Dos jóvenes han accedido a la red donde EEUU guarda los secretos de su arsenal nuclear. Trabajan para Elon Musk

Publicado el 30/04/2025 por Diario Tecnología
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Dos jóvenes han accedido a la red donde EEUU guarda los secretos de su arsenal nuclear. Trabajan para Elon Musk

En febrero se conoció una de las historias más rocambolescas en torno a DOGE, el Departamento de Eficiencia Gubernamental que lidera Elon Musk para, en esencia, recortar dónde pueda en la administración del gobierno de Estados Unidos. Al parecer, despidieron a 350 funcionarios a los que tuvieron que readmitir rápidamente. La razón: eran los especialistas en el ensamblaje de ojivas nucleares. La historia ahora ha dado un giro más peligroso.

El acceso que nunca debieron tener. Lo contaba hace unas horas en exclusiva NPR a través del acceso de información confidencial. Se revelaba que dos jóvenes empleados de ese Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) creado bajo las órdenes de Elon Musk, obtuvieron cuentas en redes clasificadas con información nuclear altamente sensible.

Qué duda cabe, la noticia ha desatado una tormenta política y de seguridad nacional en Estados Unidos. Luke Farritor, un ex becario de SpaceX de 23 años, y Adam Ramada, un angel investor sin experiencia previa en armamento ni inteligencia, figuraron durante al menos dos semanas en los directorios de los sistemas reservados de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear (NNSA) y del Departamento de Defensa, según fuentes con acceso directo a las redes.

De la negación a la confirmación. Contaba el medio que, aunque el Departamento de Energía negó primero cualquier vínculo, más tarde admitió que las cuentas sí fueron creadas, aunque insistieron en que nunca fueron activadas ni utilizadas.

Así todo, el medio NPR recuerda que la sola existencia de estas cuentas, en entornos de máxima seguridad que normalmente requieren una acreditación “Q” (el más alto nivel de autorización del DOE), ha despertado alarma entre los expertos, quienes lo interpretan como una señal de la creciente y preocupante penetración de DOGE en áreas críticas del aparato estatal.

Toda la información nuclear. Para entender la importancia de la red a la que han tenido acceso, pensemos que los sistemas a los que accedieron estos empleados no son meros repositorios de datos confidenciales: se trata de redes que almacenan y transmiten planos de diseño de armas nucleares, materiales especiales para su fabricación y comunicaciones estratégicas entre laboratorios, centros de producción y el Pentágono.

La primera de ellas, la NNSA Enterprise Secure Network, sirve para compartir datos restringidos entre actores clave del arsenal nuclear. La segunda, SIPRNet, permite el flujo de información clasificada entre el Departamento de Energía y el de Defensa, incluyendo operaciones que podrían comprometer la seguridad nacional si se divulgaran. Aunque figurar en los directorios de acceso no equivale a ver directamente documentos clasificados (por la política de “need to know”), expertos consultados por NPR subrayan que es la “cabeza” técnica que podría facilitar futuras solicitudes o ampliar el alcance de influencia dentro de esas plataformas.

Sombras sobre transparencia. Plus: el incidente se suma a una serie de episodios controvertidos protagonizados por DOGE en otras agencias federales. Como contamos en febrero, una purga en la NNSA dirigida por DOGE (revirtiéndose solo parcialmente tras presión pública) provocó el despido de decenas de empleados del área nuclear. Poco después, un informante denunció que miembros de DOGE habían accedido a sistemas internos de la Junta Nacional de Relaciones Laborales (NLRB), solicitando que no se registraran sus actividades y desactivando herramientas de monitoreo, además de borrar rastros de acceso.

No solo eso. Uno de los intentos de ingreso se realizó desde una dirección IP localizada en Rusia usando credenciales creadas por DOGE, lo que desató nuevas sospechas y encendió alertas de ciberseguridad en varios sectores del gobierno. Estos movimientos, sumados al reciente escándalo por el uso de la aplicación Signal por parte del secretario de Defensa Pete Hegseth para discutir operaciones militares sensibles, delinean un patrón de informalidad peligrosa y manejo imprudente de información crítica de la nación.

El experimento DOGE. Así las cosas, la existencia misma de DOGE, una entidad nacida para “modernizar el Estado” bajo la tutela de Musk, comienza a ser cuestionada incluso entre sectores afines, ante su crecimiento opaco y la falta de rendición de cuentas. Su modelo (que combina empresarios, tecnólogos y actores ajenos a la administración pública) se vendió como una respuesta a la burocracia tradicional, pero está generando fisuras en los sistemas de seguridad y control institucional.

El caso de Farritor y Ramada, gente sin experiencia en inteligencia ni defensa, pone de manifiesto los riesgos de introducir operadores privados en esferas ultrasecretas del Estado sin las debidas salvaguardas. Mientras el Departamento de Energía evita dar explicaciones sobre por qué se crearon estas cuentas, analistas como Hans Kristensen, del Nuclear Information Project, advierten que incluso los presupuestos no clasificados requieren referencias técnicas delicadas, y que cualquier “puerta entreabierta” puede tener consecuencias imprevisibles.

Un estado paralelo. Lo cierto es que, lejos de ser un incidente aislado, la inserción de DOGE en redes nucleares revela una tendencia más amplia y peligrosa: el surgimiento de un poder administrativo no electo, con acceso a información privilegiada, pero sin mandato legal claro ni supervisión democrática suficiente.

Si se quiere también, da a entender que la lógica del acceso “tecnocrático” se superpone a la lógica institucional, y en ese escenario el Estado se vuelve terreno de ensayo para operadores con agendas propias. Las consecuencias de esta reconfiguración todavía están en desarrollo (incluso sobrevuela la salida de Musk), pero el escándalo deja una advertencia meridianamente clara: cuando la obsesión por la eficiencia elimina los controles, lo que se gana en velocidad puede costar muy caro, como mínimo, en seguridad.

Imagen | Gage Skidmore

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