: la isla pudo haber sido un punto de parada para aves migratorias entre América del Sur y África, ofreciendo una pieza más en el rompecabezas de los intercambios biológicos del pasado.
Un tesoro mineral. Pero hay más, por supuesto. Más allá de su valor científico, el Rio Grande Rise alberga una riqueza económica invaluable. Sus costras de ferromanganeso contienen altos niveles de metales esenciales como cobalto, níquel y litio, todos fundamentales para la transición energética global, desde baterías para vehículos eléctricos hasta almacenamiento de energía eólica y solar.
Sin embargo, lo que más atrae la atención es su concentración de tierras raras, en especial el itrio, un metal blanquecino y blando utilizado en tecnologías estratégicas: aleaciones aeroespaciales, superconductores, láseres industriales, LEDs y lentes de precisión. En un contexto donde China domina abrumadoramente la extracción, refinado y manufactura de estos materiales (con hasta el 90 % de la producción mundial), cualquier nueva fuente adquiere una importancia geopolítica crítica. No es casualidad que el interés brasileño por esta zona se haya intensificado tras la decisión de Pekín de restringir la exportación.
El dilema de la soberanía. Y aquí radica el gran problema. El gobierno brasileño ha mostrado una intención clara de reclamar el Rio Grande Rise como parte de su plataforma continental, basándose en el argumento de que la formación estuvo unida al continente en el pasado. Sin embargo, el altiplano se encuentra a 652 millas náuticas de la costa, muy por fuera del límite de las 200 establecido por la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar para delimitar zonas económicas exclusivas.
Esto plantea un desafío legal y diplomático complejo, en el que Brasil buscará fortalecer sus derechos de exploración sin violar acuerdos internacionales. A la vez, surgen advertencias sobre el impacto que una eventual explotación minera podría tener en ecosistemas de profundidad poco estudiados. Así, la tensión entre el aprovechamiento económico de estos recursos y la necesidad de preservar la biodiversidad marina aparece como dilema de fondo sin resolver.
Competencia global. De esta forma, la antigua isla del Rio Grande Rise, hoy oculta bajo kilómetros de agua y siglos de olvido geológico, ha reaparecido como un actor inesperado en la carrera por los recursos estratégicos del siglo XXI. Suelos rojos fosilizados, formados bajo selvas tropicales desaparecidas, ahora yacen junto a costras metálicas codiciadas por industrias de todo el mundo.
Si se quiere, el hallazgo no solo resalta el valor científico de las misiones oceánicas, también expone la creciente competencia global por esos minerales críticos en tantos ámbitos. En ese nuevo mapa de poder, donde el control de las materias primas marca la frontera entre independencia tecnológica y dependencia estructural, incluso una isla hundida hace millones de años puede inclinar la balanza del futuro. O, al menos, eso piensa Brasil.
Imagen | Pexels
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