Fugaku crea el mayor cerebro virtual del mundo
El cerebro humano, con sus intrincados circuitos y su asombrosa capacidad para la cognición, la emoción y la creatividad, ha sido durante milenios el obj
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La televisión contemporánea ha sido, en gran medida, moldeada por la visión audaz y las narrativas intrincadas de unos pocos creadores que han sabido...
El panorama de la ciberseguridad, en constante evolución y marcado por la complejidad creciente de las infraestructuras de TI, demanda soluciones cada ve
Japón, una nación venerada por su inquebrantable adhesión a la tradición y el orden, se encuentra en la cúspide de una transformación silenciosa pero pro
En un mundo cada vez más fascinado y dependiente de los avances de la inteligencia artificial, una voz disonante y autorizada emerge con una predicción que sacude los cimientos de nuestro optimismo. Daniel Kokotajlo, quien hasta hace poco formaba parte del equipo de seguridad y alineación de OpenAI, la compañía pionera detrás de ChatGPT, ha lanzado una advertencia escalofriante: estima en un 70% la probabilidad de que la IA cause una catástrofe global. Esta cifra, proveniente de un experto que ha estado en el epicentro del desarrollo de IA de vanguardia, no puede ser ignorada. No estamos hablando de un futurólogo lejano, sino de alguien que ha trabajado íntimamente con los sistemas que están moldeando nuestro futuro. Su partida de OpenAI, precisamente por desacuerdos sobre la prioridad de la seguridad a largo plazo frente a la rápida comercialización, añade un peso considerable a sus palabras, transformándolas de una mera especulación a una preocupación legítima y urgente que merece nuestra máxima atención y un análisis profundo. Su testimonio es un recordatorio contundente de que, junto con las promesas de un futuro mejor, la IA también alberga riesgos existenciales que debemos abordar con seriedad y premura.
Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha soñado con expandir los límites de su percepción y acción. Historias de telequinesis, telepatía y clarividenc
El debate sobre cuál es la aplicación de navegación definitiva es tan antiguo como la era de los smartphones y, contra todo pronóstico, sigue más vivo qu
El vertiginoso mundo de la inteligencia artificial generativa no deja de sorprendernos con cambios que redefinen continuamente la interacción entre humanos y máquinas. En un movimiento que ha generado un debate considerable y al mismo tiempo una cierta sensación de alivio en diversos sectores, OpenAI ha anunciado la eliminación de su herramienta de clasificación de texto de IA. Esta función, que prometía delatar si un escrito había sido generado por un modelo de lenguaje, se ha retirado de forma silenciosa, marcando el fin de una era de intentos (a menudo fallidos) por poner un límite tecnológico a la autoría digital. Pero, ¿qué significa realmente esta decisión para la educación, la creación de contenido y la ética en la era de la IA? La respuesta es compleja y profunda, y merece un análisis detallado.
En un mundo cada vez más interconectado y dependiente de la tecnología, su potencial para moldear nuestro futuro es innegable. Sin embargo, este poder es una espada de doble filo. Mientras algunos ven en ella una fuente de desafíos y dilemas éticos, otros perciben una herramienta formidable para construir un mañana más justo, equitativo y sostenible. La verdadera maestría reside en saber dirigir esta fuerza hacia el bien común, transformando las dificultades en oportunidades y las innovaciones en soluciones. En este contexto, la figura de mujeres líderes y visionarias que emplean la tecnología con un propósito claro y positivo emerge como un faro de esperanza e inspiración. Ellas no solo demuestran que es posible, sino que lo están haciendo tangible.
La informática moderna nos ha prometido siempre eficiencia y fiabilidad, pero la realidad, como muchos hemos experimentado, es que los desastres digitale