El matrimonio Roig no solo es sinónimo de Mercadona: también lo es de una de las mayores colecciones de arte del mundo

Cuando pensamos en el apellido Roig en España, la mente de la gran mayoría se dirige de forma casi automática a los pasillos impecables, los carritos llenos y los productos de marca blanca de Mercadona. La exitosa cadena de supermercados ha cimentado la fortuna y el reconocimiento público de Juan Roig, su presidente, y su familia. Sin embargo, detrás de la omnipresente realidad de los supermercados, se esconde una faceta mucho menos conocida pero igualmente impresionante y significativa: la conformación de una de las colecciones de arte contemporáneo más relevantes a nivel global, impulsada por Hortensia Herrero, esposa de Juan Roig.

Es una dicotomía fascinante: la eficiencia pragmática del comercio minorista, centrada en la satisfacción del cliente y la optimización de procesos, contrasta con la pasión por el arte, una esfera que a menudo se asocia con la introspección, la estética y la expresión de lo intangible. Y, sin embargo, en el seno de la familia Roig, ambas pasiones no solo coexisten, sino que florecen de manera complementaria, demostrando que la visión empresarial puede ser un poderoso motor para el mecenazgo cultural. Esta colección, lejos de ser un mero pasatiempo o una inversión discreta, se ha transformado en un proyecto cultural de envergadura que está redefiniendo el panorama artístico, especialmente en la Comunidad Valenciana.

Más allá de Mercadona: la discreción de una pasión compartida

El matrimonio Roig no solo es sinónimo de Mercadona: también lo es de una de las mayores colecciones de arte del mundo

La historia de Mercadona es una epopeya empresarial, un caso de estudio sobre cómo la innovación en la gestión, la logística y la estrategia de precios puede transformar un pequeño negocio familiar en un gigante nacional. Juan Roig ha sido, sin duda, la cara visible de este imperio, conocido por su pragmatismo, su liderazgo y su implacable búsqueda de la "calidad total". Sin embargo, su esposa, Hortensia Herrero, ha cultivado en paralelo y con notable discreción, una pasión por el arte que ha crecido hasta alcanzar dimensiones monumentales.

Lo interesante de esta faceta es la humildad con la que se ha gestado. Durante años, la pareja ha estado adquiriendo obras de arte sin grandes alardes mediáticos, forjando una colección que comenzó como un interés personal y que, con el tiempo, ha ido cobrando un peso y una coherencia asombrosos. No es una colección nacida del capricho o del estatus, sino de un genuino amor por la expresión artística y por el deseo de contribuir al enriquecimiento cultural. En mi opinión, esta discreción inicial es admirable y habla de una verdadera vocación por el arte, más allá de la proyección pública que el mismo pueda conferir. Demuestra un compromiso profundo con la esencia de la obra, desvinculado de las modas o la ostentación.

Este enfoque ha permitido que la colección se desarrolle con una visión a largo plazo, sin presiones externas, lo que ha redundado en una selección de piezas de una calidad y relevancia excepcionales. La figura de Hortensia Herrero es central en este relato. Aunque a menudo se sitúa a la sombra mediática de su marido, su rol como impulsora y guardiana de esta colección es vital. Es ella quien, con una sensibilidad y un criterio afinados a lo largo de décadas, ha ido dando forma a este vasto repertorio de arte contemporáneo, que hoy se erige como un testimonio de su visión personal y de su compromiso con la cultura.

La Fundación Hortensia Herrero: el motor cultural

El punto de inflexión en la proyección pública de esta colección llegó con la creación de la Fundación Hortensia Herrero en 2013. Esta entidad no es solo el paraguas legal bajo el cual se gestiona la inmensa colección artística, sino que representa una declaración de intenciones, un compromiso explícito con la sociedad. La fundación nace con la misión de impulsar la sensibilidad artística y cultural de la Comunidad Valenciana, a través del arte, la danza, la música y la recuperación del patrimonio histórico-artístico. Es, en esencia, la formalización de un mecenazgo privado con vocación de servicio público.

La Fundación Hortensia Herrero no se limita a exhibir arte; su radio de acción es mucho más amplio. Ha financiado importantes restauraciones de joyas arquitectónicas valencianas, como la Iglesia de San Nicolás de Bari y San Pedro Mártir, conocida como la "Capilla Sixtina Valenciana", o el Colegio Mayor de la Seda, contribuyendo de manera decisiva a la preservación del legado histórico de la región. Estos proyectos de restauración son una muestra clara de que el interés de la familia Roig por la cultura va más allá de su propia colección, abarcando la salvaguarda de un patrimonio que es de todos. Es fascinante cómo una fortuna generada en el ámbito comercial se destina de forma tan significativa a la recuperación de nuestra historia y arte.

