Karen Hao desmantela la ficción de la tecnología universal: ¿un beneficio para toda la humanidad?

En un ecosistema tecnológico que con frecuencia glorifica el progreso incesante y las visiones utópicas, la voz de Karen Hao emerge como un contrapunto esencial y, a menudo, incómodo. Reportera de investigación con una trayectoria destacada, conocida por su perspicacia crítica y su rigor analítico, Hao ha vuelto a sacudir los cimientos del discurso predominante en Silicon Valley con una afirmación contundente y profundamente reflexiva: "La idea de crear una única tecnología que pueda beneficiar a toda la humanidad siempre fue una ficción". Esta declaración, particularmente relevante en el contexto de figuras como Sam Altman y sus ambiciosas metas para la inteligencia artificial, no es una mera crítica; es una invitación a un examen más profundo de cómo concebimos, desarrollamos y distribuimos el poder de la innovación. Nos obliga a cuestionar las narrativas simplistas de progreso universal y a confrontar las complejas realidades de la desigualdad y la exclusión inherentes al despliegue tecnológico a escala global. Adentrémonos en las implicaciones de esta poderosa afirmación y por qué su mensaje es más crucial que nunca.

El contexto: Karen Hao, una voz crítica esencial en el periodismo tecnológico

Karen Hao desmantela la ficción de la tecnología universal: ¿un beneficio para toda la humanidad?

Karen Hao no es una figura cualquiera en el panorama del periodismo tecnológico. Su trabajo, principalmente reconocido por su paso por la MIT Technology Review, donde cubrió extensamente la inteligencia artificial, se ha caracterizado por una profunda investigación, una aguda comprensión de los aspectos técnicos y, lo más importante, una implacable ética periodística. A diferencia de muchos cronistas que se dejan llevar por el entusiasmo inherente a las promesas de la tecnología, Hao ha adoptado una postura de escepticismo constructivo, desentrañando las complejidades detrás de los titulares grandilocuentes y exponiendo las sombras que a menudo acompañan a los avances más luminosos.

Su enfoque ha sido sistemáticamente el de ir más allá de las declaraciones de intenciones de los gigantes tecnológicos para analizar el impacto real de sus creaciones en la sociedad. Hao ha investigado la opacidad de los algoritmos, los sesgos inherentes en los conjuntos de datos, las implicaciones geopolíticas de la carrera armamentística de la IA y, en general, la concentración de poder en manos de unos pocos actores. Su trabajo no solo informa, sino que desafía, provocando una reflexión necesaria sobre la responsabilidad de quienes diseñan y controlan las herramientas que están remodelando nuestro mundo. La audacia de su crítica a figuras de la talla de Sam Altman, una de las mentes más influyentes detrás de la actual revolución de la inteligencia artificial y cofundador de OpenAI, subraya la seriedad de su compromiso con la verdad y la rendición de cuentas. Es en este contexto de análisis riguroso y valentía intelectual donde debemos situar su afirmación, no como un ataque gratuito, sino como la culminación de años de observación y estudio de las dinámicas del poder y la tecnología. Su capacidad para articular una crítica tan profunda y pertinente la convierte en una de las voces más valiosas y, para muchos, indispensables en el debate actual sobre el futuro de la tecnología.

La 'ficción' de una única tecnología: ¿una quimera altruista o una ilusión peligrosa?

La frase de Karen Hao es una bofetada a la narrativa predominante en el sector tecnológico, especialmente en Silicon Valley, donde la visión de "cambiar el mundo" o "beneficiar a toda la humanidad" a través de una única innovación es casi un credo. Esta idea, aunque atractiva en su universalidad y altruismo aparente, es precisamente lo que Hao etiqueta como una "ficción". ¿Por qué? Porque ignora las realidades intrínsecas de un mundo fragmentado por diferencias socioeconómicas, culturales, políticas y geográficas.

Cuando una tecnología se concibe en un laboratorio, en un entorno con recursos específicos y con una visión del mundo particular —a menudo occidental, de clase media-alta y enfocada en ciertos problemas—, es ingenuo, o quizás incluso arrogante, asumir que esa misma solución aplicará de manera equitativa y beneficiosa para cada persona en el planeta. La historia nos ha mostrado repetidamente que la tecnología, lejos de ser un agente neutral, es una herramienta que amplifica las estructuras existentes. Si esas estructuras son desiguales, la tecnología tenderá a exacerbar esas desigualdades, en lugar de mitigarlas de forma automática. Pensemos en la brecha digital: el acceso a internet y dispositivos inteligentes es casi universal en algunas regiones, mientras que en otras sigue siendo un lujo inalcanzable. Un avance tecnológico que se base en la premisa de conectividad ubicua, por ejemplo, automáticamente excluye a miles de millones.

