Un satélite de Starlink y otro chino a punto de chocar: la mayor chapuza del espacio

El espacio, ese vasto océano de posibilidades y misterios que durante décadas ha representado la cúspide del ingenio humano, está cada vez más saturado. Lo que antes era un escenario de hazañas heroicas y descubrimientos científicos, hoy se asemeja peligrosamente a una autopista sin semáforos, donde vehículos de distintas procedencias y propósitos cruzan trayectorias a velocidades inimaginables, sin una autoridad central que ordene el tráfico. La reciente alerta de colisión entre un satélite de la constelación Starlink de SpaceX y una nave espacial de origen chino no es un incidente aislado, sino un escalofriante recordatorio de la chapuza monumental que hemos permitido que se desarrolle en la órbita terrestre: una ausencia total de coordinación internacional para gestionar el espacio ultraterrestre. Este tipo de eventos, lejos de ser meras anécdotas, ponen en evidencia una realidad preocupante que podría tener consecuencias catastróficas para nuestra infraestructura tecnológica y, en última instancia, para la vida en la Tierra tal como la conocemos.

La creciente amenaza de la basura espacial y la congestión orbital

Para entender la gravedad de un casi accidente entre dos activos espaciales, es fundamental comprender el panorama actual de la órbita terrestre. Desde el lanzamiento del Sputnik 1 en 1957, la humanidad ha enviado miles de objetos al espacio. Muchos de ellos siguen funcionando, proporcionando servicios esenciales como la navegación GPS, la meteorología, las comunicaciones globales y la observación de la Tierra. Sin embargo, un número aún mayor de estos objetos son chatarra espacial: satélites inactivos, etapas de cohetes abandonadas, herramientas perdidas por astronautas y, lo más preocupante, millones de fragmentos de colisiones anteriores y explosiones en órbita.

Según la Agencia Espacial Europea (ESA), se estima que hay más de 36.500 fragmentos de más de 10 centímetros orbitando la Tierra, 1 millón entre 1 y 10 centímetros, y la asombrosa cifra de 130 millones de partículas de menos de 1 centímetro. Aunque parezcan pequeños, incluso un fragmento de unos pocos milímetros puede causar daños significativos o destruir un satélite activo debido a las extremas velocidades a las que se mueven, superiores a los 27.000 kilómetros por hora. Mi opinión es que estas cifras son escalofriantes y demuestran la urgente necesidad de actuar antes de que la situación se vuelva irreversible.

A esta ya densa sopa de escombros, se suma ahora la proliferación de megaconstelaciones de satélites, como Starlink de SpaceX, OneWeb o el futuro Proyecto Kuiper de Amazon. Empresas privadas están lanzando miles de satélites para proporcionar internet de banda ancha global. Si bien la democratización del acceso a internet es un objetivo loable, la escala de estos despliegues introduce un desafío sin precedentes. Cada lanzamiento añade más objetos al ya concurrido espacio, aumentando exponencialmente la probabilidad de colisiones. La situación es de una complejidad tal que un incidente no solo es posible, sino, a mi entender, inevitable si no se establecen protocolos claros.

La dolorosa falta de un "control de tráfico aéreo" espacial

La raíz del problema, y lo que el incidente entre Starlink y la nave china pone en evidencia de forma tan dramática, es la ausencia de un sistema de "control de tráfico aéreo" para el espacio. En tierra, en el aire y en el mar, existen organismos reguladores, leyes internacionales y sistemas de coordinación que gestionan el movimiento de vehículos para evitar accidentes. En el espacio, esta estructura es prácticamente inexistente.

El espacio ultraterrestre se rige por el Tratado del Espacio Exterior de 1967, que establece los principios básicos, como la libertad de exploración y el no apropiamiento nacional. Sin embargo, este tratado, diseñado en los albores de la era espacial, no previó la saturación orbital actual ni la necesidad de una gestión de tráfico detallada. No hay una autoridad global con la capacidad legal o técnica para asignar órbitas, regular lanzamientos o hacer cumplir reglas de evasión de colisiones.

Actualmente, la mayor parte del seguimiento de objetos en órbita lo realiza el Mando Espacial de Estados Unidos (USSPACECOM), que mantiene un catálogo público de objetos espaciales y emite alertas de colisión a operadores de satélites. Sin embargo, esta información es solo una herramienta; la decisión de realizar una maniobra evasiva recae únicamente en el operador del satélite afectado. Y aquí radica el quid de la cuestión: sin una coordinación efectiva, una maniobra de un operador para evitar un choque podría, sin saberlo, colocar su satélite en la trayectoria de otro objeto o de una maniobra evasiva realizada por un segundo operador. Es un baile macabro donde cada actor improvisa sus movimientos sin conocer los de los demás.

