La AGI llegará después de unos minutos publicitarios

Imaginen un futuro no muy distante, un amanecer tecnológico en el que la Inteligencia Artificial General (AGI) deja de ser una quimera de la ciencia ficción para convertirse en una realidad palpable. Esta inteligencia, con capacidades cognitivas a la par o superiores a las humanas, promete revolucionar cada aspecto de nuestra existencia: desde la medicina hasta la educación, pasando por la investigación científica y la gestión de recursos. Sin embargo, mientras los visionarios y los optimistas pintan un cuadro de progreso ilimitado y bienestar universal, una pregunta pragmática, e incluso cínica, asoma en el horizonte: ¿será la AGI un bien público de acceso irrestricto o estará precedida por un muro de pago, por suscripciones premium o, peor aún, por interminables minutos de publicidad? La idea de que una tecnología tan trascendental como la AGI pueda llegar a nuestras vidas con el mismo modelo de monetización que una aplicación de juego o una plataforma de streaming es, en primera instancia, desconcertante. Pero, al profundizar en la lógica del desarrollo tecnológico actual y las fuerzas económicas que lo impulsan, esta posibilidad se revela no solo plausible, sino quizás inevitable. La promesa de la AGI es inmensa, pero también lo son los intereses financieros que orbitan a su alrededor.

La promesa de la inteligencia artificial general (AGI)

La concepción de la Inteligencia Artificial General (AGI) representa la cúspide de la ambición en el campo de la inteligencia artificial. No hablamos de sistemas especializados que superan a los humanos en tareas específicas, como el ajedrez o la traducción automática, sino de una entidad capaz de entender, aprender y aplicar conocimiento en una amplia variedad de dominios, con la misma flexibilidad y adaptabilidad que un ser humano. Una AGI podría, en teoría, resolver problemas complejos para los que no fue entrenada explícitamente, razonar con sentido común, crear arte, escribir código, realizar descubrimientos científicos y, en esencia, replicar e incluso superar la cognición humana en su totalidad. Es la capacidad de generalización y autoaprendizaje lo que la distingue y lo que le confiere su potencial transformador.

Definiendo la AGI: más allá de la estrecha

Actualmente, lo que conocemos y utilizamos en nuestro día a día son sistemas de Inteligencia Artificial Estrecha (ANI), que destacan en tareas limitadas y predefinidas. Pensemos en los asistentes de voz, los sistemas de recomendación, los vehículos autónomos o el reconocimiento facial; todos ellos son impresionantes, pero carecen de una comprensión profunda del mundo o de la capacidad de transferir su conocimiento de un dominio a otro sin una reprogramación o reentrenamiento significativo. La AGI, por el contrario, implicaría una conciencia de sí misma, una capacidad de abstracción y un entendimiento contextual que la ANI simplemente no posee. Sería una inteligencia que no solo procesa información, sino que la comprende, la interpreta y puede generar nuevas ideas o soluciones de manera autónoma. Esto la convierte en un objetivo de investigación de proporciones colosales, con implicaciones éticas, filosóficas y prácticas que apenas comenzamos a vislumbrar. Para profundizar en las definiciones y el estado actual de la investigación, recomiendo la lectura de artículos especializados, como los que se encuentran en el portal del Instituto Future of Life (Future of Life Institute sobre IA), donde se discuten ampliamente estas distinciones.

El horizonte tecnológico y sus implicaciones

El desarrollo de la AGI no es solo una cuestión de ingeniería; es una frontera que promete redefinir la civilización. Sus implicaciones son tan vastas que es difícil abarcarlas por completo. En medicina, podría acelerar la búsqueda de curas para enfermedades incurables, personalizar tratamientos y diagnosticar con una precisión sin precedentes. En ciencia, podría desentrañar misterios fundamentales del universo o diseñar nuevos materiales con propiedades inimaginables. En economía, podría automatizar industrias enteras, liberando a los humanos de tareas monótonas y peligrosas, pero también planteando desafíos significativos sobre el futuro del trabajo y la distribución de la riqueza. La AGI podría convertirse en la herramienta más potente jamás creada, un catalizador para una era de abundancia o, si se maneja de forma irresponsable, una fuente de desequilibrios y desigualdades sin precedentes. La posibilidad de que tal poder esté condicionado a la visualización de un anuncio o a una tarifa de suscripción, introduce una capa de preocupación en este panorama ya complejo.

