El rasgo clave de la superinteligencia según Joseph Jebelli, y no es el cociente intelectual

Cuando pensamos en la superinteligencia, ¿qué imagen nos viene a la mente? ¿Un cerebro prodigioso capaz de resolver ecuaciones complejas en segundos, una memoria fotográfica o un coeficiente intelectual (CI) estratosférico? La narrativa popular a menudo nos empuja a creer que la inteligencia es una cifra, un número que dictamina nuestro potencial y nos categoriza. Sin embargo, el neurocientífico Joseph Jebelli nos invita a mirar más allá de esta métrica simplista y, a veces, limitante. En un fascinante análisis que resuena con la esencia de la innovación y la creatividad, Jebelli postula que el verdadero distintivo de mentes extraordinarias como las de Leonardo da Vinci o Bill Gates no reside en su cociente intelectual, sino en una característica mucho más profunda y dinámica. Es una perspectiva que no solo desafía nuestras preconcepciones sobre lo que significa ser "inteligente", sino que también abre nuevas vías para entender y, quizás, cultivar la genialidad en la sociedad moderna.

Más allá del cociente intelectual: La visión de Joseph Jebelli

El rasgo clave de la superinteligencia según Joseph Jebelli, y no es el cociente intelectual

Tradicionalmente, el cociente intelectual ha sido el estándar de oro para medir la inteligencia. Desarrollado a principios del siglo XX, el CI evalúa habilidades cognitivas como el razonamiento lógico, la memoria a corto plazo, la comprensión verbal y la capacidad de resolver problemas dentro de un marco establecido. Si bien es innegable que un CI alto correlaciona con ciertas capacidades académicas y profesionales, Joseph Jebelli, con su profunda comprensión de la neurociencia, argumenta que esta métrica tiene sus limitaciones significativas, especialmente cuando se trata de identificar las cualidades que impulsan a los verdaderos genios o a los innovadores disruptivos.

Para Jebelli, la superinteligencia no es solo una cuestión de velocidad o capacidad de procesamiento de información, sino algo más elusivo y, a la vez, más poderoso: la capacidad de establecer conexiones inusuales entre campos aparentemente dispares y una curiosidad insaciable que impulsa la exploración continua. Él sugiere que el CI, al enfocarse en resolver problemas predefinidos con soluciones a menudo ya estructuradas, no logra captar la esencia de la creatividad radical, la visión a largo plazo o la habilidad de innovar de manera que redefine por completo un sector o una disciplina. Las mentes que cambian el mundo no solo responden preguntas; formulan preguntas que nadie más ha considerado y sintetizan conocimientos de áreas que tradicionalmente se mantienen separadas, rompiendo moldes y paradigmas.

Personalmente, creo que esta distinción es crucial. Nos libera de la tiranía de los números y nos invita a valorar la inteligencia como un proceso activo y expansivo, en lugar de una capacidad estática predefinida al nacer. Nos reta a considerar que la verdadera genialidad podría estar menos en "cuánto sabes" y más en "cómo conectas lo que sabes" y "cuánto deseas saber más". Esta visión transforma la inteligencia de un destino a un viaje, un camino de exploración y síntesis sin fin.

La curiosidad insaciable y la conexión de ideas dispares: El verdadero motor

Este rasgo clave, que podríamos denominar "síntesis interdisciplinar impulsada por la curiosidad", es lo que, según Jebelli, permite a individuos excepcionales trascender las fronteras del conocimiento convencional. No se trata simplemente de ser multidisciplinar, es decir, de tener conocimientos en varias áreas, sino de tener una sed insaciable por entender cómo funcionan las cosas en su nivel más fundamental, para luego aplicar esos conocimientos, esos principios subyacentes, en contextos completamente diferentes. Es la capacidad de ver el patrón en el caos, la melodía en el ruido y la interconexión en la aparente fragmentación del saber.

Desde una perspectiva neurocientífica, esto se alinea con la plasticidad cerebral y la capacidad de las redes neuronales para reorganizarse y establecer nuevas sinapsis. No es solo una cuestión de velocidad de procesamiento, sino de la riqueza, la densidad y la flexibilidad de la red de conexiones que un individuo puede construir y explorar a lo largo de su vida. La curiosidad actúa como el combustible, impulsando al cerebro a buscar nuevas experiencias, a aprender cosas nuevas y, en el proceso, a forjar esas nuevas conexiones neuronales que son la base del pensamiento creativo e innovador. Cuando una persona está genuinamente curiosa, su cerebro está en un estado óptimo para la absorción de información y para la generación de ideas originales al combinar elementos previamente inconexos.

