Ni OpenAI ni Google o Meta, a ninguna de las grandes empresas de la IA les preocupa las consecuencias de una superinteligencia fuera de control

En el vertiginoso mundo de la inteligencia artificial, donde cada semana parece traer consigo un nuevo hito tecnológico, la conversación pública a menudo se centra en las capacidades asombrosas de estas máquinas: la generación de texto indistinguible del humano, la creación de imágenes fotorrealistas o la predicción de estructuras proteicas complejas. Sin embargo, bajo la superficie de esta euforia innovadora, yace una preocupación que, para muchos expertos y observadores, no está recibiendo la atención adecuada de quienes realmente tienen el poder de moldear el futuro: las grandes corporaciones de la IA. La premisa es audaz, incluso provocadora: ni OpenAI, ni Google, ni Meta, ni ninguna de las potencias tecnológicas que lideran esta carrera, parecen tomarse en serio la posibilidad de que una superinteligencia artificial (IA) descontrolada pueda tener consecuencias catastróficas para la humanidad. Es un tema que oscila entre la ciencia ficción distópica y una preocupación genuina planteada por algunos de los pensadores más lúcidos de nuestro tiempo, y cuya aparente indiferencia por parte de los titanes tecnológicos es, cuando menos, desconcertante.

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La alcaldesa de Cúllar denuncia la difusión de imágenes vejatorias suyas creadas con IA

En una era donde la tecnología avanza a pasos agigantados, prometiendo innovaciones que transforman nuestras vidas para bien, surge también una sombra inquietante que amenaza la dignidad y la integridad de las personas. El reciente caso que ha sacudido a la tranquila localidad de Cúllar, en Granada, es un crudo recordatorio de esta dualidad. Su alcaldesa, Carolina Navarro, ha alzado la voz para denunciar públicamente la difusión de imágenes suyas de naturaleza vejatoria, generadas artificialmente mediante inteligencia artificial (IA). Este incidente no es solo un ataque personal a una figura pública; es una agresión directa a los principios democráticos, a la privacidad y a la confianza social, y un toque de alarma sobre los peligros que acechan en el mal uso de herramientas tecnológicas cada vez más sofisticadas. La noticia ha corrido como la pólvora, no solo por la gravedad del acto en sí, sino por la profunda implicación que tiene para el futuro de la esfera pública y la protección de la imagen de cualquier individuo en la era digital.

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