El factor económico y la inevitable mercantilización

El desarrollo de la AGI no es un esfuerzo de aficionados. Requiere una inversión masiva en talento humano, infraestructura computacional, investigación fundamental y años de experimentación. Las grandes corporaciones tecnológicas, junto con fondos de capital de riesgo, están destinando miles de millones a este empeño, y su objetivo final no es meramente altruista. Como cualquier empresa, buscan un retorno sobre su inversión, y la forma más directa de obtenerlo es a través de la mercantilización de la tecnología resultante.

La inversión masiva en investigación y desarrollo

Gigantes como Google, Microsoft, OpenAI y Anthropic están inmersos en una carrera armamentística de IA, invirtiendo sumas exorbitantes. Estas empresas no solo compiten por los mejores ingenieros e investigadores, sino también por el acceso a la potencia de cómputo necesaria para entrenar modelos cada vez más grandes y sofisticados. La construcción de centros de datos gigantescos, el desarrollo de hardware especializado (como los chips de IA de NVIDIA) y el mantenimiento de equipos de élite globalmente distribuidos, representa un gasto continuo y creciente. Esta escala de inversión es difícil de justificar si la AGI no tiene un modelo de negocio claro y robusto al final del camino. Es crucial entender que estas inversiones no son simplemente filantropía tecnológica; son apuestas estratégicas con la expectativa de obtener una ventaja competitiva decisiva. Algunos informes sobre la inversión en IA, como los de Stanford HAI (Stanford AI Index Report), ilustran la magnitud de este compromiso financiero.

Monetización: el imperativo para los inversores

El capital de riesgo y los inversores institucionales no apoyan proyectos sin un camino claro hacia la rentabilidad. La AGI, una vez desarrollada, será la propiedad intelectual más valiosa de la historia. Las empresas que la controlen tendrán un poder sin igual para moldear mercados, crear nuevos servicios y generar ingresos inimaginables. Es ingenuo pensar que una tecnología de tal magnitud será ofrecida libremente o con acceso universal sin restricciones. Es mucho más probable que se implementen modelos de suscripción, licencias de uso, acceso basado en publicidad o incluso una combinación de todos ellos. Si la historia de la tecnología nos enseña algo, es que la innovación disruptiva a menudo se monetiza a través de la creación de nuevos mercados y la captura de valor. Pensemos en cómo el software, internet y los smartphones, que alguna vez fueron revolucionarios, ahora funcionan con modelos de negocio complejos que incluyen publicidad, freemium y suscripciones.

¿Quién posee la AGI? La concentración del poder

La carrera por la AGI está altamente centralizada en unas pocas corporaciones gigantes. Esto plantea serias preocupaciones sobre la concentración de poder. Si una AGI es desarrollada por una entidad privada, esa entidad tendrá un control inmenso sobre la forma en que esta tecnología se implementa, se distribuye y, crucialmente, cómo se monetiza. Esto podría llevar a un escenario donde el acceso a las capacidades más avanzadas de la AGI esté restringido a aquellos que puedan pagarlo, exacerbando las desigualdades existentes y creando nuevas brechas digitales. Para una visión más profunda sobre la ética de la propiedad y el control de la IA, la investigación del Center for AI Safety (Center for AI Safety) ofrece perspectivas valiosas. Mi opinión personal es que esta centralización es uno de los mayores riesgos, no solo por la mercantilización, sino por la posibilidad de que una tecnología tan poderosa sea controlada por los intereses de unos pocos, sin una supervisión pública adecuada.

