En el complejo entramado de la política colombiana, emergen fenómenos que trascienden la mera confrontación ideológica, arraigándose en las fibras emocionales y cognitivas de la sociedad. Uno de estos es lo que he denominado, para fines de este análisis, la "ceguera ‘petrouribista’": un estado de polarización tan profundo que impide a los ciudadanos percibir con objetividad las virtudes o defectos de figuras políticas opuestas, específicamente en el espectro entre el uribismo y el petrismo. Esta condición no es una simple discrepancia de ideas, sino una lente distorsionada que filtra la realidad, exacerbando divisiones y comprometiendo la capacidad de construir consensos fundamentales para el avance de la nación. A lo largo de este texto, exploraremos las raíces, manifestaciones e implicaciones de este fenómeno, buscando comprender cómo ha moldeado y sigue moldeando el panorama político y social de Colombia.
Origen y evolución de una dicotomía arraigada
Para desentrañar la "ceguera ‘petrouribista’", es imprescindible retroceder en el tiempo y examinar el contexto histórico y político que permitió la consolidación de dos figuras tan polarizantes como Álvaro Uribe Vélez y Gustavo Petro Urrego. No se trata de un fenómeno espontáneo, sino de la culminación de procesos sociopolíticos prolongados y complejos.
Las raíces históricas de la confrontación
La política colombiana ha estado históricamente marcada por profundas divisiones, a menudo violentas, que se remontan a las guerras civiles del siglo XIX y a la polarización entre liberales y conservadores. Sin embargo, el surgimiento de Uribe y Petro como referentes de lados opuestos de un espectro más contemporáneo tiene sus particularidades. El uribismo, consolidado en la primera década del siglo XXI, representó una respuesta contundente a la crisis de seguridad que vivía el país, proponiendo una agenda de "mano dura" contra los grupos armados ilegales. Su éxito en la reducción de indicadores de violencia y el consecuente apoyo popular le confirieron una autoridad moral y política inquebrantable para muchos de sus seguidores. Esta era de seguridad percibida se convirtió en un pilar fundamental de su legado, haciendo que cualquier crítica a su gestión o a su figura fuera interpretada por sus bases como un ataque a la estabilidad del país o una complacencia con el terrorismo. Para profundizar en la polarización política en Colombia, recomiendo este artículo de la Fundación Ideas para la Paz: La polarización política, un riesgo para la democracia.
Por otro lado, la figura de Gustavo Petro emerge con fuerza desde la crítica a ese mismo modelo y a las estructuras tradicionales de poder. Con una trayectoria que va desde la militancia en un grupo guerrillero desmovilizado hasta la Alcaldía de Bogotá y, finalmente, la Presidencia de la República, Petro encarna una propuesta de cambio estructural, de justicia social y de redefinición del papel del Estado en la economía y la sociedad. Sus ideas, a menudo catalogadas de izquierda radical por sus detractores, resonaron con sectores de la población históricamente marginados o descontentos con el establecimiento, así como con intelectuales y jóvenes que anhelaban una transformación profunda del país.
Es mi opinión que esta dualidad –seguridad versus cambio social, tradición versus vanguardia– creó un caldo de cultivo perfecto para la polarización. Ambos líderes, a su manera, supieron conectar con anhelos y miedos profundos de la sociedad, convirtiéndose en símbolos potentes.
La construcción de dos iconos políticos
La consolidación de Uribe y Petro como iconos no fue solo un proceso orgánico, sino también el resultado de estrategias comunicativas y discursivas que, consciente o inconscientemente, contribuyeron a la creación de una dicotomía ineludible. Cada uno, para sus respectivas bases, se convirtió en el "salvador" o el "portavoz" de una visión de país, mientras que el otro era, en el mismo sentido, la antítesis, el "peligro" o el "enemigo".
El uribismo construyó una narrativa heroica en torno a Uribe, presentándolo como el garante de la seguridad y el progreso, un líder que se atrevió a enfrentar lo que otros no pudieron. Cualquier mención a posibles controversias o cuestionamientos a su gobierno era desestimada rápidamente como una campaña de desprestigio orquestada por sus opositores. La lealtad se convirtió en un valor central, y la crítica interna, si bien existía, rara vez salía a la luz pública de manera significativa.
El petrismo, a su vez, erigió a Petro como el abanderado de las causas sociales, el que denunciaba la corrupción y la desigualdad, el único capaz de ofrecer un camino hacia un país más equitativo. Sus seguidores, a menudo, ven en él la encarnación de una lucha histórica por la justicia, y cualquier señalamiento sobre errores en su gestión o inconsistencias en su discurso es interpretado como un ataque de las élites, de la oligarquía o de los mismos "poderes oscuros" que él se ha propuesto combatir.
