Hay una razón por la que en Singapur solo hay unos 11 coches por cada 100 habitantes: tener cualquier coche allí es todo un lujo
Publicado el 02/09/2025 por Diario Tecnología Artículo original
En la ciudad-estado de Singapur, no es raro que un Toyota Yaris Cross nos salga por más de 120.000 euros. Y es que a la compra del coche hay que sumarle un certificado para circular por sus calles que se ha convertido en todo un objeto de lujo. Este certificado puede llegar a costar decenas de miles de dólares, y es obligatorio pasar por el aro si queremos conducir un coche propio por sus calles.
El sistema más restrictivo del mundo. Desde 1990, Singapur obliga a sus ciudadanos a adquirir un Certificate of Entitlement (COE) antes de poder comprar cualquier vehículo. Este certificado, que se obtiene por subasta cada quince días, puede alcanzar los 100.000 euros para vehículos con más de 1.600 centímetros cúbicos o 130 CV de potencia. Los más pequeños requieren un certificado de unos 72.000 euros. Con esto, el gobierno pretende mantener el parque automovilístico por debajo de los 950.000 vehículos en todo el país.
Cuando un utilitario vale como un superdeportivo. Añadiendo este certificado a la cuenta, los precios se disparan rápidamente, incluso para modestos turismos. Un Toyota Yaris Cross puede alcanzar fácilmente los 121.372 euros, pese a costar poco más de 20.000 euros sin el sistema COE. Un Volkswagen Golf supera los 128.600 euros, mientras que un Citroën C4 eléctrico ronda los 122.464 euros. Con un salario medio familiar de unos 83.848 euros anuales, según Reuters, la mayoría de singapurenses quedan automáticamente excluidos de la propiedad de un automóvil.
El transporte público como alternativa real. A diferencia de otras ciudades donde el coche resulta imprescindible, Singapur ofrece una red de transporte público eficiente y asequible. Los trayectos largos cuestan menos de dos dólares y aplicaciones como Grab, hacen la función de taxis y pedidos a domicilio. Por lo menos, quedarse sin coche en Singapur no es un drama bajo este sistema de transporte público, aunque hay casos en los que sigue siendo una necesidad.
Un símbolo de estatus, no una herramienta. Para quienes sí pueden permitírselo, el coche se ha convertido en un objeto puramente aspiracional. Andre Lee, agente de seguros, explicaba al New York Times que pagó 24.000 dólares por un Kia Forte de segunda mano en 2020, ya que tener un coche formaba parte de su imagen profesional. Sin embargo, tres años después optó por venderlo al considerar que el gasto no se justificaba y ahora se mueve en transporte público.
Familias atrapadas entre la necesidad y el coste. Para las familias con hijos pequeños, la decisión resulta especialmente compleja. Joy Fang y su esposo compraron en 2022 un Hyundai Avante usado por 58.000 dólares para transportar a sus dos hijos, destinando más del 10% de su presupuesto familiar mensual al mantenimiento del vehículo. Aunque han tenido que recortar salidas y viajes, consideran inviable moverse con niños pequeños en transporte público.
Eficacia brutal contra la congestión. Los resultados del sistema son innegables: Singapur cuenta con apenas 11 coches por cada 100 habitantes, frente a los más de 75 de países como Estados Unidos o Italia. Mientras otras ciudades adoptan peajes urbanos como Londres o Estocolmo, ninguna cobra tanto por el simple derecho a poseer un coche. Por otra parte, las consecuencias de esta legislación también se notan en sus calles despejadas y desplazamientos rápidos que contrastan con el caos que se puede vivir en el tráfico de otras ciudades del sudeste asiático como Yakarta o Bangkok.
Un modelo que expulsa a las clases medias. Singapur ha convertido el coche en un bien exclusivo de las élites económicas sin generar un colapso social. Según el sociólogo Chua Beng Huat, la población ha aceptado culturalmente renunciar a las largas horas al volante a cambio de una movilidad urbana más fluida.
Imagen de portada | Meriç Dağlı
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