Publicidad y acceso: un binomio complejo

La publicidad se ha convertido en el motor económico de gran parte de la economía digital. Desde las redes sociales hasta los motores de búsqueda, muchos de los servicios "gratuitos" que utilizamos diariamente se financian mostrando anuncios. Es una realidad que, aunque a menudo molesta, hemos aceptado como un mal menor a cambio de acceso a información y servicios. ¿Podría la AGI seguir este mismo camino?

Modelos de negocio actuales en la IA

Ya vemos cómo los modelos de IA actuales, como los grandes modelos de lenguaje (LLM), están siendo integrados en productos con diferentes modelos de monetización. Hay versiones gratuitas con limitaciones, versiones premium de pago (como ChatGPT Plus), y también se exploran modelos basados en el consumo de tokens o llamadas a la API. Las empresas tecnológicas están experimentando con diversas estrategias para rentabilizar sus inversiones en IA. Es lógico pensar que estas estrategias se perfeccionarán y se aplicarán a la AGI, una vez que esta sea una realidad. La publicidad dirigida, basada en el conocimiento que una AGI pudiera tener sobre nosotros, sería inimaginablemente eficaz, y por ende, atractiva para los anunciantes.

Escenarios hipotéticos para la distribución de la AGI

Si la AGI se convierte en una realidad, podemos imaginar varios escenarios de distribución. Un escenario podría ser un modelo "freemium", donde una versión básica de la AGI (quizás con ciertas capacidades restringidas, tiempos de espera o, sí, publicidad) estaría disponible gratuitamente, mientras que el acceso completo, instantáneo y sin interrupciones requeriría una suscripción. Otro escenario podría ser la AGI integrada en plataformas existentes, donde el acceso estaría condicionado a la permanencia dentro de un ecosistema específico (Google, Apple, Microsoft, etc.), que, a su vez, se financia a través de anuncios y servicios. Incluso podríamos ver una "AGI patrocinada", donde ciertas funcionalidades o el acceso a la AGI para propósitos específicos estén cubiertos por empresas o gobiernos, pero siempre con un costo indirecto. El precedente de Internet y sus modelos de monetización no es muy alentador en cuanto a un acceso puramente altruista.

El dilema ético del acceso restringido

El acceso a la AGI podría convertirse en una necesidad fundamental, similar al acceso a la información o la energía. Restringir su acceso por motivos económicos plantearía un profundo dilema ético. Si la AGI puede resolver problemas globales como el cambio climático, la pobreza o las pandemias, ¿es moralmente aceptable que su uso esté limitado a quienes pueden pagar por ella o a quienes toleran la publicidad? Esto podría crear una brecha abismal entre "los que tienen" acceso a una inteligencia superior para mejorar sus vidas, y "los que no tienen", quienes quedarían aún más rezagados. La UNESCO, a través de su recomendación sobre la ética de la IA (Recomendación de la UNESCO sobre la Ética de la IA), ya ha comenzado a abordar la necesidad de un acceso equitativo y la prevención de la discriminación.

Implicaciones sociales y filosóficas

La llegada de la AGI, independientemente de su modelo de monetización, traerá consigo una serie de profundas implicaciones sociales y filosóficas que merecen una seria consideración. El aspecto de la monetización simplemente añade una capa adicional de complejidad y potencial desigualdad.

La brecha digital de próxima generación

Hemos sido testigos de cómo la brecha digital ha afectado a comunidades enteras, limitando su acceso a oportunidades educativas, laborales y de desarrollo. La AGI, si se monetiza como se anticipa, podría crear una "brecha de inteligencia" o una "brecha cognitiva" de próxima generación. Aquellos con acceso a una AGI potente y sin restricciones podrían optimizar sus vidas, aprender más rápido, ser más productivos y tomar decisiones mejor informadas, mientras que otros quedarían con herramientas limitadas o mediadas por interrupciones publicitarias. Esto no solo afectaría a individuos, sino también a naciones enteras, ampliando la división entre países desarrollados y en desarrollo. El riesgo es que la AGI, en lugar de ser un ecualizador, se convierta en un amplificador de las desigualdades.