Desde el laboratorio hasta la sociedad: ¿quién define el 'beneficio'?

El concepto de "beneficio para toda la humanidad" es intrínsecamente subjetivo y, en gran medida, definido por quienes detentan el poder de crear y distribuir la tecnología. ¿Qué constituye un beneficio para un joven en una favela brasileña? ¿Es lo mismo que para un ejecutivo en Nueva York o un agricultor en la India? A menudo, el "beneficio" se traduce en eficiencias para los mercados existentes, en optimización de procesos para grandes corporaciones o en soluciones para problemas que afectan predominantemente a las sociedades desarrolladas. Rara vez se centra en las necesidades primarias o en las realidades culturales de comunidades marginadas sin una voz fuerte en los centros de poder tecnológico.

En mi opinión, la gran trampa de esta ficción reside en su capacidad para ocultar las externalidades negativas. Una tecnología puede ser tremendamente beneficiosa para un grupo, al tiempo que es perjudicial o indiferente para otro. Puede generar enormes riquezas para unos pocos, mientras desplaza trabajos o precariza la vida de muchos. La minería de datos que impulsa muchas de las tecnologías modernas, por ejemplo, es tremendamente valiosa para las empresas, pero a menudo se realiza a expensas de la privacidad individual y la seguridad de datos de los usuarios, especialmente en regiones con marcos regulatorios débiles. Los recursos naturales y la energía necesarios para construir y mantener la infraestructura tecnológica también tienen un costo ambiental que no se distribuye uniformemente, afectando desproporcionadamente a comunidades vulnerables.

La crítica de Hao nos invita a despojarnos de la visión romántica de la tecnología como salvadora universal y a adoptar una perspectiva más realista y matizada. Nos insta a reconocer que cada innovación se gesta en un contexto socioeconómico y político específico, y que sus impactos son, por naturaleza, diferenciados. No se trata de rechazar el progreso, sino de abordarlo con humildad, con un profundo entendimiento de la diversidad humana y con un compromiso genuino de diseñar soluciones que consideren las necesidades y realidades de todos, no solo de los que se ajustan a una visión homogénea de "la humanidad". Este cambio de paradigma es fundamental para evitar que la búsqueda de un beneficio universal se convierta, en la práctica, en la imposición de una visión particular sobre el resto del mundo, perpetuando así las mismas desigualdades que supuestamente busca erradicar.

El caso de la inteligencia artificial y las grandes promesas de OpenAI

La afirmación de Karen Hao cobra una resonancia particular cuando se aplica al campo de la inteligencia artificial, especialmente en el contexto de proyectos como OpenAI y su misión declarada de "garantizar que la inteligencia artificial general (AGI) beneficie a toda la humanidad". A primera vista, la visión de OpenAI es aspiracional y noble. ¿Quién no desearía una tecnología tan poderosa al servicio del bien común? Sin embargo, la crítica de Hao nos obliga a mirar más allá de la intención y a examinar la implementación, la gobernanza y las implicaciones prácticas.

La IA, por su propia naturaleza, no es un ente neutral. Se construye sobre datos, algoritmos y paradigmas diseñados por humanos, con sus propios sesgos, supuestos y limitaciones culturales. Si los datos de entrenamiento reflejan desigualdades históricas o prejuicios sociales, el sistema de IA no solo los replicará, sino que podría amplificarlos, codificándolos en la infraestructura del futuro. Por ejemplo, sistemas de reconocimiento facial que funcionan mejor con pieles claras, algoritmos de contratación que favorecen perfiles masculinos, o sistemas de justicia predictiva que penalizan desproporcionadamente a minorías. Estos no son fallos aislados; son manifestaciones de la "ficción" de la universalidad en la práctica.

Sesgos, exclusión y la concentración de poder

El desarrollo de una AGI requiere una cantidad ingente de recursos computacionales, financieros y humanos, lo que inevitablemente concentra su control en unas pocas organizaciones y países. Esta concentración de poder no solo determina quién tiene acceso a la tecnología más avanzada, sino también quién define qué problemas resuelve y cómo se resuelve el "beneficio" de la humanidad. Si la AGI es desarrollada por un puñado de corporaciones o gobiernos, sus objetivos, aunque bienintencionados, estarán inevitablemente teñidos por sus propias agendas estratégicas, económicas o geopolíticas. La historia nos enseña que el poder centralizado, sin contrapesos robustos y una gobernanza verdaderamente inclusiva, tiende a servir a los intereses de quienes lo ejercen.