El arquetipo de Leonardo da Vinci

El ejemplo de Leonardo da Vinci es, quizás, el más paradigmático y una prueba viviente de la tesis de Jebelli. No fue solo un pintor magistral o un inventor visionario. Fue un anatomista que dibujaba con una precisión que rivalizaba con la fotografía, un ingeniero que diseñó máquinas voladoras siglos antes de que la tecnología lo permitiera, un botánico, un arquitecto, un músico y un filósofo. Su genio no residía en ser el mejor en una única disciplina, sino en su habilidad para entrelazar todas ellas, demostrando una curiosidad omnívora y una capacidad de síntesis inigualable.

Su estudio de la anatomía humana, por ejemplo, no era meramente científico; informaba la expresividad de sus figuras pintadas, como se observa en la Mona Lisa o en El hombre de Vitruvio, donde la proporción matemática y la anatomía se fusionan con el arte. Sus observaciones sobre el flujo del agua no solo eran para la ingeniería hidráulica; también inspiraban los drapeados y los paisajes fluidos de sus obras. Leonardo no veía fronteras rígidas entre el arte y la ciencia; para él, eran simplemente diferentes lenguajes para describir una misma realidad subyacente. Su curiosidad era tan vasta que exploraba cada rincón del conocimiento humano, buscando patrones y principios universales que pudieran aplicarse en cualquier ámbito. Sus famosos cuadernos, repletos de bocetos y notas sobre temas tan diversos como el vuelo de los pájaros, la mecánica del corazón humano y la óptica, son un testimonio viviente de esta mente inquisitiva y conectiva. Si desea profundizar en su vida y obra, puede consultar esta biografía de Leonardo da Vinci (se abrirá en una nueva pestaña).

La visión estratégica de Bill Gates

Pasando a la era moderna, Bill Gates representa una encarnación contemporánea de este mismo rasgo, adaptado al contexto tecnológico y empresarial. Si bien es conocido por su agudeza técnica y su implacable visión empresarial, su éxito no fue simplemente el resultado de un CI elevado o de una capacidad para programar mejor que nadie. Gates, desde sus inicios con Microsoft, demostró una capacidad excepcional para anticipar el futuro de la tecnología y conectar puntos que otros no veían, guiado por una curiosidad sobre cómo la tecnología podría transformar el mundo.

La idea de "un ordenador en cada escritorio y en cada hogar" no era una obviedad cuando la computación personal estaba en pañales y era vista como una herramienta para expertos. Gates tuvo la visión de democratizar el software, entendiendo que el valor no solo residía en el hardware, sino en la capacidad de las personas para interactuar con las máquinas. Requería una curiosidad profunda sobre cómo la tecnología podría integrarse en la vida cotidiana y una habilidad para visualizar el ecosistema completo (hardware, software, usuarios, aplicaciones). Su capacidad para pivotar y adaptarse a lo largo de las décadas, desde los sistemas operativos hasta la productividad de oficina, la nube y, más recientemente, la inteligencia artificial, demuestra una flexibilidad mental y una apertura al aprendizaje continuo que supera con creces la rigidez de un enfoque puramente algorítmico o un CI estático.

Actualmente, su enfoque filantrópico a través de la Fundación Bill y Melinda Gates (se abrirá en una nueva pestaña) es otro testimonio de esta síntesis interdisciplinar. Aborda problemas complejos de salud global y desarrollo, donde la solución requiere conectar ciencia, política, economía, sociología e incluso consideraciones culturales. Es fascinante ver cómo esta característica se adapta a contextos tan distintos, desde el Renacimiento hasta la era digital, manteniendo su relevancia como motor de progreso.

¿Cómo se cultiva esta superinteligencia?

Si la superinteligencia no es solo cuestión de un número predeterminado, la pregunta crucial es: ¿cómo podemos fomentar este rasgo en nosotros mismos y en las futuras generaciones? Jebelli y otros pensadores sugieren que el camino pasa por abrazar la incertidumbre, fomentar la exploración y derribar las barreras disciplinarias que a menudo imponemos en nuestra educación y en nuestra forma de pensar.