Además, la fundación apoya proyectos de danza y música, demostrando una visión holística de la cultura. Este enfoque multidisciplinar es, en mi opinión, muy acertado, ya que reconoce la interconexión de las diferentes expresiones artísticas y su capacidad conjunta para enriquecer el espíritu humano. El impacto de la fundación en Valencia es innegable, transformando la ciudad en un polo de atracción cultural y demostrando el poder del mecenazgo privado cuando se ejerce con una visión clara y un compromiso real. Puedes conocer más sobre sus proyectos y su misión en su página web oficial.

El Centre d’Art Hortensia Herrero: un nuevo faro cultural en Valencia

La joya de la corona y la materialización más visible de este ambicioso proyecto es, sin duda, el Centre d’Art Hortensia Herrero (CAHH). Ubicado en el rehabilitado Palacio Valeriola, en pleno corazón de Valencia, este centro de arte abrió sus puertas a finales de 2023, consolidándose como un espacio de referencia para el arte contemporáneo a nivel internacional. El palacio, un edificio histórico del siglo XVII con vestigios romanos en su subsuelo, ha sido objeto de una meticulosa y costosísima restauración que, por sí misma, ya es una obra de arte.

El CAHH alberga de forma permanente una parte sustancial de la colección privada de Hortensia Herrero, que incluye obras de artistas de la talla de Andreas Gursky, Anselm Kiefer, Georg Baselitz, Olafur Eliasson, Tony Cragg, y por supuesto, destacados artistas españoles como Manolo Valdés, Jaume Plensa y Miquel Barceló, entre muchos otros. La apertura de este centro ha sido un hito para Valencia, situándola en el mapa mundial del arte contemporáneo y ofreciendo a los ciudadanos y visitantes la oportunidad de contemplar obras de algunos de los creadores más influyentes de nuestro tiempo. La inversión en este proyecto no solo ha sido monetaria, sino también de tiempo y pasión, y el resultado es un espacio que fusiona a la perfección la historia con la vanguardia.

Lo que me parece más destacable de este proyecto es la voluntad de compartir. Una colección privada de esta magnitud podría permanecer en un ámbito íntimo, accesible solo a unos pocos. Sin embargo, la decisión de abrirla al público a través de un centro de arte no solo enriquece el panorama cultural, sino que también democratiza el acceso a obras de arte de incalculable valor, fomentando la educación y la apreciación artística. Es un regalo a la ciudad y a la comunidad, y un ejemplo brillante de cómo el mecenazgo puede tener un impacto transformador. Para profundizar en la experiencia que ofrece este nuevo espacio, recomiendo la lectura de artículos especializados, como los que se pueden encontrar en El País sobre su inauguración.

Un legado de arte contemporáneo con arraigo español

La colección Hortensia Herrero se caracteriza por su fuerte inclinación hacia el arte contemporáneo. Esta elección no es casual; refleja una visión que busca dialogar con el presente, explorar las cuestiones que definen nuestra era y ofrecer nuevas perspectivas sobre la condición humana. Lo fascinante es que, dentro de esta amplitud contemporánea, la colección mantiene un equilibrio entre figuras internacionales de primer orden y una sólida representación de artistas españoles.

Esto último es particularmente significativo. En un mercado del arte a menudo dominado por nombres anglosajones y centroeuropeos, la colección Roig/Herrero pone en valor la creatividad y el talento de artistas españoles que han alcanzado reconocimiento global, como los ya mencionados Plensa, Valdés o Barceló. Esta apuesta por lo nacional, sin dejar de lado lo internacional, dota a la colección de una identidad propia y de un profundo arraigo. Es una forma de reivindicar el lugar de España en la escena artística global, y, a la vez, de proporcionar una plataforma para que estos creadores conecten con un público más amplio.

Personalmente, encuentro muy valioso este enfoque que no olvida la raíz local. Es una manera de apoyar el talento propio y de enriquecer el diálogo entre lo universal y lo particular. El arte contemporáneo, por su naturaleza, a menudo desafía, provoca y nos invita a reflexionar. Tener acceso a una colección que abarca un espectro tan amplio de estas expresiones, desde la escultura monumental hasta la pintura de gran formato o la instalación, es un privilegio. La colección no solo exhibe obras terminadas, sino que a menudo incorpora proyectos específicos para el espacio, creando una simbiosis única entre el continente y el contenido. Para una visión más profunda sobre la diversidad de la colección, se pueden consultar reportajes como el de ABC Cultural.

La influencia económica y cultural del matrimonio Roig en Valencia y España

La influencia del matrimonio Roig, a través de Mercadona y la Fundación Hortensia Herrero, es un fenómeno poliédrico que abarca desde la economía hasta la cultura, con un epicentro claro en Valencia. El éxito empresarial de Mercadona ha generado una riqueza que, lejos de concentrarse exclusivamente en el ámbito privado, se ha canalizado hacia proyectos de gran calado social y cultural. Esta es una lección importante sobre cómo la generación de valor económico puede y debe ir de la mano de la responsabilidad social.