Lo que observamos, y esto es un punto crucial, es cómo ambos discursos, al construir al "otro" como una amenaza existencial, refuerzan la identidad del grupo propio y exacerban la lealtad. Este fenómeno, en psicología social, es conocido como el sesgo de confirmación y el pensamiento de grupo, donde las personas tienden a buscar e interpretar información que confirma sus creencias preexistentes y a alinearse con las opiniones de su grupo, desestimando o atacando la información que las contradice. Para una comprensión más profunda de estos sesgos cognitivos, este recurso es muy útil: Sesgo de confirmación: qué es y cómo nos afecta.
Manifestaciones de la 'ceguera' en la esfera pública
La "ceguera ‘petrouribista’" no es un concepto abstracto; se manifiesta de formas muy concretas y tangibles en el día a día de la sociedad colombiana, desde las conversaciones cotidianas hasta los debates más importantes en los medios de comunicación y las redes sociales.
La percepción selectiva de la realidad
Una de las manifestaciones más evidentes de esta ceguera es la percepción selectiva de la realidad. Los partidarios de Uribe tienden a ver con indulgencia cualquier acción o declaración de su líder, atribuyéndole siempre las mejores intenciones o justificando posibles errores como "gajes del oficio" o "malinterpretaciones". Paralelamente, cualquier iniciativa de Petro es vista con sospecha, desconfianza, y con la preconcepción de que sus motivaciones son ocultas o malintencionadas, siempre buscando un "pero" o un "seguro que hay algo detrás".
A la inversa, los seguidores de Petro tienden a enaltecer cada paso de su líder, interpretando sus decisiones como valientes y necesarias para el cambio que el país necesita. Al mismo tiempo, las figuras y propuestas asociadas al uribismo son percibidas como intrínsecamente corruptas, regresivas o perjudiciales para los intereses de la mayoría, sin espacio para reconocer algún mérito en sus planteamientos o logros pasados.
Esta percepción selectiva lleva a que la verdad se convierta en una construcción moldeada por la afiliación política, perdiendo su carácter de referente objetivo. Los hechos son valorados no por su veracidad intrínseca, sino por su utilidad para el propio bando.
El discurso mediático y la cámara de eco
Los medios de comunicación, tanto tradicionales como digitales, juegan un papel ambivalente en este panorama. Si bien tienen la responsabilidad de informar de manera imparcial, muchos terminan alimentando la polarización, ya sea por línea editorial o por la presión de audiencias segmentadas. Existen medios claramente inclinados hacia un lado u otro, lo que refuerza las cámaras de eco donde los individuos solo consumen información que valida sus puntos de vista.
Las redes sociales han magnificado este efecto. Los algoritmos de las plataformas están diseñados para mostrar contenido con el que el usuario ya ha interactuado o que es similar al de sus contactos, creando burbujas de información que aíslan a las personas de perspectivas diferentes. En estas burbujas, las noticias falsas o la desinformación encuentran un terreno fértil, ya que son compartidas y aceptadas sin mayor escrutinio si refuerzan la narrativa del grupo. Es un círculo vicioso: la polarización alimenta las cámaras de eco, y estas a su vez profundizan la ceguera. Un análisis sobre el papel de los medios en la polarización política se puede encontrar en este enlace: Los medios y la polarización política.
Es mi creencia que, si bien la responsabilidad individual es clave, los medios tienen una deuda con la sociedad en la promoción de un periodismo más constructivo y menos tendencioso, que invite a la reflexión y no a la simple reafirmación de posturas.
La erosión del debate constructivo
Quizás la consecuencia más perniciosa de la "ceguera ‘petrouribista’" es la erosión del debate constructivo. Cuando cada bando ve al otro no solo como un adversario político, sino como un enemigo moral o una amenaza existencial, el diálogo se vuelve imposible. Las discusiones se transforman en monólogos paralelos, donde el objetivo no es entender o persuadir, sino descalificar y aniquilar al oponente.
Se observan patrones de ad hominem, donde se ataca a la persona en lugar de a sus argumentos; se recurre a la demonización, pintando al otro como inherentemente malvado; y se utiliza la falacia del espantapájaros, distorsionando las ideas del oponente para atacarlas más fácilmente. Esta dinámica impide abordar los problemas reales del país con la complejidad que merecen, porque cualquier solución propuesta por un lado será automáticamente rechazada o deslegitimada por el otro, no por su contenido, sino por su origen.
Implicaciones para la democracia y la sociedad colombiana
Las ramificaciones de la "ceguera ‘petrouribista’" van más allá de la arena política, afectando la convivencia social, la confianza en las instituciones y la capacidad de Colombia para enfrentar sus desafíos estructurales.
El costo de la incomprensión mutua
La incomprensión mutua es un lujo que ninguna sociedad puede permitirse, y menos una con los retos históricos de Colombia. Cuando amplios sectores de la población son incapaces de reconocer la legitimidad de las preocupaciones del otro lado, se genera una fractura social que erosiona la cohesión nacional. Un uribista no puede entender por qué un petrista prioriza la reforma agraria sobre la inversión extranjera, y un petrista no puede comprender la preocupación de un uribista por la seguridad jurídica o la estabilidad económica. Ambas visiones, a menudo, tienen puntos válidos desde sus respectivas perspectivas y experiencias.