En el ámbito educativo, esto se traduciría en modelos que prioricen la resolución de problemas holísticos sobre la memorización de datos aislados. En lugar de enseñar historia, ciencia y arte como asignaturas inconexas, se buscarían proyectos que integren estos conocimientos. Un claro ejemplo de esto es el desarrollo de proyectos STEAM (se abrirá en una nueva pestaña) (Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Artes y Matemáticas), que, por ejemplo, podrían explorar la construcción de pirámides desde una perspectiva matemática, histórica, de ingeniería, cultural y artística, permitiendo a los estudiantes ver las conexiones. Se alentaría a los estudiantes a hacer preguntas, a experimentar sin miedo al fracaso, y a tolerar la ambigüedad como parte esencial del proceso de aprendizaje. Un recurso interesante sobre la importancia de pensar de manera no convencional se encuentra en la Wikipedia sobre el pensamiento lateral (se abrirá en una nueva pestaña).

A nivel individual, implica cultivar lo que a menudo se denomina una "mentalidad de principiante", siempre abierta a nuevas ideas, a desafiar suposiciones profundamente arraigadas y a buscar activamente perspectivas diferentes a las propias. Leer ampliamente fuera de su campo de especialización, viajar, conversar con personas de diversas profesiones y orígenes, y comprometerse con el aprendizaje autodirigido son todas vías poderosas para expandir nuestra red de conexiones mentales. Se trata de una práctica consciente de la curiosidad, de permitir que nuestra mente divague y establezca enlaces inesperados.

Creo firmemente que la educación del futuro debe centrarse en desarrollar estas habilidades de conexión y pensamiento crítico, en lugar de solo transmitir información. La información está cada vez más disponible; la sabiduría y la innovación residen en cómo la usamos, la relacionamos y la aplicamos a problemas nuevos y complejos.

La relevancia de la flexibilidad cognitiva en un mundo cambiante

En un mundo caracterizado por una aceleración sin precedentes del cambio tecnológico, social y ambiental, la capacidad de conectar ideas dispares y de mantener una curiosidad insaciable se ha vuelto más vital que nunca. Las soluciones a los problemas más apremiantes de nuestro tiempo —desde el cambio climático y las pandemias hasta la desigualdad social y el desarrollo sostenible— rara vez se encuentran dentro de los límites de una única disciplina o enfoque. Requieren una visión holística y la síntesis de conocimientos de la ciencia, la ingeniería, las humanidades, la economía y la ética.

Esta flexibilidad cognitiva no es solo una ventaja; es una necesidad para la supervivencia y la prosperidad, tanto a nivel individual como colectivo. Aquellos que pueden adaptarse rápidamente a nuevas informaciones, integrar diferentes perspectivas y generar soluciones innovadoras son los que liderarán la próxima ola de progreso humano. La rigidez mental, por el contrario, nos condena a la obsolescencia. La mente que se niega a aprender o a cambiar es una mente que ya ha cesado de crecer. Un artículo interesante que explora los mecanismos cerebrales detrás de estas conexiones es el de BBVA OpenMind sobre la neurociencia de la creatividad (se abrirá en una nueva pestaña). Es un recordatorio de que la inteligencia es un músculo que se ejercita a través de la exploración y la interconexión.

En resumen, la perspectiva de Joseph Jebelli nos ofrece un lente refrescante a través del cual observar la superinteligencia. No es una cualidad innata e inmutable, medida por un número, sino un proceso dinámico de exploración, conexión y síntesis. Las mentes de Leonardo da Vinci y Bill Gates brillan no solo por su capacidad de procesar información, sino por su incansable curiosidad y su habilidad para tejer hilos de conocimiento a través de un vasto tapiz de disciplinas. Reconocer y cultivar esta cualidad podría ser la clave no solo para el desarrollo individual y la satisfacción personal, sino también para impulsar la innovación y el progreso en la sociedad en su conjunto, equipándonos mejor para los desafíos del futuro. Es un llamado a expandir nuestras mentes, a cuestionar lo establecido y a buscar la belleza en las conexiones inesperadas.