Llevamos décadas creyendo que Irán está a "cinco años" de la bomba nuclear. En realidad solo sabemos cuánto uranio enriquece
Publicado el 17/06/2025 por Diario Tecnología Artículo original
Pocas frases han sido tan repetidas en la geopolítica de Occidente como "Irán está a cinco años de la bomba nuclear". Durante más de tres décadas, hemos escuchado predicciones que sitúan al régimen iraní al borde de cruzar el umbral atómico, un cronómetro que se reinicia una y otra vez sin que la profecía llegue a cumplirse.
El verdadero problema no es tanto lo que sabemos sobre el programa nuclear de Irán, como la inmensidad de lo que desconocemos. Y es en esa niebla de incertidumbre donde se cocinan las decisiones más peligrosas.
Una difusa línea roja como casus belli. El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ha iniciado una guerra contra Irán enmarcada en que el régimen está "próximo a terminar la construcción de una bomba nuclear". Este lenguaje transforma una vieja amenaza en un peligro inmediato, convirtiendo la línea roja retórica en una justificación para la guerra.
Aunque Estados Unidos negara inicialmente una participación directa en el ataque, el respaldo político y militar ha ido in crescendo. Un mensaje del presidente Donald Trump en mayúsculas, "¡IRÁN NO PUEDE TENER UN ARMA NUCLEAR!", funciona como cheque en blanco para Israel.
Treinta años de predicciones incumplidas. Cuando una sospecha, y no una evidencia, son motivo de guerra, vale la pena repasar la hemeroteca para poner la retórica en perspectiva. La sensación de "bomba nuclear inminente" en Irán no es nueva. Es una construcción política que lleva décadas gestándose, con Benjamin Netanyahu como su principal arquitecto.
En 1992, Netanyahu ya advertía de que Irán estaba a "tres o cinco años" de obtener armamento nuclear. En 2012, protagonizó uno de sus momentos más icónicos en la ONU, dibujando con rotulador una línea roja en un esquema caricaturesco de una bomba, y asegurando que Irán cruzaría la línea en el verano de 2013. Cada plazo se ha cumplido sin que el arma llegara a materializarse.
Qué dicen las agencias de inteligencia. Aunque Israel tuviera en Estados Unidos a su principal aliado político, las agencias de inteligencia estadounidenses no compraban su retórica sobre Irán. En 2007, el National Intelligence Estimate de la CIA concluyó con "alta confianza" que Irán había detenido su programa de militarización nuclear, el Plan Amad.
La verificación de este parón llegó en 2015 con el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), un acuerdo por el que Irán limitó el enriquecimiento de uranio a un 3,67% a cambio del levantamiento de sanciones.
La ruptura que prendió la mecha. Paradójicamente, la retirada de Estados Unidos del JCPOA en 2018, impulsada por la misma retórica de la "bomba inminente", provocó la respuesta que se pretendía evitar. Irán comenzó a enriquecer uranio a niveles sin precedentes: primero 20% y luego 60%, acortando drásticamente los plazos teóricos para la bomba y desencadenando la crisis actual.
A pesar de esto, no existen pruebas, más allá de la ampliación de las plantas de enriquecimiento, de que Irán tenga la tecnología necesaria o esté desarrollando esas armas. Aunque, en honor a la verdad, es lógico que no las haya, puesto que la mayor parte de la actividad es subterránea.
Salto de fe entre enriquecimiento y bomba nuclear. Para entender lo "cerca" que está Irán de la bomba nuclear, hay que diferenciar dos procesos clave. El primero es el combustible: el enriquecimiento de uranio, la parte visible del proceso. Se trata de aumentar la concentración del isótopo fisible 235 del uranio desde el 0,7% natural al 90% (el grado armamentístico). Gracias a la retirada del JCPOA, Irán acumula una gran cantidad de uranio enriquecido al 60%. Y pasar del 60 al 90% es un salto técnicamente factible en el plazo de pocas semanas.
Sin embargo, tener el combustible no es tener el motor, lo que los anglosajones llaman "weaponization". Un conjunto de pasos increíblemente complejos para convertir el material fisible en una ojiva funcional que se pueda montar en un misil. Tienen que convertir el uranio de grado armamentístico, que es un gas, en una esfera metálica. Tienen que rodear esa esfera con explosivos de alta precisión que tienen que detonarse simultáneamente en microsegundos para comprimir el núcleo e iniciar la reacción en cadena.
Y todo esto, en un paquete lo suficientemente pequeño y ligero para caber en la ojiva de un misil y sobrevivir al lanzamiento. Aquí es donde entramos en el terreno de la incertidumbre casi total. Sabemos que Irán investigó esto con el Plan Amad, pero se desconoce su progreso actual. No obstante, nadie lo sabe con certeza porque la inteligencia sobreactividades subterráneas es muy difícil de obtener.
Lo que sabemos con certeza. A pesar de décadas de sanciones, sabotajes, asesinatos selectivos de sus científicos y ciberataques (como el famoso Stuxnet, que destruyó centrifugadoras de uranio), el programa nuclear iraní no solo ha sobrevivido, sino que se ha vuelto más fuerte y autosuficiente.
Irán diseña y produce en masa sus propias centrifugadoras avanzadas. De hecho, el objetivo principal de Israel es destruir la planta de Fordow, que Irán construyó bajo una montaña para hacerla invulnerable a ataques aéreos. En paralelo, Irán ha desarrollado el programa de misiles balísticos más grande y diverso de Oriente Medio, y una flota de camiones listos para dispararlos.
Esta resiliencia demuestra que el conocimiento técnico está profundamente institucionalizado en el régimen, razón por la cual Israel ha eliminado a los responsables del programa nuclear, así como los lanzamisiles iraníes. Al mismo tiempo, cada ataque israelí puede reforzar la convicción en Teherán de que la bomba es la única garantía de supervivencia, una pescadilla que se muerde la cola, acelerada por la retórica de Netanyahu.
Irán en el espejo de Corea del Norte o Pakistán. Más allá de la retórica de Occidente, dos países ofrecen lecciones clave sobre Irán. Corea del Norte construyó su programa nuclear para asegurar la supervivencia del régimen. Aislada y económicamente devastada, vio la bomba como su única póliza de seguro contra un derrocamiento impuesto por Estados Unidos. Las sanciones y la presión solo reforzaron su determinación.
Pakistán siguió un imperativo estratégico. Buscaba neutralizar la superioridad militar de India. Cuando India probó su bomba en 1974, la bomba pakistaní se convirtió en una cuestión de supervivencia nacional.
Irán es un caso híbrido y más complejo. Comparte la lógica de supervivencia del régimen de Corea del Norte frente a Israel y Estados Unidos, y al mismo tiempo, las ambiciones estratégicas regionales de Pakistán frente a Arabia Saudí. Es esta dualidad la que hace que la diplomacia sea tan compleja y que su "línea roja" sea tan difícil de descifrar.
Por eso la narrativa de una cuenta atrás clara y definida para la bomba iraní es una ficción peligrosa. Fija nuestra atención en una única métrica medible, el enriquecimiento de uranio. Pero que Irán haya logrado pasar de ahí a la tecnología necesaria para desarrollar armas nucleares está por ver. Lo que parece haber acelerado las cosas es que, ahora sí, si el régimen iraní sobrevive, el ataque de Israel solo puede empujarlo a una carrera nuclear más decidida.
Imagen | Omid Vahabzadeh (Fars News)
utm_campaign=17_Jun_2025"> Matías S. Zavia .