Esta falta de empatía o, mejor dicho, de voluntad para intentar comprender al otro, se traduce en una deshumanización del adversario. Las personas dejan de verse como compatriotas con diferencias, y comienzan a verse como obstáculos, traidores o enemigos. Esto tiene un impacto directo en la capacidad de construir una identidad nacional compartida basada en el respeto por la pluralidad.
La parálisis frente a desafíos nacionales
Colombia enfrenta desafíos monumentales: la consolidación de la paz, la lucha contra la desigualdad, la transición energética, la reforma de la justicia, la reactivación económica y el combate a la corrupción, entre otros. La "ceguera ‘petrouribista’" genera una parálisis frente a estos problemas. Cualquier intento de reforma o propuesta política por parte del gobierno en turno, o de la oposición, será recibida con una barrera ideológica impenetrable por el lado contrario.
Esto dificulta enormemente la construcción de políticas de Estado a largo plazo, que trasciendan los ciclos electorales y los mandatos de un solo gobierno. En lugar de buscar soluciones que integren diversas perspectivas y beneficien al conjunto de la sociedad, se prioriza la defensa de la postura propia o el ataque a la postura ajena, incluso si eso implica sabotear iniciativas que podrían ser beneficiosas. La democracia, en su esencia, requiere de la capacidad de negociar, de ceder, de encontrar puntos medios. La polarización extrema atrofia esta capacidad. Para una perspectiva sobre los desafíos de la democracia en América Latina, que a menudo son exacerbados por la polarización, este enlace puede ser esclarecedor: Desafíos de la democracia en América Latina.
Más allá de la dicotomía: buscando la visión crítica
Superar la "ceguera ‘petrouribista’" no es tarea fácil, pero es una imperativa para el futuro de Colombia. Requiere un esfuerzo consciente tanto a nivel individual como colectivo para fomentar el pensamiento crítico y la capacidad de diálogo.
El papel de la educación y el pensamiento crítico
La educación, en su sentido más amplio, es la herramienta más poderosa para combatir esta ceguera. No se trata solo de la educación formal, sino de la promoción de habilidades de pensamiento crítico desde edades tempranas: la capacidad de analizar información de diversas fuentes, de cuestionar las propias creencias, de discernir hechos de opiniones y de argumentar con lógica y evidencia. Una ciudadanía informada y crítica es menos susceptible a la manipulación y a las simplificaciones que alimentan la polarización.
Es fundamental enseñar a las nuevas generaciones a entender la complejidad de los problemas sociales y políticos, a reconocer que pocas situaciones tienen soluciones únicas o absolutas, y a respetar la pluralidad de perspectivas. Creo firmemente que un currículo que incluya la enseñanza de lógica, ética y debate respetuoso sería un paso gigantesco en esta dirección.
La necesidad de puentes y diálogo
Fomentar espacios de diálogo y encuentro entre personas de diferentes afiliaciones políticas es esencial. Esto puede parecer utópico en un contexto tan polarizado, pero pequeñas iniciativas pueden marcar la diferencia: foros ciudadanos, mesas de conversación, proyectos comunitarios que unan a personas de diversas ideologías en torno a un objetivo común. Estos espacios permiten que la gente vea al "otro" no como un ideario, sino como un ser humano con preocupaciones y esperanzas, lo que ayuda a desmantelar los estereotipos y la deshumanización.
Los líderes políticos y sociales tienen una responsabilidad particular en esto. Su retórica puede tanto inflamar la polarización como tender puentes. Optar por un lenguaje más conciliador, reconocer los puntos válidos del adversario y enfocarse en soluciones compartidas en lugar de en la confrontación perpetua sería un paso valiente y necesario. Esto implica un sacrificio, pues la polarización a menudo es una estrategia electoral efectiva, pero el costo para el país es demasiado alto.
Por último, para contrarrestar la "ceguera ‘petrouribista’", es fundamental que cada individuo se comprometa a salir de su burbuja de información, a buscar activamente fuentes diversas, a escuchar con mente abierta y a reflexionar críticamente sobre lo que consume. Esto incluye leer opiniones con las que no se está de acuerdo y hacer un esfuerzo por entender el punto de vista del otro, incluso si al final no se comparte. Un ejemplo de institución que trabaja por el diálogo y la reconciliación en Colombia es la Comisión de la Verdad, cuya labor es fundamental para entender la complejidad del conflicto y las vías para superarlo: Comisión de la Verdad.
En definitiva, la "ceguera ‘petrouribista’" no es un destino inevitable. Es un fenómeno cultivado, y como tal, puede ser revertido. Requiere un esfuerzo concertado de todos los sectores de la sociedad para priorizar el bien común sobre la lealtad partidista, la razón sobre la emoción y el diálogo sobre la confrontación. La salud de la democracia colombiana, y la paz social, dependen en gran medida de nuestra capacidad para recuperar una visión crítica y plural.