Consideremos, por ejemplo, el debate sobre la seguridad y el control de la IA. Si bien es crucial prevenir usos maliciosos, la definición de "seguridad" y "control" puede variar enormemente. Lo que para un gobierno es seguridad nacional, para otro puede ser vigilancia masiva y represión de la disidencia. La ambigüedad en la definición de "beneficio universal" abre la puerta a interpretaciones que pueden ser muy convenientes para los desarrolladores y las élites, pero que dejan a la mayoría de la población sin voz ni voto en cómo esta tecnología transformadora impactará sus vidas.

Es esencial reconocer que la IA ya está reconfigurando mercados laborales, alterando la geopolítica del poder, influyendo en la opinión pública y transformando la naturaleza misma del conocimiento. Para que esta transformación sea verdaderamente beneficiosa para una amplia gama de seres humanos, no podemos depender únicamente de las intenciones de unas pocas empresas. Necesitamos marcos éticos sólidos, gobernanza internacional robusta y una participación activa de una diversidad de voces, incluyendo a aquellos que históricamente han sido marginados por el progreso tecnológico. La crítica de Karen Hao no es un llamado a detener el progreso, sino a hacerlo con ojos abiertos, reconociendo las profundas complejidades humanas y estructurales que una "solución única para todos" invariablemente pasa por alto. Si no abordamos estas cuestiones con seriedad, la promesa de una IA para "toda la humanidad" corre el riesgo de convertirse en una herramienta que amplifica aún más las divisiones existentes, consolidando el poder en manos de unos pocos y marginando a la gran mayoría. Es crucial que los debates sobre el futuro de la IA consideren las perspectivas de grupos diversos y no solo las de los "expertos" de Silicon Valley. Un buen punto de partida podría ser este análisis sobre los riesgos de sesgo en IA de la UNESCO: Recomendación sobre la Ética de la Inteligencia Artificial.

La gobernanza tecnológica: un debate global pendiente

Si la idea de una tecnología universalmente beneficiosa es una ficción, como argumenta Karen Hao, entonces la gobernanza de estas tecnologías emerge como uno de los desafíos más apremiantes de nuestro tiempo. La cuestión ya no es si necesitamos gobernar la IA y otras tecnologías emergentes, sino cómo hacerlo de una manera que sea verdaderamente inclusiva, equitativa y efectiva en un mundo intrínsecamente desigual y fragmentado. Los modelos de gobernanza actuales, a menudo centrados en estados-nación o en instituciones internacionales con marcos obsoletos, luchan por mantenerse al día con el ritmo vertiginoso de la innovación tecnológica. La naturaleza transfronteriza de la IA, su capacidad para afectar la economía global, la seguridad y los derechos humanos sin respetar límites geográficos, demanda un enfoque que trascienda las jurisdicciones tradicionales.

Los esfuerzos actuales, aunque loables en su intención, a menudo caen en la misma trampa de la universalidad. Se buscan consensos globales sobre principios éticos o regulaciones estandarizadas, lo cual es deseable, pero a menudo ignora las profundas diferencias culturales, jurídicas y socioeconómicas que existen. Lo que es ético en una sociedad puede no serlo tanto en otra; lo que es una regulación aceptable para una economía desarrollada puede ser una barrera insuperable para un país en desarrollo. Por ejemplo, las regulaciones sobre protección de datos como el GDPR europeo son un hito importante, pero su implementación en regiones con infraestructuras legales y tecnológicas menos robustas presenta desafíos significativos.

Más allá de la regulación: la importancia de la participación ciudadana

La gobernanza tecnológica no puede ser solo una cuestión de leyes y reglamentos impuestos desde arriba. Debe ser un proceso dinámico y participativo que involucre a una diversidad de actores: gobiernos, empresas, academia, sociedad civil, comunidades indígenas y, fundamentalmente, los ciudadanos comunes que serán afectados por estas tecnologías. Esto implica crear espacios para el diálogo, la educación y la cocreación, donde las voces marginalizadas tengan la oportunidad de expresar sus preocupaciones, sus necesidades y sus visiones del futuro. Sin esta participación amplia, cualquier marco de gobernanza corre el riesgo de ser otro instrumento de poder en manos de unos pocos, perpetuando la ficción del "beneficio universal" mientras ignora las realidades de la mayoría.

