El dilema de Portugal: prosperidad turística versus la asequibilidad para sus ciudadanos

Portugal, un país bañado por el Atlántico, conocido por sus ciudades históricas, sus costas impresionantes y una cultura acogedora, se ha convertido en los últimos años en un destino paradisíaco no solo para turistas, sino también para una creciente ola de nómadas digitales y jubilados de países más ricos. Este fenómeno, si bien ha traído consigo una indudable inyección económica y un vibrante intercambio cultural, también ha gestado una paradoja compleja: la creciente inasequibilidad de sus principales ciudades para los propios portugueses. Lo que para muchos es una oportunidad de crecimiento, para otros se ha transformado en una amenaza latente para su calidad de vida y su permanencia en los barrios que los vieron crecer.

La narrativa de Portugal como un "milagro económico" tras la crisis financiera de 2008-2010 ha sido ampliamente celebrada. Las políticas gubernamentales destinadas a atraer inversión extranjera y talento internacional, como el programa de visados 'Golden Visa' (terminado recientemente en su modalidad inmobiliaria) o el régimen fiscal para residentes no habituales (NHR, por sus siglas en inglés), lograron reactivar la economía y el mercado inmobiliario. Sin embargo, detrás de esta fachada de éxito se oculta un problema social y económico de proporciones considerables, que exige una reflexión profunda sobre los modelos de desarrollo que se están implementando.

La cara oculta del 'milagro' portugués

El dilema de Portugal: prosperidad turística versus la asequibilidad para sus ciudadanos

Durante más de una década, Portugal se posicionó estratégicamente para atraer capital y talento. El régimen NHR, lanzado en 2009, ofrecía importantes exenciones fiscales para pensiones y ciertos ingresos profesionales de extranjeros que se convirtieran en residentes fiscales en Portugal. Simultáneamente, el programa de 'Golden Visa' permitía a inversores de fuera de la Unión Europea obtener permisos de residencia a cambio de grandes inversiones, siendo la compra de propiedades la vía más popular. Estas medidas, junto con el atractivo intrínseco del país –seguridad, buen clima, bajo coste de vida inicial y una rica cultura–, crearon un cóctel irresistible para un segmento demográfico con alto poder adquisitivo.

Lisboa y Oporto, con su arquitectura, su gastronomía y su efervescencia cultural, se convirtieron rápidamente en los epicentros de esta transformación. Barrios que antaño eran habitados por familias trabajadoras vieron cómo sus edificios eran rehabilitados a golpe de inversión extranjera, transformándose en apartamentos de lujo o alojamientos turísticos de corta duración. Es difícil negar el impacto positivo inicial en la renovación urbana y la dinamización de la economía local. No obstante, esta rápida metamorfosis ha tenido un coste, uno que los ciudadanos portugueses están pagando muy caro.

Nómadas digitales: ¿bendición o carga?

La pandemia de COVID-19 y la expansión del teletrabajo global impulsaron la figura del nómada digital. Portugal, con su nueva visa específica para este colectivo, su excelente conectividad y sus precios (aún) relativamente bajos comparados con otras capitales europeas, se convirtió en un imán. Profesionales jóvenes y no tan jóvenes, con ingresos generados en economías más robustas, llegaron en masa, buscando un estilo de vida diferente y una mayor calidad de vida.

Desde una perspectiva económica, la llegada de nómadas digitales puede ser vista como una bendición. Aportan diversidad, a menudo invierten en negocios locales o crean los suyos propios, y consumen servicios. Pueden revitalizar áreas con baja densidad de población, como se ha visto en algunas zonas rurales o costeras fuera de las grandes urbes. Sin embargo, en ciudades como Lisboa o Oporto, donde la infraestructura ya está tensionada y el mercado inmobiliario es extremadamente sensible, su impacto es más ambiguo. La capacidad de pagar alquileres o comprar propiedades a precios muy superiores a la media local distorsiona el mercado, elevando los costes para todos.

Mi opinión personal es que, aunque los nómadas digitales son un símbolo de la globalización y pueden aportar frescura a una sociedad, la falta de una regulación que equilibre su presencia con las necesidades de la población local es un error. Un país debe asegurar primero el bienestar de sus ciudadanos residentes antes de volcarse en atraer a visitantes de larga duración que, a menudo, tienen pocas raíces en la comunidad. La convivencia se hace difícil cuando la diferencia de poder adquisitivo es abismal y se traduce en una competencia desleal por recursos básicos como la vivienda. Se puede profundizar sobre el tema en este artículo sobre el impacto de los nómadas digitales en las ciudades.

El impacto de los jubilados ricos

Mientras los nómadas digitales representan una afluencia de capital humano y de consumo, los jubilados ricos, principalmente de Europa del Norte y Central, así como de Estados Unidos, representan una inyección de capital aún más significativa en el mercado inmobiliario. Atraídos por el ya mencionado régimen NHR, que hasta hace poco eximía de impuestos sus pensiones, y por la calidad de vida portuguesa, muchos de ellos han optado por comprar propiedades, a menudo de alto valor, estableciéndose de forma permanente o semipermanente.