Las empresas como SpaceX tienen sus propios protocolos para predecir colisiones y realizar maniobras evasivas autónomas o manuales. Pero estos sistemas son propietarios y no están plenamente integrados en un marco internacional. China, por su parte, al igual que otras potencias espaciales, opera sus propios activos con sus propios criterios. Cuando dos entidades con agendas y protocolos diferentes se encuentran en una trayectoria de colisión, el riesgo se dispara. En mi opinión, confiar en la "autodisciplina" de cada actor es, en el mejor de los casos, ingenuo y, en el peor, una receta para el desastre.

Las graves consecuencias de la inacción

Las implicaciones de esta falta de coordinación son múltiples y severas:

  1. Síndrome de Kessler: Este escenario hipotético, propuesto por Donald Kessler en 1978, describe una cascada de colisiones. Un choque genera miles de fragmentos, que a su vez causan más colisiones, creando una nube de escombros que haría inviables ciertas órbitas, especialmente la órbita terrestre baja (LEO), durante décadas o incluso siglos. Esto podría significar el fin del acceso humano al espacio por un tiempo indeterminado.
  2. Impacto en servicios esenciales: Miles de millones de personas dependen a diario de satélites para la comunicación, la navegación (GPS), la predicción meteorológica, la banca y un sinfín de otras aplicaciones críticas. Una interrupción masiva de estos servicios, causada por una colisión o por la necesidad de retirar satélites de zonas peligrosas, tendría un impacto económico y social devastador a escala global.
  3. Amenaza para la exploración y la investigación: La Estación Espacial Internacional (EEI) y futuras estaciones lunares o misiones a Marte dependen de un espacio orbital seguro para su operación y reabastecimiento. La creciente cantidad de basura espacial representa un peligro constante para los astronautas y las infraestructuras de investigación.
  4. Cuestiones de seguridad nacional: Muchos satélites tienen propósitos militares o de doble uso. La opacidad en la gestión de movimientos o la dificultad para identificar la procedencia de un fragmento de colisión podrían generar tensiones geopolíticas y acusaciones infundadas en un entorno ya de por sí sensible.

Hacia una gestión del tráfico espacial: un camino ineludible

La solución a este problema no es sencilla, pero es ineludible. Requiere un compromiso multilateral sin precedentes y la superación de barreras políticas, económicas y de seguridad.

  1. Marco legal internacional robusto: Es fundamental actualizar el marco legal internacional para el espacio, posiblemente bajo el auspicio de la Oficina de Asuntos del Espacio Ultraterrestre de las Naciones Unidas (UNOOSA). Este nuevo marco debería establecer normativas claras para el lanzamiento de satélites, la gestión de fin de vida útil y los procedimientos de evitación de colisiones.
  2. Intercambio de datos y transparencia: Se necesita un sistema global y transparente para el intercambio de datos de seguimiento orbital. Todos los operadores, tanto estatales como privados, deberían estar obligados a compartir información precisa sobre la posición y las maniobras planificadas de sus satélites. Iniciativas como Space-Track.org, aunque valiosas, necesitan ser ampliadas y formalizadas internacionalmente.
  3. Desarrollo de tecnologías de STM: La gestión del tráfico espacial (Space Traffic Management - STM) no es solo una cuestión de políticas, sino también de tecnología. Se requieren sistemas avanzados de inteligencia artificial y aprendizaje automático para predecir colisiones con mayor precisión, simular escenarios y proponer soluciones óptimas de evasión para múltiples objetos.
  4. Incentivos para la sostenibilidad: Las naciones y las empresas deben ser incentivadas a diseñar satélites que sean sostenibles: que puedan desorbitarse de forma segura al final de su vida útil ("diseño para el desmantelamiento") o que sean susceptibles de ser reparados o reabastecidos en órbita.
  5. Tecnologías de eliminación de escombros: Aunque a largo plazo, la investigación y el desarrollo de tecnologías para la eliminación activa de basura espacial son cruciales. Proyectos como la misión ClearSpace-1 de la ESA, que busca capturar y desorbitar un fragmento de cohete, son pasos prometedores.

El espacio no es un recurso ilimitado ni un vertedero sin fondo. Es un entorno finito y compartido que sostiene una parte vital de nuestra civilización moderna. El casi choque entre un satélite de Starlink y una nave china es un grito de alarma que no podemos ignorar. No se trata solo de la seguridad de unos pocos satélites, sino de la preservación de la órbita terrestre para las generaciones futuras y de la garantía de la continuidad de los servicios que damos por sentados. Es hora de que la comunidad internacional se siente a la mesa y construya, de una vez por todas, un sistema de coordinación global antes de que la "chapuza del espacio" se convierta en una tragedia irreversible.

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