"Estamos viendo jóvenes con poca capacidad para gestionar la frustración": la epidemia silenciosa del lorazepam

Publicado el 19/07/2025 por Diario Tecnología
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"Estamos viendo jóvenes con poca capacidad para gestionar la frustración": la epidemia silenciosa del lorazepam

Cada noche repite el gesto: desliza el cajón, toma la pastilla, la deja disolver lentamente bajo la lengua. No se trata de una excepción, sino de una tendencia generalizada que ha convertido a los ansiolíticos en parte del botiquín cotidiano de muchas personas en España. Una costumbre que refleja más que una epidemia de insomnio: una sociedad entera que arrastra el malestar emocional sin suficientes herramientas para gestionarlo.

Un consumo en auge. Nombres como lorazepam, alprazolam o diazepam han dejado de pertenecer exclusivamente al lenguaje médico. Hoy forman parte del vocabulario habitual, reflejo de una realidad cada vez más extendida: el uso generalizado de ansiolíticos para gestionar el estrés, el insomnio o la ansiedad cotidiana.

Según datos del Consejo General de la Psicología de España y la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), más del 42% de la población ha consumido benzodiacepinas en los últimos cinco años. Mientras que, el 59% de los jóvenes entre 25 y 29 años ha tomado ansiolíticos en los últimos años. No es una excepción generacional: es una normalización del malestar con receta.

No siempre hay un diagnóstico base. A veces, la pastilla llega para calmar un malestar puntual, una noche difícil, un día que se desborda. Sin terapia. Sin un seguimiento real. Solo la receta rápida, sin tiempo ni recursos para algo más. El doctor Luis Gimeno Feliu, médico de familia en el Centro de Salud de San Pablo (Zaragoza), explica en una entrevista con El Heraldo que “hay una premura grande en atención primaria por la falta de personal. Eso lleva al paciente al recurso fácil. El problema es que las benzodiacepinas crean dependencia con rapidez. El ideal es usarlas de manera corta y ocasional, pero en España se consumen de forma indiscriminada”.

Un golpe de realidad. El uso continuado de estas sustancias conlleva riesgos reales. Según la misma encuesta de la OCU, el 65% de los consumidores lleva tomándolas desde hace más de seis meses y casi un 40% reconoce que le gustaría dejarlas. El problema, como han señalado en el informe, es que muchos pacientes no cuentan con un acompañamiento psicológico adecuado ni con alternativas terapéuticas reales en el sistema público de salud.

La receta fácil. En este contexto, hemos conversado con la psicóloga clínica Alejandra de Pedro González quien identifica múltiples causas que explican esta tendencia: el estrés laboral, la precariedad, la crisis de vivienda, la hiperconectividad constante y las secuelas del confinamiento han generado un escenario social que favorece el malestar. “El sistema sanitario muchas veces responde con una receta rápida. La psicoterapia es más cara y menos accesible, así que el ansiolítico se convierte en la opción más sencilla, aunque no sea la más adecuada”, advierte.

La demanda de atención psicológica ha aumentado, pero el sistema público no puede absorberla. “La solución más inmediata y más barata para muchos médicos de atención primaria es prescribir un fármaco. No porque quieran, sino porque no hay medios suficientes para ofrecer psicoterapia de calidad desde el primer nivel asistencial”, explica.

Una generación ansiosa. Para de Pedro, no es exagerado hablar de una “generación ansiosa”. La sociedad actual —explica— fomenta la inmediatez, la autoexigencia extrema y la escasa tolerancia al malestar. “Estamos viendo jóvenes con muy poca capacidad para gestionar la frustración, que se sienten desbordados por exigencias cotidianas y que patologizan síntomas que son completamente normales”, señala.

El psicólogo clínico Fernando Azor, en declaraciones recogidas por El Confidencial, refuerza esta idea: “El problema es que muchas personas no han aprendido a tolerar las sensaciones físicas de la ansiedad. Tomar una pastilla alivia, pero refuerza la idea de que esas sensaciones son inaceptables”.

A esto se suma la sobreinformación a través de internet y las redes sociales. “Muchos pacientes llegan a consulta con un autodiagnóstico bajo el brazo y expectativas de soluciones instantáneas. Se frustran cuando algo no funciona rápido. Viven con el piloto de alerta siempre encendido y buscan una pastilla que apague la alarma”, comenta De Pedro.

La cara social del problema. El informe publicado por INFOCOP (Consejo General de la Psicología de España) añade una dimensión estructural al fenómeno: el consumo de ansiolíticos se dispara entre mujeres, personas mayores, desempleadas o con menor renta. Las mujeres consumen entre 1,5 y 3 veces más ansiolíticos que los hombres, y el 19% de ellas tiene al menos un envase en casa. Además, el 13,8% de las mujeres presenta trastornos de ansiedad frente al 7,4% de los hombres. El patrón es claro: cuanto mayor la vulnerabilidad social, mayor el consumo de psicofármacos.

El doctor Gimeno, desde El Heraldo, insiste: “Muchos consumos de ansiolíticos son consecuencia de problemas sociales. Habría que tratarlos con respuestas sociales, no solo farmacológicas, ni siquiera psicoterapéuticas”.

Más conciencia, pero también más confusión. Aunque la visibilidad de la salud mental ha aumentado en gran parte gracias a los medios y las redes sociales. La autoayuda mal digerida, la desinformación y la tendencia a convertir cualquier malestar emocional en una patología médica preocupan a los profesionales. “Vemos personas que llegan a consulta con técnicas mal aplicadas, expectativas poco realistas y frustración acumulada”, señala de Pedro.

El modelo sanitario, además, sigue centrado en la reducción de síntomas, no en el abordaje del origen del sufrimiento. “No tenemos un sistema que ayude a las personas a entender qué hay detrás de su ansiedad. Se buscan soluciones rápidas, pero el malestar sigue ahí”, añade.

El estigma sigue presente. A pesar de los avances en la conciencia pública, el estigma todavía existe. “Algunos pacientes tienen vergüenza de decir que toman pastillas; otros, de admitir que van al psicólogo. Depende mucho del entorno y de la generación”, apunta la psicóloga consultada. Lo que sí parece claro es que el sufrimiento emocional está más presente que nunca, y que la respuesta no puede seguir siendo únicamente farmacológica.

¿Solución o parche? El debate sigue abierto. Para muchos pacientes, el ansiolítico ha sido un salvavidas. Pero el riesgo es que se convierta en una rutina silenciosa. “Si no hay un trabajo terapéutico de fondo, los problemas volverán. Porque la medicación no cambia ni tus pensamientos, ni tus vínculos, ni tu estilo de vida”, concluye Alejandra de Pedro.

Mientras las cifras de consumo siguen aumentando, psicólogos y profesionales de la salud mental coinciden en un mensaje común: calmar los síntomas no basta. Si no se invierte en atención psicológica de calidad, si no se enseña a la población a comprender su malestar, la ansiedad seguirá tratándose con fármacos, pero sin soluciones reales.

Imagen | Unsplash

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