Su poder adquisitivo no solo afecta a los precios de la vivienda. También altera la demanda de servicios, desde restaurantes hasta tiendas de comestibles, que se adaptan a un público con preferencias y bolsillos diferentes. Esto puede llevar a la gentrificación comercial, donde los negocios tradicionales cierran para ser reemplazados por otros más enfocados al turismo o a los expatriados. El debate sobre el NHR y su contribución a la especulación inmobiliaria y al aumento del coste de vida ha sido intenso en Portugal, culminando en su reciente reformulación para intentar mitigar algunos de sus efectos indeseados. Pueden encontrar más detalles sobre la evolución de este régimen fiscal aquí: Régimen fiscal para no residentes en Portugal.

Consecuencias directas en las ciudades portuguesas

El mercado inmobiliario en crisis

La consecuencia más palpable y dramática de esta afluencia de capital es la crisis de vivienda. Los precios de alquiler en Lisboa y Oporto se han disparado hasta límites insostenibles para la mayoría de la población portuguesa. Muchos jóvenes y familias se ven obligados a abandonar sus barrios de toda la vida, o incluso a emigrar a ciudades dormitorio cada vez más alejadas de sus centros de trabajo. La especulación inmobiliaria se ha descontrolado; propiedades que antes estaban destinadas al alquiler a largo plazo para residentes locales, ahora se venden a precios exorbitantes a inversores o se reconvierten en alojamientos de corta duración (AL - Alojamento Local) para turistas, prometiendo mayores rendimientos.

Esta dinámica ha vaciado barrios históricos de su población original, transformándolos en meros escenarios para turistas, despojándolos de su alma y su identidad. Lo que vemos en la Alfama lisboeta o en el centro histórico de Oporto es un claro ejemplo de este desplazamiento cultural y social.

La transformación del tejido social

La alteración del mercado inmobiliario trae consigo una profunda transformación del tejido social. Las comunidades se desintegran, las redes de apoyo vecinales se rompen y la diversidad generacional se pierde. Las tiendas de barrio, las panaderías tradicionales y los pequeños comercios que servían a la población local son reemplazados por boutiques de lujo, cafeterías modernas y restaurantes "instagramables" dirigidos a un público con mayor poder adquisitivo. Esto no solo afecta la economía local, sino también la identidad y el carácter de la ciudad. La autenticidad que tanto atrae a los extranjeros es precisamente lo que se está erosionando.

Presión sobre los servicios públicos

Una mayor población, especialmente en las grandes urbes, implica una mayor demanda de servicios públicos. La sanidad, el transporte público, la gestión de residuos y la educación se ven sometidos a una presión creciente. Si bien los nuevos residentes aportan impuestos, la inversión en infraestructuras y servicios no siempre ha crecido al mismo ritmo, creando cuellos de botella y disminuyendo la calidad de vida para todos. El transporte público en Lisboa, por ejemplo, está a menudo al límite de su capacidad, y el acceso a ciertos servicios sanitarios puede ser más lento. Más información sobre la situación del mercado de vivienda en Portugal puede encontrarse en informes como este: Crisis de vivienda en Portugal.

Respuestas políticas y desafíos futuros

Consciente de la creciente indignación popular y la presión social, el gobierno portugués ha comenzado a implementar medidas para intentar revertir o al menos contener estos efectos. La abolición de las 'Golden Visas' para inversiones inmobiliarias, la revisión del régimen NHR y la imposición de restricciones más estrictas a la emisión de nuevas licencias de Alojamento Local son pasos en la dirección correcta. No obstante, muchos argumentan que estas acciones son tardías y que la magnitud del problema ya es tal que se necesitan intervenciones mucho más drásticas y estructurales.

La clave está en encontrar un equilibrio. Portugal necesita inversión extranjera y el talento que acompaña a los nómadas digitales, pero no a costa de la expulsión de sus propios ciudadanos. Necesita desarrollar políticas de vivienda a largo plazo que prioricen el acceso a la vivienda asequible para los residentes locales. Esto podría incluir la construcción de vivienda pública, la regulación de los alquileres, la imposición de impuestos a las viviendas vacías o la limitación de la compra de propiedades por no residentes en zonas de alta presión. Un análisis sobre las nuevas medidas del gobierno portugués en materia de vivienda puede ser consultado en este enlace: Medidas del gobierno portugués contra la crisis de vivienda.

¿Existe un equilibrio posible?

El desafío para Portugal es inmenso: cómo seguir siendo un destino atractivo y abierto al mundo, sin perder su alma ni empobrecer a su propia gente. La solución no pasa por cerrar las fronteras, sino por gestionar de manera inteligente y sostenible el crecimiento y la globalización. Es crucial que se promueva un modelo de desarrollo que ponga el bienestar de los ciudadanos en el centro, y que vea la inversión extranjera y la llegada de nuevos residentes como un complemento, no como un sustituto, para el desarrollo endógeno del país.

Desde mi punto de vista, una política migratoria y de inversión más matizada es imperativa. Quizás incentivos para que nómadas digitales y jubilados se asienten en regiones del interior del país, que sí necesitan revitalización, en lugar de saturar aún más las ya congestionadas capitales. O la creación de un fondo de vivienda social financiado con parte de los impuestos generados por estos nuevos residentes. El futuro de Portugal dependerá de su capacidad para reconciliar su imagen de paraíso con la realidad de las necesidades de sus habitantes, asegurando que la prosperidad sea compartida y no solo el privilegio de unos pocos. La lucha por la asequibilidad de las ciudades es, en última instancia, una lucha por la identidad y la equidad social. Pueden consultar un interesante debate sobre la sostenibilidad del turismo y la vivienda en este estudio: Turismo y sostenibilidad en Portugal.

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