Mercadona no es solo una cadena de supermercados; es un motor económico que crea miles de empleos directos e indirectos, y que tiene un impacto significativo en la cadena de valor agroalimentaria española. La visión de Juan Roig de un "Modelo de Calidad Total" ha sido replicada y estudiada por muchas otras empresas. Puedes indagar más sobre su modelo de negocio en la web corporativa de Mercadona.

Lo que resulta particularmente relevante es cómo esta base económica ha sustentado un ambicioso proyecto cultural. La Fundación Hortensia Herrero y el Centre d’Art son ejemplos palpables de cómo el capital privado puede catalizar un cambio cultural profundo, revitalizando el patrimonio, apoyando la creación contemporánea y ofreciendo a la ciudadanía acceso a experiencias artísticas de primer nivel. En mi opinión, este modelo de mecenazgo es un ejemplo a seguir, demostrando que la filantropía no es solo un acto de generosidad, sino una inversión estratégica en el futuro de una sociedad.

La pareja Roig-Herrero ha demostrado un compromiso inquebrantable con Valencia, su tierra natal. No solo a través de la restauración de edificios históricos o la creación del centro de arte, sino también mediante el apoyo a iniciativas locales y la inversión en el talento valenciano. Esta lealtad a sus raíces, combinada con una visión global en la selección artística, es lo que confiere a su mecenazgo un carácter tan genuino y, a la vez, tan impactante. La revitalización del centro histórico de Valencia, en parte gracias a sus iniciativas, es un testimonio de su impacto tangible.

La colección como inversión y como patrimonio cultural

Es inevitable que una colección de arte de esta envergadura también se perciba, en cierta medida, como una inversión. Las obras de los grandes maestros contemporáneos tienen un valor de mercado considerable y suelen revalorizarse con el tiempo. Sin embargo, lo que diferencia a la colección Hortensia Herrero es que su motivación principal parece trascender el mero interés económico. La decisión de convertir una colección privada en un centro de arte accesible al público es la prueba más clara de que la familia ve estas obras como un patrimonio cultural, no solo como activos financieros.

Considerar el arte como un patrimonio cultural implica una responsabilidad: la de conservarlo, estudiarlo y, sobre todo, compartirlo. En este sentido, la Fundación Hortensia Herrero está cumpliendo una función social invaluable. Al hacer accesible la colección, están educando a nuevas generaciones, estimulando el debate artístico y enriqueciendo el imaginario colectivo. El arte, cuando se comparte, deja de ser propiedad de unos pocos para convertirse en un bien común.

Esta perspectiva de patrimonio cultural es fundamental. En un mundo donde el arte a menudo se mercantiliza, iniciativas como esta nos recuerdan su valor intrínseco, su capacidad para inspirar, cuestionar y conectar. La existencia de una colección de tal magnitud en Valencia atrae a estudiosos, críticos y amantes del arte de todo el mundo, generando un diálogo internacional y posicionando a la ciudad como un referente cultural. Es un legado que perdurará mucho más allá de la vida de sus creadores, dejando una huella imborrable en la cultura española y global. Para ver cómo se compara con otras grandes colecciones privadas, se puede buscar información sobre el ranking de coleccionistas de arte global, donde la familia Roig-Herrero a menudo aparece mencionada. Un buen punto de partida podría ser este artículo de Expansión.

Un modelo de mecenazgo para el siglo XXI

El matrimonio Roig, a través de la Fundación Hortensia Herrero, ha establecido un modelo de mecenazgo cultural para el siglo XXI que es digno de análisis y admiración. Combina la visión empresarial y la capacidad de gestión, cualidades que les han llevado al éxito en Mercadona, con una profunda sensibilidad artística y un compromiso altruista con la sociedad. Su enfoque va más allá de la simple donación; se trata de una implicación activa en la creación, preservación y difusión cultural.

Lo que más me impacta es la integralidad de su compromiso: desde la restauración de edificios históricos que son cimientos de la identidad valenciana, hasta la creación de un espacio de vanguardia para el arte contemporáneo. Este enfoque integral demuestra una comprensión profunda de cómo la cultura, en sus diversas manifestaciones, contribuye al bienestar y al desarrollo de una comunidad. No se trata solo de construir un museo, sino de tejer una red de iniciativas que fortalecen el tejido cultural de la región.

En un momento donde los recursos públicos para la cultura a menudo son limitados, el papel del mecenazgo privado se vuelve más crucial que nunca. La familia Roig-Herrero ha recogido este testigo con una generosidad y una visión extraordinarias. Su legado no es solo un conjunto de obras de arte, sino un ejemplo inspirador de cómo la riqueza puede ser una herramienta poderosa para el bien común, transformando el paisaje cultural y enriqueciendo la vida de millones de personas. Sin duda, su contribución a la cultura española será recordada como una de las más significativas de nuestro tiempo, trascendiendo con creces la imagen de los supermercados.

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