La crítica de Hao nos recuerda que la gobernanza no puede ser un ejercicio abstracto; debe estar anclada en la realidad de la diversidad humana. Un enfoque efectivo requeriría reconocer y respetar las particularidades locales, permitiendo flexibilidad y adaptabilidad en la implementación de principios más amplios. Podríamos aprender mucho de los modelos de gobernanza de bienes comunes, donde las comunidades desarrollan sus propias reglas para gestionar recursos compartidos de manera sostenible y equitativa. Un ejemplo inspirador podría ser la iniciativa de la Alianza Mundial para la Inteligencia Artificial (GPAI), que busca fomentar el desarrollo y uso responsable de la IA a nivel global, pero incluso iniciativas como esta deben esforzarse por ser genuinamente inclusivas: Acerca de la GPAI.

En última instancia, el debate sobre la gobernanza tecnológica es un debate sobre quién tiene el poder de configurar el futuro. Si creemos en un futuro verdaderamente democrático y equitativo, debemos desmantelar la ficción de que unos pocos pueden definir lo que es bueno para todos. En su lugar, debemos construir sistemas de gobernanza que empoderen a las comunidades, protejan a los vulnerables y garanticen que la tecnología sirva a una pluralidad de visiones y necesidades, en lugar de una única narrativa impuesta. Es un camino arduo, lleno de complejidades, pero es el único camino hacia un futuro tecnológico que no solo sea avanzado, sino también justo.

El valor inestimable del periodismo de investigación

La capacidad de Karen Hao para exponer verdades incómodas sobre la tecnología no es accidental; es el resultado directo de un periodismo de investigación riguroso y valiente. En una era dominada por ciclos de noticias rápidos, contenidos virales y, con frecuencia, narrativas simplificadas que provienen directamente de las oficinas de relaciones públicas de las grandes tecnológicas, el periodismo de investigación se erige como un pilar fundamental para la salud de nuestra democracia y la toma de decisiones informada. Su valor es inestimable precisamente porque desafía el statu quo.

El periodismo de investigación, como el que practica Hao, no se conforma con las declaraciones oficiales ni con las promesas de los líderes tecnológicos. Se sumerge en los detalles, entrevista a múltiples fuentes (a menudo anónimas o disidentes), analiza documentos, interpreta datos complejos y, lo más importante, formula preguntas difíciles que otros podrían evitar. Su misión es desvelar lo oculto, cuestionar el poder y ofrecer una visión más completa y crítica de cómo la tecnología impacta realmente nuestras vidas, más allá de la superficie brillante de la innovación.

En mi opinión, este tipo de periodismo es más crucial que nunca. A medida que las tecnologías se vuelven más complejas y sus implicaciones más profundas, la necesidad de intermediarios informados y críticos que puedan traducir estos avances para el público general, y al mismo tiempo exigir responsabilidad a los poderosos, se vuelve indispensable. Sin periodistas como Karen Hao, la narrativa tecnológica quedaría enteramente en manos de quienes tienen intereses creados en su promoción, lo que podría llevar a una ceguera colectiva ante los riesgos y las desigualdades que conlleva. Su trabajo proporciona un contrapeso esencial a la visión a menudo edulcorada del "progreso" tecnológico, forzándonos a confrontar las implicaciones éticas, sociales y políticas que de otro modo podrían pasar desapercibidas.

Además, el periodismo de investigación es un motor de cambio. Las revelaciones sobre sesgos algorítmicos, abusos de privacidad, o impactos laborales de la automatización, a menudo impulsan debates públicos, provocan cambios en las políticas corporativas e incluso inspiran nuevas regulaciones. Es una forma de empoderamiento ciudadano, ofreciendo a las personas la información que necesitan para comprender mejor el mundo que les rodea y participar de manera más efectiva en su configuración. Proyectos como ProPublica en EE. UU. o el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) demuestran el poder transformador de un periodismo comprometido con el interés público: Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación.

En un panorama mediático donde la financiación del periodismo de investigación es a menudo precaria y los periodistas se enfrentan a presiones crecientes, el reconocimiento del valor de figuras como Karen Hao y el apoyo a las organizaciones que defienden este tipo de trabajo es vital. Es una inversión en nuestra capacidad colectiva para comprender y moldear un futuro tecnológico que sea verdaderamente humano y justo, en lugar de ser meros receptores pasivos de innovaciones que no siempre benefician a todos por igual.

Construyendo un futuro tecnológico más

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