AGI para unos pocos: una distopía potencial

Un mundo donde la AGI esté principalmente al servicio de unos pocos privilegiados, ya sean individuos, corporaciones o gobiernos, es una distopía potencial. Imaginen una sociedad donde las decisiones clave son asistidas por una inteligencia superior, pero solo para aquellos que pueden permitírselo. Esto podría llevar a una elite con una ventaja cognitiva inmensa, capaz de acumular más riqueza, más poder y más influencia, mientras que la mayoría de la población lucharía por mantenerse al día. La idea de una AGI para el bien común global podría desvanecerse ante el imperativo de la rentabilidad. Esta es una preocupación recurrente entre los investigadores de la seguridad de la IA, como se puede ver en las discusiones sobre escenarios de "unipolaridad" o "monopolios de AGI".

El papel de la regulación y la gobernanza

Ante este panorama, la regulación y la gobernanza se vuelven cruciales. Los gobiernos y los organismos internacionales tienen la responsabilidad de anticipar estos desafíos y establecer marcos que garanticen un desarrollo y acceso ético y equitativo a la AGI. Esto podría incluir la implementación de licencias obligatorias, la creación de versiones de AGI de código abierto financiadas públicamente, o la imposición de regulaciones sobre los modelos de monetización. El debate sobre si la AGI debería ser tratada como un servicio público esencial, similar a la electricidad o el agua, es fundamental. La colaboración internacional será indispensable para evitar una carrera descontrolada y para asegurar que los beneficios de la AGI se distribuyan de la manera más justa posible. Las iniciativas de la OCDE en políticas de IA (Principios de la OCDE sobre la IA) son un buen punto de partida para entender cómo se está pensando en la gobernanza.

Mi perspectiva: entre el optimismo y la cautela

Confieso que la idea de que la AGI, una herramienta que podría empoderar a la humanidad de maneras inimaginables, llegue a nosotros envuelta en publicidad, me produce una mezcla de resignación y frustración. Por un lado, entiendo la lógica económica: las inversiones son gigantescas y el capital busca un retorno. Es la naturaleza del sistema en el que vivimos. Por otro lado, no puedo evitar sentir que algo tan fundamentalmente transformador no debería ser rehén de los imperativos comerciales. Creo firmemente que la AGI tiene el potencial de resolver muchos de los problemas más apremiantes de la humanidad. Sin embargo, si su acceso se filtra a través de embudos publicitarios o barreras de pago, ese potencial se verá gravemente comprometido, y los beneficios se concentrarán en las manos de unos pocos. Mi optimismo reside en la capacidad humana para la reflexión y la regulación, pero mi cautela surge de la observación histórica de cómo el poder y la riqueza han tendido a concentrarse. Es imperativo que, como sociedad, activemos un debate robusto y proactivo sobre cómo queremos que se desarrolle y distribuya esta tecnología, antes de que los modelos de negocio se consoliden y sea demasiado tarde para influir.

En resumen, la llegada de la Inteligencia Artificial General es uno de los hitos tecnológicos más esperados de nuestro tiempo. Promete una era de descubrimientos sin precedentes y una mejora radical en la calidad de vida. Sin embargo, no podemos ignorar las realidades económicas que impulsan su desarrollo. La inversión masiva, el imperativo de la monetización y la concentración de poder en unas pocas manos sugieren fuertemente que la AGI, lejos de ser un bien público universal, estará sujeta a modelos de negocio que muy probablemente incluirán suscripciones, licencias o, como el título de este post sugiere con una ironía amarga, unos cuantos minutos de publicidad. El desafío, por tanto, no es solo tecnológico, sino también ético y político: ¿Cómo aseguramos que la AGI beneficie a toda la humanidad, y no solo a quienes pueden permitírselo o a quienes toleran la interrupción publicitaria, redefiniendo la brecha digital para la era de la inteligencia artificial? Es una pregunta que debemos responder antes de que la AGI toque a nuestra puerta, publicidad incluida.

AGI Inteligencia Artificial General Monetización IA Ética IA

Diario Tecnología